DE BUENOS AIRES A
SHANGHAI
Por José Arce
G. Kraft, 1948.
Libro amenísimo, de
lectura ilustrativa es éste en que el doctor José
Arce nos ofrece los apuntes de su viaje a
Shanghai.
Designado por nuestro
gobierno embajador en la China, con la misión de
instalar la primera embajada argentina en el
lejano país asiático, el Dr. Arce emprendió un
largo viaje para llegar a su destino. Los cuarenta
días que en tiempo normal le hubieran bastado para
arribar a Shanghai por la ruta elegida (África del
Sur, India, China) , se alargaron, al cabo, a
cuatro meses y medio. No obstante haber ocurrido
la rendición japonesa pocos días antes de su
partida, subsistía aún el estado de guerra que
obstruía el camino del Pacífico y,
consecuentemente, las dificultades para obtener
pasaje en los barcos. Estas circunstancias
obligaron al viajero a prolongadas estadías en
varias ciudades de la ruta en que debió hacer
escala.
En ningún momento esta
demora fué desaprovechada por el autor. Espíritu
curioso, interesado por todo lo nuevo que se le
presentaba a su conocimiento, se aplicó a aumentar
su ya rica experiencia con la que le brindaban los
ambientes exóticos.
El largo derrotero
marítimo y las escalas en ciudades africanas y
asiáticas están minuciosamente registrados en los
breves capítulos de este diario de viaje. Notas y
apuntes rápidos sobre tipos y costumbres;
informaciones sobre la actualidad; descripciones
geográficas, se suceden en las páginas de la obra
del Dr. Arce.
Durban y las ciudades
sudafricanas vecinas, Johannesburg y Pretoria;
Bombay y Calcuta, en la India; finalmente,
Chung-king y Shanghai, en la China, le han dado al
autor un abundante material para el relato
cotidiano del viaje. Sin pretensiones literarias,
en estilo llano, sencillo, su exposición es
objetiva y revela cierta preocupación por destacar
exclusivamente el aspecto externo de lo que
describe o por ceñirse tan sólo a la escueta
mención de lo que narra.
El problema de la
minoría india y el sentimiento nacionalista de los
sudafricanos; los jardines colgantes, las Torres
del Silencio (en las que la comunidad parsi de
Bombay coloca sus cadáveres para ser devorados por
los buitres) y el año nuevo hindú, en la India; la
pintoresca disposición de Chungking, edificada en
las laderas de varias colinas, con sus calles
superpuestas en diversos planos y las
interminables escaleras de acceso a sus casas, son
algunos de los numerosos aspectos en que la
observación sagaz del autor o su curiosidad
informativa se vuelcan en páginas breves, pero
ricas en intención y en colorido.
Pero es sobre todo
Shanghai la que, lógicamente, proporciona el mayor
número de observaciones y notas. En el transcurso
de los siete meses que
duró su permanencia, sólo interrumpida por cortos
viajes a Nanking y a Peiping, el doctor Arce ha
podido captar lo más típico de la populosa ciudad
china y de la citada ciudad imperial de la que
habíanle dicho que no conocerla equivalía a no
conocer la China, aserto que pudo comprobar era
exacto.
Con el viaje de
regreso, el autor completó la circunvalación del
globo. Hasta Shanghai debió recorrer media esfera
terráquea, pues la ciudad china está situada en
las antípodas de Buenos Aires. De Shanghai a
Buenos Aires, se desplazó, luego, en sentido
contrario al que tuvo su viaje de ida, para llegar
a la costa occidental de Estados Unidos y, después
de cruzar el territorio norteamericano, bajar por
la costa atlántica. Las pinceladas rápidas, de
toques seguros, en que ha reflejado su interesante
periplo destacan gráficamente sus alternativas y
lo hacen, además, con comunicativa simpatía. — L.
H.
* * *
SHUNKO
Por Jorge W. Abalos
Edición del autor.
