Había una vez, en un
país llamado Brooklyn una niñita a quien
bautizaron Bárbara y que, a decir verdad, no era
ninguna belleza. Ni una vez el Príncipe Azul la
invitó al baile, ni tan sólo a la heladería de la
esquina; y nadie —ni siquiera su mamá— parecía
escucharla nunca. De modo que la melancólica
criatura se hizo a sí misma una promesa: algún
día, todo el mundo la escucharía. Tendrían que
hacerlo, porque ella sería inteligente, divertida,
bella, sexy, adorable y talentosa.
Talentosa lo era,
desde el comienzo. Tan talentosa que, a su tiempo,
fue capaz de convertir en realidad todo el resto
de su sueño imposible. No de la noche a la mañana,
por supuesto. Al principio —entonando refranes
picarescos en el Bon Soir, o apareciendo como una
especie de Martha Raye actualizada en el show de
televisión de Jack Paar— se la veía maleducada y
brusca, violenta y abrupta. Pero Bárbara (que por
ese entonces ya se llamaba Barbra) era vivísima y
poco después estaba dando una prueba para una
comedia musical en Broadway, titulada I Can Get It
for You Wholesale, y muy poco después se robaba el
espectáculo bajo las narices mismas de su
estupefacto protagonista, Elliott Gould. Y, al
mismo tiempo, se robó su corazón, un hecho que
culminó en lo que parecía ser un matrimonio de
cuento de hadas.
¿Qué más, se puede
preguntar, podría una self-made Cenicienta pedir?
¿Un triunfo arrasador como la máxima estrella, en
Funny Girl? ¿Un Oscar por la versión
cinematográfica de esa misma obra? ¿La emoción de
que su apariencia, otrora risible, fuese comparada
con la de una exótica belleza de Modigliani? ¿La
oportunidad de ser cortejada, dentro y fuera de la
pantalla, por Ryan O'Neal? ¿Su propia compañía
cinematográfica, para asegurarle el privilegio de
estar en primer plano en cada escena de Up the
Sand-box? ¿El placer de ser la amada de Robert
Redford en The Way we Were? ¿Un ruego de Ingmar
Bergman para interpretar su nuevo film, basado
sobre La viuda alegre?
LA MALA PRENSA. ¿Qué
es esto, una broma? ¿Acaso Barbra no ha tenido
todo eso? Y, sin embargo, en algún lugar del
camino hacia el baile, los caballos de Cenicienta
se transformaron en lauchas, su reluciente carroza
se vio infestada de gusanos y todo el cuento de
hadas se fue al demonio.
De pronto, las
columnas de chismes se lanzaron a afirmar que
Barbra era una testaruda, una mandona que imponía
a gritos su voluntad a directores-títeres, que
menospreciaba y hacía esperar más de la cuenta
hasta a los periodistas más importantes, y que era
capaz de eructarles en la cara si se atrevían a
escribir sobre ella algo que no fuera la más
absoluta trivialidad. A medida que crecía este
retrato de la artista como un joven monstruo, una
muy dolida Barbra gritó: "¡Paren las máquinas!".
Ahora, apenas si se la ve con periodistas. Esta
entrevista que concedió a Guy Flatley, de The New
York Times, por ejemplo, fue negociada con los
circunloquios habitualmente reservados a las
audiencias papales y las conversaciones de paz, y
tan sólo fue otorgada después de establecerse que
Barbra tendría derechos a eliminarlo que no le
pareciera ajustado a su verdadero pensamiento.
Con o sin aprobación,
no es lo que Barbra dice —mientras hace su entrada
en una suite del hotel Shery-Netherland, de Nueva
York— lo que hace ponerse de pie al cronista y
rendirle homenaje. Es como se la ve. Con abundante
busto, pero esbelta, con pantalones y suéter
negros, consigue ser, milagrosamente, lo que se
propuso: deslumbrante. Su pelo castaño es largo y
sedoso, su piel es perfecta y sus ojos brillantes,
intensamente verdes. Hasta la nariz prominente,
que supo ser una broma, ahora parece un simple
toque de locura de Modigliani.
Tras ocuparse de su
turbulento hijo de 5 años, Jason, y depositarlo en
la habitación contigua, Barbra empieza por
declarar su animosidad contra el periodista Rex
Reed, y subrayar su impaciencia con los reporteros
que pretenden inmiscuirse en su vida amorosa. Por
ejemplo, si se le pregunta qué hay de sus
publicitados romances con el actor Ryan O'Neal y
con el primer ministro del Canadá, Pierre Trudeau
(antes de que éste se casara), la respuesta es una
interjección sofocada, un breve rubor, una mirada
que se endurece y una declaración tajante: "Bueno,
tengo gustos muy eclécticos".
