Mágicas Ruinas
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MARXISMO, BUROCRACIA Y TERCER MUNDO
Por LUIS GREGORICH
Suele ocurrir que ciertos libros valen más por lo que nos incitan a pensar —a menudo, para rebatirlos— que por la justeza intrínseca de la tesis que proponen. Esta cualidad revulsiva caracteriza a “Marx y el Tercer Mundo”, de Umberto Melotti

UNA obra seria inspirada en el pensamiento marxista es para el lector, de por sí, un desafío no exento de riesgos. La cotidiana guerra ideológica y política en la que estamos sumergidos hace que determinadas palabras posean una carga emotiva y hasta policial que parecen frustrar cualquier discusión objetiva. Se procura que para el hombre común la palabra marxismo evoque el terror, los hielos de Moscú, el ateísmo, la omnipotencia del Estado. Cuando es detenido un “extremista”, la policía encontrará con seguridad literatura marxista en su dormitorio. Y la mayor culpa del marxismo es “fomentar” la lucha de clases (como si Copérnico hubiese “fomentado” el movimiento de la Tierra en torno del Sol, o Einstein “fomentara” la teoría de la relatividad).
A estos equívocos provenientes del exterior del marxismo deben añadirse otros que, en cierto modo, se originan en su interior. Con sus errores, lagunas y dudosas profecías, el marxismo es, sin embargo, la única gran filosofía de nuestra época, la que ha impregnado, por acción o reacción, todas las experiencias políticas y sociales del presente siglo. Ello necesariamente ha suscitado una nube de escoliastas e intérpretes que han enriquecido, más frecuentemente, deformado el núcleo teórico primigenio. Dos corrientes han sido particularmente nefastas en este último sentido: por un lado, el reformismo socialdemócrata, que desde fines del siglo anterior ha diluido las verdades más vivas del marxismo: por el otro, el dogmatismo stalinista, que, con la excusa de la defensa de la construcción del socialismo en un país determinado, consiguió casi convertir al marxismo en una doctrina de Estado, mecánica y congelada.
En nuestros días la vuelta a Marx parece ser la voz de orden. La sucesiva edición crítica de los Manuscritos económicos y filosóficos y, sobre todo, de los Grundrisse ha contribuido a reintegrar al marxismo su potencia y lozanía. Melotti, afortunadamente, pertenece a la nueva generación de estudiosos marxistas que se ha desembarazado de los prejuicios del pasado más o menos cercano, yendo en busca, paradójicamente, del pasado más lejano de las fuentes. Pero su libro no es interesante sólo por esto, sino también, como se verá en seguida, por plantear —no siempre en forma adecuada— la realidad histórica de nuestro mundo a través de un método marxista auténtico.

Del "modo asiático" a la burocracia
Más allá del título de la obra, un tanto fraudulento —¿dónde aparece el Tercer Mundo tal como lo entendemos hoy?—, su contenido puede buscarse en la explicación que la portada ofrece en forma de subtítulo: “Contribución a un esquema multilineal de la concepción del desarrollo histórico elaborada por Marx”.
Melotti rechaza lo que él denomina interpretación unilineal del esquema de desarrollo histórico implícito en el pensamiento de Marx. Tal interpretación (con todas sus subvariantes) se limita a postular cinco etapas inexorables en el desarrollo histórico de la humanidad: comunidad primitiva, sociedad antigua, sociedad feudal, sociedad capitalista y sociedad socialista, con sus respectivos modos de producción.
Con agudeza, Melotti observa que este unilinealismo ha servido muchas veces para justificar —¡desde una perspectiva marxista!— el racismo y el colonialismo, haciendo pasar por "etapas necesarias” de desarrollo de países “atrasados” lo que no eran sino episodios de rapacidad imperialista, basados en la destrucción indiscriminada de los modos de producción preexistentes en las comarcas conquistadas a sangre y fuego.
El libro presta singular atención a uno de los puntos últimamente más examinados y revalorados del análisis marxista de la historia: el llamado modo de producción asiático. Se trata, como se sabe, del modo de producción típico de ciertas sociedades antiguas (no sólo del Asia, sino también del África y aun de la América precolombina) en las que no hay propiedad privada de la tierra, cuyo único dueño es un Estado fuertemente centralizado y protector. El modo asiático, absolutamente peculiar, se diferencia tanto del esclavismo de la sociedad antigua (griega y romana) como del feudalismo medieval (presente también en el Japón del shogunato). Para este esquema. Rusia, a pesar de los esfuerzos de occidentalización emprendidos por Pedro el Grande, continuó siendo un país “semiasiático” hasta la revolución de 1917.
Tomando como eje el modo de producción asiático, a la par de los otro” más tradicionales, Melotti construye un esquema de desarrollo histórico mutilineal, con opciones más complejas y menos mecánicas para cada etapa. En definitiva, la propuesta es la siguiente: aunque la próxima etapa de desarrollo de la humanidad será, sin duda, el socialismo, por ahora no hay ninguna forma social vigente que merezca este nombre. Todo lo que hay es capitalismo desarrollado (Europa occidental, Estados Unidos, etc.), capitalismo subdesarrollado (India, etc.) y colectivismo burocrático (Unión Soviética y China). Esta última forma, surgida en sociedades que han frecuentado el modo de producción asiático, no es, para Melotti, ni capitalismo de Estado (no hay mercado ni real plusvalía) ni socialismo embrionario o semisocialismo; es, sencillamente, algo distinto, una clase de sociedad que Marx no podía haber previsto y que está tan lejos —o cerca— del socialismo como el capitalismo. De donde Melotti concluye afirmando, igual que Marcuse, que el socialismo y la liberación del Tercer Mundo sólo podrán instaurarse si se produce la revolución en los países avanzados.