La búsqueda incesante
de formas nacionales de expresión no ha tentado
casi nunca a los autores argentinos, especialmente
en el campo de la novela. De ahí que, teniendo
nuestro país un alto índice de calidad en su
producción intelectual, no haya podido forjar aún
una novelística nuestra, personal y propia,
distinta de las demás y valiosa por sí misma. Sólo
algunos novelistas
aislados han pulsado
los elementos estéticos que ofrecen la tierra, la
historia y el espíritu argentinos logrando obras
de perdurable belleza. Pero, en general, se da el
caso de que los temas y las formas de la novela
argentina salen de moldes extraños y
frecuentemente exóticos. Ni siquiera los altos
ejemplos de la novelística norteamericana o de la
brasileña, poderosas ambas y nutridas directamente
por los temas nacionales, han conseguido llamar a
la reflexión a la mayoría de nuestros escritores,
empeñados en la imitación de los modelos
extranjeros. Porque si bien es cierto que
solamente los temas universales alcanzan
inmortalidad, también es verdad que sólo con
formas y espíritu nacionales podremos dar al mundo
un estilo dignamente argentino.
De estas reflexiones
nace el mérito de "Shunko", vivido relato de
niños, mujeres y hombres perdidos en lo hondo del
campo santiagueño. Con estilo sencillo y
persuasivo, que alcanza a veces verdadera belleza
literaria, sin recurrir jamás a la retórica, el
autor nos ofrece un libro cuya lectura interesa y
emociona por la vía de la exaltación de lo
humilde, de lo humano. Observador sagaz y fino,
inteligencia sensible al fenómeno del hombre y su
medio, escritor de poético vuelo, Abalos ofrece a
las letras nacionales esta contribución cuya
premeditada modestia no disminuye la eficacia del
logro. Para quienes tienen sentido claro de la
dimensión nacional, de sus proyecciones en el
tiempo y de la trascendencia del material humano
en la realización del destino patrio, este libro
resultará como un himno de fe, como una
certidumbre de que el destino nacional está
referido a todos los argentinos, aunque, como
estos de "Shunko", estén perdidos en el agreste y
paupérrimo paisaje de Santiago del Estero.
Es, en resumen, esta
obra un hermoso ejemplo de cómo el hombre,
personaje universal de la literatura, puede
estudiarse y desmenuzarse con formas y métodos
estrictamente regionales, sin perder jamás su
profunda universalidad.
Un sustancioso y
elegante prólogo de Ernesto Palacio y un
vocabulario de la lengua quichua, en la que a
veces se expiden sus personajes, completan el
libro de Abalos. - F. U.
* * *
LA MUERTE EN LAS
CALLES
Por Manuel Gálvez
Editorial "El Ateneo".
Un nuevo libro de
Gálvez promueve siempre interés y se lee con
presurosa diligencia. No en vano la multiforme
obra de este escritor inquieto y laborioso alcanza
tiradas no comunes y se renueva constantemente en
un insistente afán de hacer y realizar.
"La muerte en las
calles" responde a las difíciles formas de la
novela histórica. Este género, tan difundido, se
presta como ninguno a despliegues de la fantasía,
aunque resulte paradójicamente basado en hechos
reales acaecidos en tiempo y lugar documentados.
Pero la libertad del novelista, que es el resumen
de la libertad del escritor contemporáneo, no
siempre respeta o acata los sucesos históricos y
más bien los subordina a los intereses de sus
personajes o al juego convencional de su
imaginación.
De ahí que resulte tan
difícil escribir una buena novela histórica que no
sólo describa y accione con personajes novelescos
sino que además los ubique correctamente en el
tiempo en que pudieron haber vivido, en relación
directa y respetuosa con los hechos ya fijos en la
historia legítima.
De todos modos, no
resulta lógico exigir en este tipo de creación
literaria una subordinación precisa y cronológica
a los sucesos históricos. Basta con que no se
desfiguren o falseen, para satisfacer los
propósitos de la novela. Interesa mucho más que se
dé el clima preciso y se reviva en el ánimo del
lector, con la emocionante precisión de la
historia, los momentos o situaciones que se
utilizan en el relato, para que la novela
histórica cumpla sus fines sustanciales: los de
una verdadera novela ubicada en un sitio con
resonancias precisas en el proceso de la formación
nacional.
Tal es el mérito
inicial de "La muerte en las calles". La dramática
lucha de un pueblo con decidida vocación de
libertad, contra el invasor que abate y sojuzga,
conforma los hechos de las invasiones inglesas,
que sucedieron en el Río de la Plata por los años
1806 y 1807. En aquel Buenos Aires colonial y
cristiano, pero ya fermentado de intenciones
independientes, ubica Gálvez los personajes de su
imaginación, mezclados con otros que vivieron y
actuaron en la época. Y por su libro desfilan, con
viva evocación, aquellos días heroicos y felices
en que el pueblo se batió en las calles y derrotó
al enemigo con resonancias épicas, dentro de un
tono profundamente humano y vital.