EN LA PECERA. ¿Tal vez
le gustaría decir algo sobre su ex marido, Elliott
Gould? "Cuando se ha amado a alguien, ese alguien
se convierte en parte de lo que uno fue y, por
consiguiente, parte de lo que uno es. Después de
todo, ¿a cuánta gente ama uno en el transcurso de
una vida?". Podría ser que Barbra, como muchas
otras personas liberadas, considerase obsoleto al
matrimonio. "¡No! Soy a la antigua: creo en el
matrimonio. Un marido e hijos, eso es la
felicidad". A decir verdad, Barbra se identifica
bastante con Margaret, su personaje de un ama de
casa prolífica y ya harta de obligaciones, en Up
the Sandbox: "Una parte de mí suspira por estar en
casa, con mi hijo, y descubrir las mejores
carnicerías y panaderías, para alimentar a la
gente que quiero. Pero otra parte de mí, necesita
una forma de expresión distinta de la hogareña,
así como hay otra parte de Margaret que siente que
el amor no basta. A ella le gustaría volver a
estudiar, a escribir, a indagar cuál es su lugar
en la vida sin necesidad de meterse en un nicho.
Ella no quiere ser únicamente un ama de casa, o
una profesional".
Algunos críticos
dijeron que Margaret sueña tanto despierta, que es
un milagro que haga alguna tarea doméstica. "Las
fantasías edifican una rica vida interior —insiste
Barbra—; pueden ponerlo a uno en órbita. Si yo
nunca hubiera fantaseado con ser una actriz, tal
vez no habría llegado a serlo. Más que ninguna
otra cosa, yo ansiaba ser reconocida. Por eso
empecé cantando: para que tuvieran que
escucharme".
Ahora no sólo la
escuchan, sino que la miran y hasta la tocan. ¿No
le gustaría alguna vez escapar de la pecera? "He
perdido mi anonimato, pero ese es el precio de la
fama. No se puede tener todo, y lo que obtengo en
compensación por mi falta de intimidad, vale la
pena". Según Barbra, lo mejor que le ha ocurrido
en mucho tiempo fue asociarse con Paul Newman,
Steve McQueen, Sidney Poitier y Dustin Hoffman
para formar First Artists, la productora
responsable de Up the Sandbox. "Es la primera
película que hago sobre la que tuve algún control.
Por eso es que todas esas historias sobre el poder
que yo tenía antes, son ridículas".
No es que Barbra sea
demasiado tímida. "Es verdad, una parte de mí es
muy segura, pero otra parte es también reservada e
insegura. De alguna manera, es la vieja historia
de los arquetipos masculino y femenino. Si una
mujer se muestra muy segura con un hombre, sobre
todo en una situación de trabajo, se la acusa de
ser castradora, o alguna antigüedad por el estilo.
Pero son las mujeres las que fueron castradas
durante siglos. Y en una situación profesional,
donde hombres y mujeres están en iguales términos,
a menudo esa palabra es usada por el hombre como
un pretexto por su incapacidad para aceptar esa
igualdad. También dice mucho más acerca del hombre
que de la mujer".
"Después de todo
—continúa— ¿qué es lo que hace de una mujer, una
mujer completa? ¿O un hombre? Todos tenemos
cualidades del otro sexo, orgánica y
emocionalmente. Un hombre debe tener esos rasgos
que se llaman femeninos: sensibilidad, dulzura,
vulnerabilidad. ¿Acaso eso lo hace menos hombre?
¿Una mujer es menos mujer porque sea fuerte?". En
este momento traen el almuerzo. "Quiero asegurarme
de que la carne es buena", informa Barbra y corta
un pedacito del bife de Jason. Satisfecha, incita
a comer a su hijo. "Esta es la madre judía que
llevo adentro", sonríe, masticando su ensalada de
pollo servida sobre una tostada.
