Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

cochengo miranda
LA HISTORIA DE COCHENGO MIRANDA
Por HECTOR GROSSI
El cineasta argentino Jorge Prelorán ha realizado más de 45 películas recorriendo más de 400 mil kilómetros a lo largo y a lo ancho del país. Es prácticamente un desconocido en los medios cinematográficos locales aunque su largometraje “Imaginero” sea una obra maestra. En el oeste de la provincia de La Pampa acaba de terminar su obra fílmica “Cochengo Miranda”, un apasionante documento humano.

EL caso Prelorán no reconoce antecedentes en el cine argentino. Nacido en la ciudad de Buenos Aires, el 28 de mayo de 1933, Jorge Ricardo Prelorán ha realizado más de 45 películas, de las cuales seis son largometrajes: Imaginero, Ruca Choroy, Valle Fértil, Los Guarao, Los Onas y, en proceso de laboratorio, Cochengo Miranda. Cuando —desde hace cinco años atrás— se anuncian exhibiciones de sus películas (incluso en ciclos televisados), una fiel, anónima multitud da fe de su existencia. Convocada por el curioso sortilegio que sigue al autor de Imaginero (Hermógenes Cayo), se congrega frente al fascinante despliegue audiovisual de sus singulares películas emotivamente centradas en torno del extraordinario personaje llamado Hermógenes Cayo, que la inspirada obcecación de Jorge Prelorán rescató —en la puna jujeña— para la posteridad.
No toda la crítica oficial, no todo el periodismo especializado conoce su producción y, mucho menos, ha certificado la existencia de este importante cineasta. Aún más, con excepción de ciclos organizados y auspiciados por el Fondo Nacional de las Artes y esporádicas exhibiciones escolares, así como las que particularmente presentó la Universidad Nacional de Tucumán, las películas de Prelorán no han concitado la atención de los exhibidores convencionales, incluidos los circuitos de los llamados cines de arte. Tampoco 'su aplastante eficacia profesional, avalada por miles de metros de excelente material ha interesado a los productores de cine.
Prelorán —hasta ahora— no ha sido profeta en su tierra, pese a lo cual, en un piso undécimo del barrio de Belgrano, desde donde se divisa el río desmesurado, su pequeño departamento es una ordenada colmena donde zumba, sin pausa, un proyector de películas, repiquetea una cortadora de montaje, y se oyen voces norteñas, patagónicas, cuyanas, pampeanas — de pronto en lenguas indígenas— apresadas en los grabadores de este cineasta insaciable, cuyo decálogo teórico incluye —entre sus escasas normas— una que lo’ define en su plenitud: “Con mis películas quiero dar voz a quienes se la han negado”.

