Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

norman mailer
Norman Mailer: El santón de Brooklyn
Al borde de la pista del Aeropuerto de Wurtsboro, estado de Nueva York, un hombre alto, de hundidos ojos azules y desordenadas matas de pelo gris, estaba practicando boxeo en el pasto húmedo. Parecía hallarse algo por encima de su peso normal, pero se movía con agilidad a pesar de la gruesa tricota azul, los pantalones largos y los dos pares de medias. Con un gruñido suave y satisfecho tiró un último golpe de izquierda y se encaminó a un planeador cercano: iba a ser la primera vez que manejaba un avión, mucho menos uno sin motor, así que debía sentir algo así como un nudo en la boca del estómago. Pero sus años de boxeador aficionado tenían que servirle para algo, y antes de que el avión remolcador hubiera llevado su Schwitzer hasta los tres mil pies y lo dejara librado a sus medios, prefirió contragolpear, soltándose por su cuenta y largándose en la zambullida más bonita que hubiera visto nunca el grupo que miraba desde la torre de control. El hecho de que hubiese roto la primera ley del planeo ("nunca te hundas más de lo que debes”), no le quitó a la zambullida del boxeador nada de su belleza ni de su osadía. En realidad, sólo motivó la pregunta de la despampanante Deborah Whitman, alumna del Vassar College que acababa de obtener su licencia de vuelo: “¿Mailer hace estas pruebas muy seguido?”
Norman Mailer ha convertido a menudo las locuras de los demás en su actividad cotidiana. A los 45 años, este escritor de fama mundial ha reescrito las reglas de una cantidad de juegos, y el año pasado ha batido su propio e imbatido record de actividad. Escribió su quinta novela, Why Are We in Vietnam?; dirigió tres films —sobre la mafia (Wild 90), la policía (Beyond the Law) y sus propias fantasías presidenciales (Maidstone)— en su primera temporada como cineísta; inventó una nueva forma literaria, la novela periodística, para contar la historia de la marcha antibélica que se llevó a cabo el último otoño contra el Pentágono y de la cual participaron Robert Lowell y otros (The Armies of the Night). Después se descolgó sobre las dos convenciones políticas
como reportero de la revista Harper’s, y en cuatro semanas descargó 70.000 palabras que llenaron virtualmente, por segunda vez, una edición de Harper’s (la primera había sido The Armies of the Night).
Miami and the Siege of Chicago se ha convertido ya en un libro de 223 páginas (Signet Books, New American Library) y su creación fue un tour de force, no solamente por el hecho de que tantas palabras fueron escritas tan rápidamente, sino porque además son hermosas, exactas y verdaderas. En The Armies of the Night, lo que le ocurre a Mailer suele ser contado con más precisión que la misma marcha; en su nuevo libro pasa lo contrario: Mailer, el novelista, hace uno solo con el Mailer que se refiere a sí mismo como “el cronista”. El cronista se limita a describir la historia oficial, los discursos, las maniobras y las peleas callejeras; el novelista, aunque solamente interfiere con los hechos para suprimirlos cuando le parecen irrelevantes, trata de bucear verdades más profundas.
Cuando Nelson Rockefeller aterriza en el Aeropuerto Opa Locka de Miami, el cronista está allí para recibirlo, anotar que recorrió durante su campaña 45 estados y apuntar sus declaraciones. El novelista observa simultáneamente que “Rocky parece peor que en las fotos, la carne gris, gris como el pavimento de Nueva York, gris como un viejo idiota”. Esta técnica doble se puso a funcionar a altas revoluciones en la única conferencia de prensa que dio Richard Nixon en Miami. Mailer entremezcla el texto de las respuestas de Nixon con sus propios comentarios, lo que coloca al candidato bajo un brillante foco estereoscópico. Al final, Mailer decidió que no pudo evaluar a este nuevo Nixon y decidir si “era un hombre serio... o si el joven demonio se había transformado en un demonio más consumado, una especie de moderno Abe Lincoln plagado de modestia”. Así fue cómo, para Mailer, Nixon se constituyó en la personalidad más interesante de la convención (ver la carta abierta que le envía a Nixon).