COMO SER UNA IDISHE
MAME. Las relaciones de Barbra con su propia madre
son, aparentemente, oscilantes. Cuando se le
pregunta si la entrometida madre de Margaret en Up
the Sandbox tiene algo que ver con la suya, Barbra
no dice que no. "La familia del film está en parte
basada sobre mi propia familia —admite—. Esa
escena que ocurre en la puerta, cuando Margaret le
dice a su madre que no tiene ganas de verla ese
día, la he hecho con mi madre miles de veces. Pero
no tiene que ver específicamente con mi madre; es
un sentimiento que mucha gente tiene hacia sus
padres, de vez
en cuando. No me
interesa hacer cosas que sólo me conciernan a mí".
Jason irrumpe en la
habitación, saltando y cantando: "¡Me llamo Jason
Streisand, me llamo Jason Streisand!". "Gould,
querido, tu nombre es Jason Gould", le explica
Barbra, con suavidad. "¡Me llamo Jason Goyl
Streisand!", canturrea el chico, triunfante,
yéndose por un pasillo. Entonces, ¿se verá a una
nueva Barbra en The Way We Were? "Interpreto a una
universitaria, una activista política radical,
enamorada de un hombre que ve la vida desde un
enfoque totalmente opuesto. El film se ocupa de
nuestro intento de vivir juntos a pesar de
nuestras diferencias. Es una historia de amor,
contada sobre el fondo político de los finales de
la década del 30 hasta los comienzos de la década
del '50." Barbra no pretende entender mucho de
política, aunque hizo campaña en favor de
McGovern, pero cree en lo que cree con un
apasionamiento impresionante. "No puedo entender
el triunfo arrasador de Nixon —protesta—. Quizá la
gente le tiene miedo al cambio; es como si se
hubieran acostumbrado a la corrupción. Quiero
decir, que Nixon es tan obviamente deshonesto. Es
tan destructivo, tan autodestructivo. Pero, por lo
demás, yo creo que el mundo entero marcha hacia su
propia destrucción. La frustración es enorme. No
sé para qué diablos hemos ido a la Luna. ¿Usted lo
sabe? Gastar toda esa plata para ir allá y decirle
m... a toda la gente que necesita ser alimentada
acá. Yo digo que la vida hay que vivirla hoy;
alimenten a la gente en la Tierra, y después
preocúpense de ir a la Luna."
CULTIVA TUS CLASICOS.
"Algo ha pasado con el sentido moral de este país
—prosigue—. En Up the Sandbox, por ejemplo, no hay
ni sangre ni violencia. Pero nos calificaron sólo
para adultos. ¿Por qué? Porque se ve un pecho de
mujer. ¡No hay nada sucio en un pecho de mujer!
¿Qué clase de moral se tiene cuando se prefiere
que los chicos vean sangre y horror, antes que un
pecho de mujer?" Pero de aquí no debe deducirse
que Barbra se desnudaría para un film no violento.
"Lo mismo que los informes acerca de mi vida
amorosa, mi cuerpo no es para exhibirlo
públicamente. Por supuesto, es un hecho social. Si
la sociedad impusiera tapar la cabeza y desnudar
el cuerpo me verían de ese modo. Pero así soy yo:
con un pie en el siglo XIX y el otro en el XX."
"No quiero volver al
escenario en Broadway porque no me gusta la
sensación de ser juzgada una noche tras otra.
Cuando la gente, en todo el mundo, me está viendo
en un film, yo puedo estar dándome un baño en
casa; pero tener que salir a escena cada noche y
soportar la responsabilidad ... es agotador",
informa. Pero el mundo entero es un escenario y es
posible que Barbra intente alguna vez eso que se
llama teatro de repertorio: "Me interesaría hacer
algún clásico. Siempre quise interpretar a
Julieta; y L'Aiglon, y la Dama de las Camelias, y
Medea, y también la Cleopatra, de Shaw; y cuando
sea más grande, la Cleopatra, de Shakespeare. Es
un desafío tomar un papel que mucha gente ha
interpretado antes y revivirlo. Me gustan las
comparaciones, me gustan los riesgos."
Una cosa que no le
gusta es que la gente diga que los actores no
tienen sesos. "Le he escuchado decir a Truman
Capote que todos los actores son estúpidos y que
tal vez Marlon Brando sea el más tonto de todos.
Bueno, el tonto es Capote, por decir semejante
cosa. Cualquier actor que vale la pena es
inteligente. Y en cuanto a Brando, ¡por Dios, es
un genio! Brando es el único actor que realmente
ha llegado a conmoverme." Barbra tiene razón
acerca de Brando. ¿Y no sería sensacional si él
fuera el César de esta Cleopatra, alguna vez?
Revista Panorama,
22.02.1973
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