Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

george cukor
Figuras
George Cukor

“Tiene que ser sutil. Cuanto mayor control se tiene sobre el trabajo, menos visible será la mano que lo dirige. Algunos directores obtienen los mismos efectos de otras maneras. Yo trabajo con los actores.”

El trabajo de George Cukor con los actores ha rendido a éstos cinco Oscars por interpretación (James Stewart, Ingrid Bergman, Ronald Colman, Judy Holliday, Rex Harrison) y catorce candidaturas adicionales (para Norma Shearer, Greta Garbo, Katharine Hepburn, Charles Boyer, Deborah Kerr, Judy Garland, entre otros). Como vocacional del teatro, formado en las tablas durante su juventud, el director contribuyó en la primera década del período sonoro a la madurez de expresión dramática del cine norteamericano, que no se obtuvo sólo con el agregado de diálogos al lenguaje mudo sino con su compleja integración en el proceso narrativo. Eso suponía un dominio de los intérpretes. Y aunque de Cukor se ha asegurado que es ante todo un gran director de actrices, ese misterioso dato en un soltero de 70 años es sólo una parte de la verdad.
También unificó elementos de escenografía y de utilería, sutilezas de fotografía e iluminación, enlaces de secuencias cercanas o distantes. Para apreciar ese arte de fluidez y de economía debe compararse, por ejemplo, el acartonamiento que rodea a Greta Garbo en Anna Karenina (de Clarence Brown, 1935) con el efluvio romántico, tocado por una ligera ironía, que Cukor colocó en Margarita Gauthier.
El arte de Cukor se eleva así del libreto ajeno al estilo propio, diversamente amoldado a dramas, comedias y espectáculos musicales, a los films de época y a los contemporáneos, a los temas originales y a los extraídos con abundancia de la novela o el teatro. En su carrera hay 20 argumentos que el cine utilizó en otras versiones previas o posteriores, y en todos los casos la mejor adaptación es la suya. Esto no es un azar. Se debe a su trabajo intensivo con libretistas, intérpretes, escenógrafos y fotógrafos, la exploración constante de las posibilidades técnicas, a una vocación que se niega a convertir el trabajo en rutina. Debutó simultáneamente en el color y en el Cinemascope con un film de plástica superior (Nace una estrella, 1954) y prosiguió después, junto al técnico George Hoyningen-Huene y al escenógrafo Gene Allen, en otros experimentos con el color que han caracterizado su obra de los últimos 15 años y que lo convirtieron en el único director posible para las múltiples exigencias de My Fair Lady, que fue (tardíamente) el primer Oscar personal en su carrera.
Dentro del gran laberinto del poder industrial de Hollywood, era inevitable que tal independencia de creación artística caminara con tropiezos. Los conflictos de Cukor abarcan, desde 1932, diversas fricciones con Ernst Lubitsch, con el productor David O. Selznick, con el Código de Producción, hasta las mutilaciones desesperantes que Warner cometió en Nace una estrella y Darryl F. Zanuck en Historia íntima de cuatro mujeres. Pero el prestigio sirve para corregir el error ajeno. Al término de su carrera, cuando cumplía 69 años, Cukor fue llamado por 20th Century Fox para el arreglo de Justine, un film nacido de cuatro novelas de Lawrence Durrell, comenzado por otro director, ya disperso en su libreto y enorme en su costo. La pesadilla de la empresa era que se repitiera el desastre de la producción de Cleopatra (40 millones de dólares, 1959-1962) y entonces apeló a un técnico superior para comandar un salvataje, cuyo producto final se estrena ahora en Buenos Aires.
H. A. T. (Nota: por las iniciales, tal vez se trate del entonces prosecretario de la revista, Homero Alsina Thevenet)
Revista Panorama
10.03.1970


george cukor




ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba