CREADORES
El pueblo vivo es el artista
Gerardo Ramón Vallejo

Gerardo Ramón Vallejo
Las primeras imágenes de 'El camino hacia la muerte del viejo Reales' muestran detenidamente la cara de un cañero tucumano de 75 años. Se escucha su voz —grabada con casi misteriosas habilidad y perfección por un grabador a cassette—, vigorosa y secretamente tierna, que compendia la sustancia de sus días. Dice quién es, qué han hecho de él las circunstancias sociales: "Aquí m'i jubilao, m'i jubilao sobre el trabajo. ¡Ah! ¡Muerto! Ocasiones tenía qué comer y ocasiones ni tenía qué comer. ¡Ya no hay nada! En mi casa tenía gallinas, tenía chancho, tenía gallos de riña ¡buenos! Y aura no tengo nada, ni una pata de nada, porque lo que se acabó se acabó, la dueña se ha acabao, ¿no se va a acabar lo demás? Todo se terminó con esto, todo, todo, no tengo nada de nada, ni una gallina ni nada tengo, se acabó todo, todo se acabó".
Gerardo Ramón Vallejo (30, casado, dos hijos), director y fotógrafo del film, conoció al viejo Reales en 1961. Durante el año 1964 convivió con él y sus tres hijos, y trabajó en la zafra. Seguramente, la trasparencia conmovedora del film proviene de la identificación de Vallejo con la vida y los personajes de este pueblo artista, de los que esta familia forma parte.
Entrevistado hace poco en un bar de la calle Riobamba, al día siguiente de una proyección del film en los laboratorios Alex, este integrante del Grupo Cine Liberación relató: "El camino fue filmado entre julio de 1969 y septiembre de 1971. En octubre último obtuvo el Gran Premio del Jurado Internacional de Cine de Mannheim; posteriormente, el premio Fipresci y una Mención Especial de la Oficina Católica Internacional del Cine".

LA NECESIDAD DE IDENTIFICARSE.
Gerardo Vallejo se inició en el cine en 1960, en la escuela de Santa Fe, dirigida por Fernando Birri. Filmó el cortometraje Azúcar en el aña 1962, y Las cajas ciertas, ambos con la familia Reales.
"La experiencia concreta, viviente, junto al campesino —afirma—, me lleva de inmediato a acercarme a estos problemas y tratar de conocerlos y profundizarlos, con una identificación, en un principio emotiva, humanista, hacia ese hombre. Fue este corto, Las cosas ciertas, el trabajo que después me unirá a Solanas y Getino en su viaje al Norte. Como una necesidad comienza el trabajo en El camino hacia la muerte del viejo Reales, una necesidad no sólo de testimoniar, sino también de sintetizar y expresar el proceso de identificación que está viviendo el pueblo campesino de Tucumán."
Esta necesidad aparece satisfecha y aun superada en el film, que enfrenta al espectador con una experiencia viva, descarnadamente emocional y también reflexiva. Vallejo refiere: "Cada secuencia es un golpe emotivo, y el conjunto una imagen unitaria que después entrás, naturalmente, a racionalizar. El film tiene muchas lecturas posibles, que no son excluyentes. Pero el destinatario preciso es el mismo protagonista, el pueblo mismo, que vive una condición real que le imposibilita una lectura intelectual, porque es en lo emotivo donde está la mayor capacidad de lectura del pueblo. En esta obra no me interesa la anécdota por sí misma, y cada golpe, cada secuencia, aparece como una síntesis. Porque es una necesidad colectiva de trasformación la que hace la película, y su construcción obedece a esas necesidades. Por eso es todo lo contrario de un film de autor, porque existe una concepción colectiva de la que yo he sido únicamente mediador. Y sólo con la convivencia, con la participación, se llega a esa concepción colectiva. El film está pensado y vivido como el que hubiera hecho un campesino si tuviera los medios técnicos para lograrlo".
La única presentación pública de El camino, por el momento, disipa toda duda. El 12 de marzo se realizó en Tucumán la primera exhibición en la Argentina. Y es ese mismo pueblo, al que Vallejo considera el principal autor y protagonista, quien reconoce la obra como suya y la ovaciona, dándole una legalidad de plebiscito. Vallejo, en la ocasión, fue sacado en andas y aplaudido por los concurrentes.
El film fue comenzado con un equipo mínimo: cámara de 16 milímetros convencional, a cuerda, y un grabador a cassettes, que operaba Jorge Kuschnir. Unos veinte amigos proporcionaron unas cuantas latas de película. En su obra, Vallejo cuenta cuatro historias a través de apuntes, datos y testimonios de distintos momentos de la vida del viejo Reales y de sus tres hijos, Ángel, Mariano y Pibe. Este último es el único creado, o recreado, pues se le hace jugar un papel muy posible que, sin embargo, no es su realidad. El mismo viejo Reales representa su muerte, que imagina en el cañaveral: "Machadito, para no sentirla". Esta muerte coincidirá, en el epílogo, con la muerte que le tocó, análoga a la representada.
El entrelazamiento estrecho entre el documento y la ficción configura un tercer género, que participa de los dos y los supera. La poesía, la belleza y la originalidad del film, elevado por momentos por gracia del ángel del viejo Reales, y por su verdad y su vida —después de su calificación por el Instituto Nacional de Cinematografía— será accesible al espectador argentino. Por lo menos, es lo que se espera.
Revista Panorama
04/05/1972
 

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