Críticas de cine

My Fair Lady
Ocho y medio
Crónicas marcianas


Cine
Tras cuatro frustraciones, George Cukor dirige ahora "My Fair Lady"
A las 5 a.m. del 7 de julio pasado, George Dewey Cukor entró estrepitosamente en el set número 2 de los estudios Warner, apagó las 64 velitas de su torta de cumpleaños y, casi inmediatamente, rugió en las orejas de Audrey Hepburn y Rex Harrison: No perdamos tiempo. Hay que tener a punto la primera escena para antes de las 8.
Ese día, el viejo George —hijo y nieto de abogados neoyorquinos— no se contentó con cumplir 64 años: también se permitió iniciar la filmación de My Fair Lady, una comedia musical de Lerner y Loewe que venía tentándolo desde 1959. La Warner, inusitadamente, dio carta blanca a Cukor para que eligiese el elenco a su gusto y paladar: de esa manera, la Hepburn fue seleccionada para el papel de Eliza Doolittle, una florista londinense que sólo sabe hablar en argot, y Rex Harrison quedó contratado para encarnar a Higgins, el profesor de fonética que trata de reeducarla, Pero el golpe maestro de Cukor debe buscarse en la inclusión de Cecil Beaton como diseñador del vestuario: Beaton es el fotógrafo oficial de la corona británica y el responsable, además, de todo el encantamiento visual que ostentaban los trajes de Gigi, film de Vincente Minelli.
My Fair Lady es el primer proyecto que no le fracasa a Cukor desde 1960. Ese año tenía casi todo dispuesto para filmar Goodbye, Charlie, una comedia con Marilyn Monroe que iba a ser producida por Jerry Wald. Durante los preparativos, Wald se enfermó y Marilyn fue golpeada por dos sucesivas crisis nerviosas. Hubo que esperar.
A principios del 61, empezó a trabajar en el encuadre de Lady L..sobre la novela homónima de Romain Gary. Durante todo julio y agosto filmó algunas pruebas con los protagonistas, Gina Lollobrigida y Tony Curtis, pero a fines de ese mes estallaron las hostilidades: Curtis dijo a los ejecutivos de la Metro-Goldwyn-Mayer que su personaje era "ridículamente inferior al de la actriz italiana"; al día siguiente, la Lollobrigida insinuó igual objeción respecto de Curtis.
La crítica esperaba con curiosidad lo que Cukor haría con la irritable Lollo; dos años atrás, había transformado admirablemente a Sofía Loren en una comediante de primera agua, al realizar Su pecado fue jugar (Heller in Pink Tights). Esta vez tuvo que renunciar a transformarse en Pigmalión: Curtis y la Lollobrigida se volvieron las espaldas, y la Metro acabó por hartarse de tantas dilaciones.

Otra vez Marilyn
Durante el otoño, Cukor fue comprometido por la Fox para dirigir Cheri en París; el tema iba a ser adaptado de la novela homónima de Colette, y los protagonistas estaban ya elegidos en principio: Alain Delon y Simone Signoret.
Pero antes de que Cukor pudiera hincarle el diente a la historia, el productor Richard Zanuck le pidió que la sepultara piadosamente: por esa época, la Warner había comprado los derechos de The Chapman Report (El informe Chapman), una novela de Irving Wallace, y Zanuck no quería desperdiciar el éxito estruendoso de la obra. De modo que Cukor se vio forzado a filmarla en un abrir y cerrar de ojos; la terminó el 15 de diciembre de 1961, con un elenco en el que asomaban Shelley Winters, Jane Fonda y Claire Bloom. Los espectadores argentinos la conocieron con un rótulo estridente: La vida íntima de 4 mujeres.
Aunque esa obra fue estimada por mucha crítica (sobre todo francesa) como la mejor que Cukor había realizado desde Les girls (1957), el viejo maestro confesó que no le había acarreado sino infortunios: en marzo del 62 empezó a dirigir para la Fox Something's Got to Give, con dos actrices de primer orden: Marilyn Monroe y Cyd Charisse. Otra vez las crisis nerviosas de Marilyn echaron abajo el proyecto. La productora rescindió en junio todos los contratos y rescató sólo 7 minutos de material para incluirlo en una obra de homenaje sobre la protagonista, cuyo suicidio (en agosto) dejó estupefacto a Cukor.
Ahora, el viejo George sólo espera que le dejen terminar en paz su My Fair Lady. Hace una semana, declaró a sus íntimos: "¿No será mi muerte la que esta vez dejará el film en mitad de camino?"