Una tranquila juventud
Mailer nació en Long Branch, Nueva York, el 31 de enero de 1923, y fue el único hijo del contador Isaac B. Mailer y de su mujer, Fanny Schneider. La familia se trasladó a Brooklyn poco después, “el barrio judío más seguro de los Estados Unidos”, como lo llama Norman. Mientras tanto, el pequeño cursaba el primario, tomaba lecciones de saxofón y de clarinete, fabricaba aviones de juguete y traía a casa las mejores libretas de calificaciones del mundo.
Mientras estaba en el colegio escribió un cuento corto sobre una invasión marciana. Su madre, que ha llenado cinco estantes con sus obras adultas, incluso traducciones a trece idiomas, reserva un lugar de honor para las dos libretas de anotaciones que contienen ese primer esfuerzo. Aparte de esto y del discurso que pronunció en su Bar Mitzvah, donde expresaba el anhelo de seguir los pasos de “los grandes judíos, Moisés Maimónides y Karl Marx”, Norman Mailer vivió una tranquila juventud y se inscribió en Harvard en el otoño de 1939 para aprender ingeniería electrónica. Allí se volvió famoso por dos cosas: por alojar a una chica por más de 48 horas en su cuarto de estudiante, y por ganar el concurso literario de la revista de la Universidad. Robert Gorham Davis, profesor de Columbia, que en ese entonces enseñaba Literatura en Harvard y que lo incitó a entrar en el concurso, lo recuerda como “un estudiante intenso y querible, que aun a esa edad tenía una seguridad asombrosa”.
Una parte de esa seguridad incluía la ambición de escribir la Gran Novela Norteamericana de Guerra. Mailer declaró, años después: “Debo confesar que alrededor del 8 o del 9 de noviembre de 1941, en las 48 horas después de Pearl Harbor, mientras los jóvenes llenos de dignidad pensaban cómo podían cooperar en el esfuerzo bélico, y los jóvenes llenos de sentido práctico decidían cuál sería la mejor manera de ubicarse en la Administración para cobrar buenas comisiones, yo me ensombrecía cavilando si era mejor escribir la gran novela de la guerra apuntando al Pacífico o a Europa...”
Sospechó que era Europa, pero lo enviaron al Pacífico y se convirtió en “el tercero”, empezando por la cola, de un grupo de 12 reclutas. En cuanto terminó la contienda, se sentó junto con su primera mujer, Beatrice Silverman, a fabricar la soñada novela.

El socialista romántico
Cuando en 1948 se publicó Los desnudos y los muertos, Norman y Bea estaban paseando por Europa y recibieron la noticia del fulgurante éxito del libro por una carta que leyeron en Niza de casualidad. Su nuevo escalón fue: “Fama, Celebridad, y Mal Hígado; léase Time para todos los detalles incorrectos”, como explicó recientemente en una reunión en Harvard. Su maciza novela sobre una patrulla en el Pacífico, intencionalmente modelada sobre sus favoritos Hemingway, Dos Passos y James T. Farrell, lo lanzó al tope de la lista de los best sellers y le ganó el aplauso de casi todos los críticos.
Después de un breve e improductivo paréntesis como guionista en Hollywood, Mailer retornó al Este. En 1955 publicó su novela sobre Hollywood, El parque de los ciervos, la última que iba a escribir dentro de la tradición realista que había producido Los desnudos y los muertos. El parque, que insumió cuatro años de trabajo, no fue un éxito, y Mailer decidió que no era él quien estaba fuera de onda, sino “ellos”, los otros, que estaban supuestamente al mando de la máquina, los que no sabían lo que hacían. Su punto de vista se convirtió en el de la víctima, del marginado.
Como dice Norman: “Yo pensaba, Dios mío, no somos inferiores. Y nos están matando, porque no saben lo que hacen. Manejan la máquina y no saben cómo. Yo quería creer que nosotros la podíamos manejar mejor; entonces, de golpe, me puse muy complicado. Tenía ideas completamente locas. Creía en las orgías. Una vez que uno ha decidido que nadie sabe cómo manejar la máquina, entonces se ve a uno mismo manejándola. Y entonces uno se vuelve muy curioso con respecto a sí mismo, empieza a hacer todo tipo de experimentos. Me puse a mí mismo en un laboratorio”.

