Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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Aldo Ferrer

LA INFLACION Y SUS FANTASMAS
Fue durante la primera etapa de la gobernación de Oscar Alende en la Provincia de Buenos Aires, cuando su nombre acaparó la atención de los entendidos. Protagonista de una especie de intento de reforma agraria, acusado por un sector del Gobierno nacional (Frigerio), por la oposición y espantadizos terratenientes, debió abandonar el Ministerio de Hacienda en 1960. Desde entonces, Aldo Ferrer fue uno de los pontífices que, desde el llano, anatematizó la política económica que se prolongó hasta la caída de Ongania. Ahora llega al Gabinete nacional como titular de Obras Públicas, un puesto que, para algunos de sus amigos, "le queda chico".
Es probable. Nacido en 1927, se graduó en Ciencias Económicas a los 22 años y muy pronto se hizo conocer en las esferas intelectuales. Sin embargo, ya ha dejado de ser el niño terrible de las primeras épocas. Las tentaciones de la Administración Pública lograron arrancarlo de su estudio de la calle Florida, para hacerle compartir las responsabilidades del poder.
El aporte más significativo de este economista se resume, por ahora, en las ochocientas páginas de sus dos libros principales: El Estado y el Desarrollo Económico y Economía Argentina. En ellos describe, con la prolijidad de un artesano, la maraña de insuficiencias y distorsiones que explican el subdesarrollo.
Entre 1950 y 1953 fue funcionario de las Naciones Unidas. Tres años después, durante el Gobierno de Pedro E. Aramburu, se desempeñó como consejero económico de la Embajada argentina en Londres. Poco antes se había afiliado a la Unión Cívica Radical Intransigente, un partido en el que militó desde el Ateneo
9 de Noviembre, que dirigía Eduardo Rosenkranz. Limitado a sumar y restar los bienes de la Nación, nunca adhirió a las veleidades de los pequeños caciques barriales, con lo cual se ganó su animadversión.
En 1965 encabezó en la Capital una lista ucrista de candidatos a Diputados: la derrota fue su fortuna. En 1969, finalmente, la Academia Nacional de Ciencias Económicas lo incorporó como miembro de número. Fue recibido el 2 de julio por Alejandro Shaw, quien lo trató con especial simpatía: "No es un conformista; en esta casa encontrará colegas que tampoco lo son. Ferrer es un patriota; le duele la Argentina que descubren las cifras; el dolor es la forma más auténtica del patriotismo". Quizás emocionado, el actual Ministro replicó con un largo discurso sobre el capital extranjero en la economía argentina. Fue un pretexto para desplegar su tibio nacionalismo, que la Academia ya está en condiciones de absorber.
Ya el año pasado, las inversiones extranjeras dejaron de merecer su repudio: "En el marco de la situación actual, lo que interesa no es restringir ni crear problemas a las subsidiarias de empresas extranjeras que actualmente operan en el país y que han prestado una contribución positiva al desarrollo".
A medio camino entre la especialización ditelliana y la omnipotencia frigerista, Aldo Ferrer es el autor de una teoría según la cual la economía argentina puede integrarse al tiempo que se abre a los avatares del comercio internacional. Hasta mediados de junio, lideraba el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), un ente que cada cuatro meses abonaba sus teorías con detallados estudios de coyuntura.
Su vida familiar transcurre junto a Susana Lusting, una psicoanalista del núcleo ortodoxo de Arnaldo Rascovsky, y sus hijas Carmen y Amparo. Sigue estudiando con fervor, sobre todo, los problemas de la dependencia tecnológica; ese es el tema que le faltaba para completar su visión.
18/VIII/70 • PERISCOPIO Nº 48 • 23

Eleonora Duse, Dibujo de Cao

 

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