Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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Balderrama

BOLICHE EN TIEMPO DE ZAMBA
Era un refugio nocturno de cocheros y folkloristas nostálgicos, pero a partir de la zamba pergeñada por Manuel Castilla y el Cuchi Leguizamón, el Balderrama se ha convertido en una suerte de visita obligada para todo turista que pise Salta. Y si los antiguos parroquianos se quejan. Daría, Juan y Celestino Balderrama, que heredaron la propiedad del boliche, saltan en una pata: los clientes que atiborran el local noche tras noche suelen ostentar un poder adquisitivo que permitió acrecentar las arcas del lugar. Sólo que ahora nadie lo llama El Calefón, alusión a la cantidad de quemadores (bebedores) que amanecían cantando, luego de haber degustado hectolitros de buen vino cafayateño .
Pero tuvo que resignar parte de su condición de cuna del folklore para transformarse en una peña donde los visitantes reolaman, colmo cosa típica, la López Pereyra y otras canciones que la sociedad de consumo popularizó: "La gente del boliche se va apartando —se lamenta el Cuchi—. Cuando llegan los "finos" los otros se sientan lejos y miran. De madrugada, cuando la noche produce la desbandada turística, vuelve el viejo clima de antaño. Pero Balderrama, ya no es Balderrama, lo mismo que la Salta de hoy es distinta a la de ayer. Proceso natural, claro."
Leguizamón y Castilla tienen, en realidad, motivos para ejercitar su nostalgia, desde el día que, en una mesa del boliche, Manuel le propuso al Cuchi "hacerle" una zamba. "Al tiro. Haceme la letra y yo le hago la música", se entusiasmó Leguizamón. Fue por el '67, cuando, según Castilla, "este bodegón era un lugar lleno de gente pintoresca, aunque ya no existía el sindicato de cocheros. Pero todavía era boliche y picantería: se comía picante de panza, de pollo, de pata, de suyo o nonato". Sólo que cuando Mercedes Sosa grabó la zamba (con anterioridad lo hicieron el Dúo Salteño, Los Nombradores y El Paico Guerrero) y la popularizó, comenzaron a caer al Balderrama gentes que pedían "una comida rara" y, según el Cuchi "esperan que les caiga la emoción o algo así. Entonces muchos se decepcionan e inventan pasados llenos de crímenes para el boliche. Debe ser una actitud inconscientemente compensatoria", arriesga. Con todo, el lugar sigue conservando su frente de ladrillos; en el interior, un poco de pintura y cuadros en las paredes festejando la zamba propia, son las únicas diferencias con el pasado bello, irrecuperable.
Revista Siete Días Ilustrados
01.10.1973

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