Aquellos
acontecimientos son revividos en este libro con
gran fuerza descriptiva y reiterados aciertos de
color y matices. Con su habitual prosa limpia y
sencilla, Gálvez logra dar un tono persuasivo y
emocionante a su relato de combates, escarceos,
preparativos y clima general de la ciudad en
ocasión de las invasiones y la Reconquista. Por
momentos, la relación cobra altura dramática con
la intervención del pueblo en masa, y son
particularmente felices las descripciones de los
movimientos y de la intervención de todo el pueblo
en los palíeles protagónicos. Es tal la habilidad
descriptiva del autor, que el gran escenario
aparece vivido y resulta fácil seguir los
movimientos de epopeya de los criollos empeñados
en el logro de la libertad. Paralelamente a esos
hechos, se desarrolla un romance atractivo y
simpático, en el que la niña y el bélico galán
logran por fin la felicidad, no sin sortear
alternativas difíciles, tramadas y descritas con
certero pulso de novelista.
Las figuras de
Liniers, de Álzaga, de los ingleses Beresford,
Pack, Whitelocke y de muchos otros personajes que
la Historia ha ubicado con precisión, tienen aguda
corporeidad en "La muerte en las calles". Escritor
incisivo, fino y eficaz, Gálvez los mueve con
cómoda digitación y los ubica certeramente en
relación con la época y los sucesos.
"La muerte en las
calles" es una novela lograda y plena. Hay en
ella, no sólo la habilidad del oficio, sino la
presencia segura de un proceso de creación
depurado y artístico. La visión de Buenos Aires en
días tan señalados, las pasiones y flaquezas de
los hombres y las mujeres, la lucha, el odio, el
patriotismo, la fe y el fervor, se muestran en un
panorama amplio y rico en detalles, equilibrado
todo por un sentido estético sin retórica ni
superficialidad.
Hay aún otro mérito en
este libro digno y atractivo: el de haber jugado
con un tema noble y sugerente, en tiempos como los
actuales, en que la tendencia de la novela se
vuelca hacia motivos extraños y enfermizos. Un
aliento de patria recorre las inflamadas páginas y
promueve en el lector la sensación de lo duro y
costoso que fué formar esta Nación tan empinada y
grande en nuestra edad. Con un tema profundamente
argentino, Gálvez no sólo da una novela espléndida
y prieta, sino que prueba las posibilidades que
aun guarda la temática nacional, para los
escritores que quieran y sepan verla. Y éste no es
mérito pequeño. — F. U.
* * *
Anuario del Futbol
Argentino Año XII 1949
Hace 12 años que Luis
Carlini compila, redacta, escribe, compone a mano,
imprime, encuaderna y edita el ANUARIO DEL FUTBOL
ARGENTINO, "todo ello a ratos perdidos como mero
pasatiempo". Es en realidad una enciclopedia del
fútbol y la única que se conoce. El volumen de
este año presenta el deporte al día y agrega, como
de costumbre, material de comentario y de
información sumamente valioso para los
aficionados, para los jugadores y para los
dirigentes de los clubs.
A. D. S.
* * *
LAS GRANDES ÉPOCAS DE
LA PINTURA MODERNA
Por Alfredo Tarruella
Universidad Nacional
de Cuyo, Mendoza, 1949
La historia del
hombre, de su cultura y de su civilización están
estampadas en sus obras de arte. La escultura y la
arquitectura, principalmente, nos dan la pauta de
lo que fué la humanidad en los siglos pretéritos.
En las ruinas de los templos, en los
bajorrelieves, en las estatuas leemos su historia.
Nada refleja tanto el alma, las virtudes y
pasiones de los hombres, como la obra de sus
manos.
La espiritualidad más
exquisita y el materialismo más grosero están
reflejados nítidamente en la historia de la
pintura. Cuanto más elevado está el espíritu hay
más belleza y delicadeza; cuanto más metalizado y
descreído, más inferior es su producción
artística.