El vientre metafísico
En su laboratorio personal, Norman experimentó con todo; marihuana, meditación, escribir columnas insolentes en The Village Voice (al que ayudó a fundar y del cual le pertenece todavía el 15 por ciento de las acciones). Apuñaló a su segunda mujer, Adéle Morales, en un celebrado crime passionnel que lo obligó a una corta internación en el Hospital Bellevue, para una cura psiquiátrica. Leyó poemas “obscenos” en la Asociación Cristiana de Jóvenes de Manhattan, y consiguió que le bajaran el telón en la mitad del recital.
Pero la médula de su pensamiento, sus escritos y su vida, lo constituye su propia marca de existencialismo, que él llama “el último de los humanismos” y que se preocupa de “la muerte, la desesperación y el miedo, las intimaciones de la nada, el misterio del temperamento y la lógica del compromiso; sugiere que el hombre conoce más sobre la naturaleza del agua si estuvo a punto de ahogarse”. Para Mailer, un estudioso de los trabajos psicoanalíticos de Wilhelm Reich, el orgasmo es “el momento existencial inescapable”.
El “nuevo” Norman fue en realidad catapultado a escena en 1959, cuando apareció su recolección de obras cortas Advertisements For Myself, un título que causó escozores irritantes en el mundo literario. Además, en un capítulo se dedicó a enumerar las faltas de sus principales rivales en la literatura: William Styron, James Baldwin, Saul Bellow y otros. Fue grosero, profanador, egomaníaco; pero el lado salvador de esta autopublicidad maileriana estuvo —y sigue estando— en la total honestidad para declarar sus propias fallas, en la demoledora ironía contra si mismo."
Sus investigaciones de lo que él llama “nuevas complejidades morales”, han enfocado a una serie de héroes que son, para estos caóticos tiempos, lo mismo que “el héroe” de Hemingway fue para los años 20 y 30. En esa oscura fantasía urbana que es An American Dream, esa figura está representada por Stephen Richards (Raw-Jock) Rojack; medalla de oro de Harvard, valeroso en la guerra, personalidad de la tv, sodomita y asesino de esposas. Como los protagonistas de Mailer en la vida real —de Gaulle, Fidel y varios boxeadores—, Rojack parece vivir cada momento como si fuera el último.
Su famosa agresividad, que aparece generalmente en fiestas y en grandes manifestaciones, se exhibió ufanamente el último verano durante la filmación de Maidstone. Había reunido a una turba de amigos, actores, modelos, tres de sus cuatro esposas y todos sus hijos, en dos fincas de Long Island, para filmar la historia de la campaña presidencial de un director de cine. Mailer dirigió el film y asumió el papel del protagonista. En el curso de una filmación maratónica de cinco días, que incluía escenas de tentativas de asesinato y un prostíbulo masculino. Mailer le rompió la mandíbula al actor Lane Smith en una secuencia de boxeo. A medida que la ficción se confundía cada vez más con la realidad, Mailer le semi-arrancó una oreja a otro actor delante de las cámaras.
Sea lo que fuere que haga Mailer, nunca será fofo o confortable. Novelista, periodista, actor o director, siempre está tratando infatigablemente de sintetizar las relaciones entre el arte y la vida, en un estilo que les convenga a ambos. Al final será la literatura la que permanecerá, y-aquí Mailer sigue demostrando el máximo talento en una época con talento.
Copyright Newsweek, 1969.
PRIMERA PLANA
7 de enero de 1869

_recorte en la crónica_
CARTA A NIXON
(fragmentos)
•Como usted ha sido el primero en darse cuenta vivimos en una época tan dividida que el momento más conmovedor de su campaña fue la leyenda de un cartelón, Reunifíquenos, llevado por una muchacha entre el gentío, mientras comenzaba a anochecer. Estamos todos hambrientos de un sentimiento honesto que tranquilice nuestra golpeada psicología; tan hambrientos, que uno puede llegar a concebir la idea demoníaca de que no es posible conocer el momento exacto de ningún hecho. Sin embargo, es imposible, en la edad de la propaganda, no sospechar que la muchacha y el cartelón pudieran ser la brillante idea de un joven y brillante ejecutivo de anteojos de carey, quien se propuso simplemente programar la escena y convirtió el significado de la leyenda, de un sentimiento en una operación de tecnoestructura.
•Esperemos, señor, que sea usted lo suficientemente inestable como para moverse por caminos insospechados, para sus críticos y hasta para sus partidarios. Si por un lado usted es un creyente en la tecnoestructura, por el otro es un conservador: cree, o pretende creer, en la inmanencia de Dios, el alimento de la tradición y la santidad de la Naturaleza. La sociedad tecnológica que usted comienza ahora a administrar procede a destruir estas tres cosas a una velocidad mucho mayor que el comunismo de sus peores pesadillas. Usted, como todo norteamericano, debe lidiar con un problema que es nada menos que la agonía del siglo veinte.
• Una vez, en televisión, en un programa llamado Línea de fuego, el autor de esta carta le dijo a William F. Buckley que él pensaba que las dos figuras políticas más grandes de la actualidad eran Fidel Castro y Charles de Gaulle. Fue la única vez que vio a Buckley quedarse con la boca abierta en un debate. Si usted consideró que esa opinión era lúcida, entonces podrá esperarse con optimismo que, como Presidente, será capaz de contribuir con uno o dos pensamientos asombrosos al teatro político norteamericano y a nuestro sentido dramático del arte democrático. Si, por el contrario, usted se queda perplejo ante la alabanza de semejantes líderes, estaremos obligados a admitir que la salud de una buena sociedad, en tiempos malos, puede provenir de la inteligencia de reconocer el mérito en el menos indicado de los hombres. Pero aquí estoy de nuevo trabajando para mí, ¿o acaso le estaré haciendo el juego a usted?
Suyo, por una administración próspera e imaginativa,
Norman Mailer.

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