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Ciencia - Ficción
Bradbury cede sus "Crónicas marcianas"
Sólo el displicente, nervioso y tierno François Truffaut (Jules et Jim) pudo ablandar el añejo desprecio que sentía por el cine uno de los mayores maestros que tiene la literatura de ciencia-ficción; el americano Ray Bradbury. Hace diez meses, Truffaut consiguió comprarle casi por nada los derechos de su novela corta Farenheit 451. Esa estrepitosa victoria no se hubiese producido seguramente si, en abril de 1962, una amiga de Bradbury no hubiese arrastrado al narrador hasta un cine donde se exhibía Los cuatrocientos golpes, "el único film que me hizo sollozar".
La cesión de esa novela hizo corroer de indignación a algunos ejecutivos menores de la Metro-Goldwyn-Mayer, quienes desde 1958 venían afanándose vanamente en comprar los derechos de Crónicas marcianas, la obra más notable del maestro. A mediados de setiembre, Bradbury dijo por fin que sí, a condición de que le permitiesen escribir la adaptación y le confiasen la supervisión definitiva del film. Pero no se lo dijo a la Metro sino al realizador Robert Mulligan (Matar un ruiseñor), quien piensa ahora transformar a Crónicas en un espectáculo de diez millones de dólares. Ese presupuesto es el más alto que se haya consagrado nunca a un film de ciencia-ficción. Los precedentes más costosos habían sido La guerra de los mundos (1953) y El planeta desconocido (1956).
Mulligan se ha asociado para esta empresa con J. Pakula, su productor de Matar un ruiseñor, y ha comprometido ya a Gregory Peck para que encarne al protagonista. Se sabe que Bradbury ha percibido 300.000 dólares por la cesión de sus derechos y por su labor como libretista, una tarea que conoció tiempo atrás al adaptar Moby Dick para John Huston.

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Ocho y medio
Fellini, bajo el ojo del psicoanálisis
"Ocho y medio" es la cifra de un parto prematuro. Indica la lucha de un ser fetal por liberarse del claustro materno. Tal fue la clave psicoanalítica a través de la cual el doctor Mario Carlisky intentó explicar hace diez días, en el microcine del Teatro Opera, el último film de Federico Fellini, Otto e mezzo, en el transcurso de una conversación entre especialistas. El diálogo, que fue organizado conjuntamente por la empresa distribuidora, Columbia Pictures, y Cinete, Peña Psicológica de Cine y Teatro, puso en tela de juicio la validez del psicoanálisis para interpretar las obras de arte.
Una de las objeciones a la tesis de Carlisky es que se sabe perfectamente la razón del título de la película: es la octava que hace Fellini, quien consideró que la mitad restante corresponde a su "sketch'* en "Boccacio 70". De ahí en adelante, las interpretaciones del psicoanalista fueron recibidas con cierta frialdad por el grupo de críticos cinematográficos presentes. La doctora Arminda Aberastury excusó su intervención en el debate, puntualizando que se sentía incapacitada de dar opiniones ante la complejidad del film, del cual aconsejó una segunda visión. Otro especialista en psicoanálisis, el doctor Rolla, se inclinó en favor de "la maravillosa libertad" que demostraba el creador de Ocho y medio, señalando que, a su entender, la película no era manifestación de agotamiento ni de confusión en su creador —como algunos insinuaron— sino, por el contrario, de madurez después de una crisis. Puede que la clave de todas las discusiones que Ocho y medio suscitará, esté en la siguiente frase del protagonista: Esta confusión soy yo.

Revista Primera Plana
1º de octubre de 1963
 

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