"Las grandes épocas de
la pintura moderna", de Alfredo Tarruella, es una
síntesis histórica de la pintura desde la Edad
Media hasta nuestros días. Este trabajo está
escrito con erudición; se advierte que el autor
domina el asunto y lo agota, instruyendo al lector
acerca de un tema poco conocido en forma
agradable.
Llegado el hombre de
la Edad Media a la cumbre de religiosidad, produce
lo más sublime en pintura. Las obras de arte
religiosas de esta edad de oro del espíritu no
podrán ser jamás imitadas. Pintores como Memling y
Fra Angélico, místicos y poetas, dice el autor,
"coexisten con los colores de la ternura, de los
que ven con los ojos del espíritu, de la humildad,
de la resignación, de la inocencia". Más adelante
agrega: "La transparencia, el misterio, la
diafanidad de las vidrieras góticas, nos
maravillan y conmueven en el mundo ultraterreno
del pintor de Florencia. En sus tablas de santos y
madonas, florece bellamente la Edad Media".
Pero la humanidad
entra en el Renacimiento. El espíritu cede ante la
avalancha de la forma y el color. Es el comienzo
del endiosamiento del hombre.
"Quien piensa en
Leonardo, dice Tarruella, se acerca al intelectual
racionalista que, aunque creyente, no es ya el
hombre absoluto de otros tiempos. Su obra maestra
está lejos de ser, como la de Memling, una Virgen;
su obra maestra, es una mujer sensual, orgullosa
y enigmática. Es su obra, es su siglo, es su época
que anuncia el escepticismo de Montaigne. La
antigüedad pagana despierta y los dioses griegos
salen de su olvido de once siglos. La Gioconda no
es una obra más de la pintura universal, no es
otra gran obra maestra del arte formal del
Renacimiento. La Gioconda representa una época que
desplaza con su nueva filosofía a otra que se
oculta, pero que deja vivas sus obras
Con el protestantismo
y el libre examen la fantasía del hombre se halla
limitada. Esta doctrina, fría y árida, no puede
alentar en los espíritus el vuelo de la mente ni
el amor en los corazones. Quien no ama no es capaz
de grandes hazañas y menos aún de crear obras de
arte. La humanidad va cayendo y, con ella, el
arte, hasta llegar a nuestros días en lo absurdo
del cubismo y en lo grosero del surrealismo.
Gracián dice que "lo
bueno y breve es dos veces bueno". Este opúsculo
de Tarruella es así, bueno, muy bueno, y, además,
breve. Admira que en tan pocas páginas el autor
haya podido desarrollar a fondo un tema de grandes
proporciones. Si tan preciosas páginas se hubieran
completado con las fotografías de los cuadros
célebres citados, hubiéramos salido más
gananciosos los que tuvimos la suerte de leer tan
excelente trabajo. — J. C. M.
***
THEMIS
Por Gioconda Bertoia
Edición de la autora
Setenta y tres poemas
entre los que predomina el romance, componen este
libro de versos —el tercero— de Gioconda Bertoia.
Son poemas referidos a los temas más dispares y
distantes, sin responder a otro plan, que el de
cantar las cosas según se las ve o se las siente.
Dentro de esta línea, la poesía de Gioconda
Bertoia es fina y apreciable. Los hombres y las
cosas impresionan su sensibilidad y ella construye
sus versos sin desdeñar motivos ni eludir la
vocación de canto para la que está indudablemente
dotada.
Algunas influencias
son sensibles en su modo de expresión, sobre todo
en los romances, cuyos maestros han agotado de tal
modo sus posibilidades formales y expresivas, que
resulta muy difícil realizarlos sin caer en la
reedición de esos poetas señeros. Los otros poemas
del libro, escritos con sencillez casi siempre
respetuosa de las formas preceptivas, tienen un
tono uniforme y dan su mensaje límpido y sincero.
Toda la poesía de
Gioconda Bertoia está marcada además por el signo
del fervor humano. Hay en ello un deseo
transparente de que el hombre sea mejor y goce más
plenamente de las pequeñas felicidades de que el
mundo está lleno. Ese afán bondadoso da un tono
tierno a sus versos y caracteriza toda su
temática. Pero por sobre toda otra cosa, se
advierte en "Themis" una sensibilidad de mujer
abierta al mundo y una necesidad de cantar que se
vuelca con naturalidad, con llaneza, con los
atributos limpios de la verdadera poesía. — F. U.
Revista Argentina
01/11/1949
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