Nace
Si bien es cierto que en la obra de Prelorán los paisajes se integran con manos y caras anónimas, con cielos, animales briosos y aguas serenas, apresando el dolor y la ternura, la indigencia y la esperanza, el ritual amoroso de las artesanías y la fatalidad de la muerte, esa suma de la vida documenta, en la mayoría de sus obras, a recónditos lugares de la Argentina y a algunos protagonistas ciertos, con nombre y apellido: Hermógenes Cayo, Damacio Caitrús, Cochengo Miranda y —el próximo— Ramón Sixto Zerda. Intimamente trabado en un sector de su obra con el desaparecido científico Augusto Raúl Cortázar, el director-camarógrafo - fotógrafo - sonidista Jorge Prelorán ha llegado a algunos de esos personajes, como Cochengo Miranda, por precisa indicación de su descubridora, la antropóloga y musicóloga Ercilia Moreno Cha.
Allí en la frontera de La Pampa con Mendoza, en la aridez, está la casa de Miranda, el lugar se llama El Boitano. Cochengo Miranda (61 años) nació en Chadileo, a orillas del Atuel, y hasta los 45 años de edad (para la muerte de sus padres) en que constituyó su propia familia, galopó la horizontal tragedia de desierto y ganó prestigio como guitarrista, cantor, juglar y escritor de versos, coplas y rayadas, como lo había sido su padre. Quizás también, su abuelo, muerto en el fortín Malargüe, víctima de un malón. Para diciembre de 1973, Prelorán hizo el primero de sus cinco viajes a El Boitano, sumando más kilómetros a los 400 mil que lleva recorridos en su país, cámara en mano, en este increíble relevamiento cultural.
“Yo no creo que mi cine sea etnográfico. Por lo menos no lo es deliberadamente. Creo, más bien —afirma—, que mis películas son documentos de interés sociológico, aunque no trabajo con métodos de esa ciencia. Yo diría que mis películas son documentos humanos. Hago películas con nombres y apellidos, a través de un hombre intento llegar a lo universal.”
Para Cochengo Miranda, Prelorán —como en casos anteriores— se ambientó, instalándose en la casa del protagonista, observó, dialogó (grabando largas horas de charla), fotografió y filmó y —a medida que crecía la película— volvió a viajar por uno o dos días (como ocurrió cuando filmó una payada). Aún más, en mayo último, aprovechando un viaje a Buenos Aires de Miranda, lo instaló en su casa de Belgrano durante 20 días que, a la postre, fueron de trabajo agotador: conjuntamente —protagonista y realizador— revisaron y discutieron cuidadosamente, palmo a palmo, los fragmentos filmados; retomaron y corrigieron diálogos y se dieron a la paciente tarea de descifrar centenares de papeles escritos por Cochengo, quien —a lo largo de los años— los fue acumulando en una valija. La obra escrita de Miranda aparecerá bajo forma de libro.
“El secreto, la magia de mis películas —confidencia Prelorán— radica en la comunicación directa que establezco con la gente. Por
ejemplo Cochengo Miranda —como antes lo hizo Hermógenes Cayo— me habla como a un amigo íntimo, con calidez cordial, sin prevenciones ni reservas, dejando fluir los recuerdos y las opiniones, los testimonios y reflexiones como un apacible flujo de sangre.”
La película “Cochengo Miranda” tiene una duración de 90 minutos, su autor se. la dedica a “La memoria del doctor Augusto Raúl Cortázar”, y ha sido producida por el esfuerzo combinado de El Fondo Nacional de las Artes y la Dirección Provincial de Cultura de la Provincia de La Pampa. “En esa Dirección Provincial —reconoce Prelorán— ha sido decisiva la intervención de Angel Aimetta, para que esta película llegara a feliz término.”

Los trabajos y los días
En el trasfondo de Cochengo Miranda están planteados los grandes temas, están registrados los universales a los que alude Prelorán. En sus vivencias cotidianas, Cochengo, su mujer e hijos dan pautas claras de trascendentes problemas geopolíticos —la desaparición del río Atuel y sus consecuencias—; el drama del aislamiento
físico, pautas económicas, reveladas en las modalidades de la crianza del ganado; el cambio que provoca la presencia de la lluvia y la importancia crucial de la artesanía. “En realidad todo dimana de los hechos cotidianos —precisa—: los temas no son frías propuestas preliminares y condicionantes. Van floreciendo gracias a la respetuosa consideración del hombre en su medio. Dirán que casi no me doy cuenta cómo se va haciendo la película. En ésta se registran experiencias que dan conclusiones diversas. En fin, Cochengo Miranda es un enfoque real, vivencial, no legal ni jurídico. Cuando la película se difunda presumo que de esos enfoques se encargarán los respectivos responsables”.
Esta película se abre y se cierra con sendos textos escritos por su protagonista absoluto. El del comienzo dice: “Llegó el invierno, las brumas, / con mi yunta de cachorros / tenderé trampas a los zorros, / a gatos, a jabalíes, a pumas / y, si es que vale la pluma / al ñandú le haré alojadas / perrearlos de madrugada / apenas apunta el lucero / cuando silba el pampero / haciendo escarcha la helada”.
Sobre las últimas imágenes de Cochengo Miranda, su voz cabal y sin prisa dirá: “Según yo tengo entendido / el canto es uno de dos / y en las cuerdas lloró / el payador va vencido / por eso el cantor se ha ido / con su guitarra al desierto / cantará gloria a los muertos / en la extensa soledad / hoy triunfa la mocedad / con su canto y su concierto”. ♦
REDACCION
noviembre de 1974
 








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