El marxismo, ese desconocido
En medio de la selva de la bibliografía marxista actual, pocos libros pueden ser tan útiles como este de Melotti para que el lector corriente, curioso en temas de política e historia, obtenga una información adecuada acerca de las concepciones básicas de una filosofía de la que todos hablan pero que muy pocos han transitado siquiera en sus rudimentos. Los que supongan que marxismo y socialismo son simples emanaciones ideológicas de los dos colosos enfrentados a Occidente, es decir, la Unión Soviética y China, se encontrarán aquí con la sorpresa de que el autor ni aun considera socialistas a esas sociedades, aunque él mismo hable desde un punto de vista marxista riguroso y actualizado.
Al asumir su propia crítica, el marxismo demuestra §u capacidad para superarse y continuar ostentando con justicia el título de única utopía histórica válida de nuestro tiempo. Sólo él podrá hacer por fin verdaderamente asequible esa sociedad en la cual, como decía Marx con una fórmula que compendia la simultánea superación del individualismo burgués y del colectivismo represivo, “el libre desarrollo de cada uno sea la premisa del libre desarrollo de todos”.
Así como Máxime Rodisson (en sus análisis marxistas sobre la sociedad islámica), Maurice Godelier y Lucien Sebag (en sus diversos enfoques de las relaciones entre marxismo y estructuralismo), Eric Hobsbawm (en sus trabajos sobre las sociedades precapitalistas y sobre el movimiento obrero), Roger Garaudy (alejado de la ortodoxia burocrática después de su separación del Partido Comunista Francés) y otros, Umberto Melotti es uno de esos escritores que consiguen hacer legible el sentido que hoy tiene el marxismo, o, mejor
dicho, nos permiten que volvamos a leer, en la segunda mitad del siglo XX, a Marx y Engels.

¿Y el Tercer Mundo?
Si consideramos a Marx y el Tercer Mundo una obra acerca de los esquemas de desarrollo histórico en Marx, tendremos, como se ha visto, poco que reprocharle. En cambio, si nos atenemos a la promesa de su título y a algunas observaciones de Melotti sobre países africanos y latinoamericanos —Cuba, por ejemplo—, deberemos tomar alguna distancia con él por más que coincidamos con sus propósitos generales.
Europeo tanto como marxista, Melotti sitúa a los países desarrollados en el centro de la discusión. De acuerdo con tales premisas, la revolución socialista en un país del Tercer Mundo no puede concebirse, pues inexorablemente ha de ser desviada de su curso por obra del influjo de alguna de las grandes potencias mundiales, para recaer en el capitalismo dependiente o bien para adoptar una variante del colectivismo burocrático. ¿Un marxista, pues, legaliza tácitamente las bondades del reformismo y de la “tercera posición”?
Quizás lo que ocurre es que Melotti se olvida un poco del marxismo cuando se le presentan, como un fantasma, los países subdesarrollados. Pero inclusive en este aspecto, con sus omisiones, incita a los pensadores marxistas del Tercer Mundo a brindar modelos de investigación válidos acerca de sus respectivas sociedades. Por ejemplo, la formación de nuevas clases en los países de capitalismo dependiente —como burocracias populistas o militares— aún espera un abordaje marxista tan certero como el que han sufrido la propia Unión Soviética y China. No será Melotti quien pueda hacerlo, y sepamos agradecerle su honestidad intelectual y su franqueza en proclamarse europeo y metropolitano, sin que ello nos obligue a aceptar de buena gana su pesimismo respecto a nosotros.
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1974. 253 páginas.
REDACCION
octubre 1974
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