Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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Carlos Monzón

Banderas, pitos, sirenas y matracas. El avión azul fletado por la gobernación de Santa Fe acarició suavemente el cemento de Sauce Viejo. Una explosión sacudió la provincia. Carlos Monzón asomó su cara de grandes pómulos por la ventanilla y no lo pudo creer: una avalancha, una ola gigante de santafesinos rodeaba el aparato. Pasó media hora antes de que la policía despejara la pista y el campeón del mundo pudiera bajar. Después, increíble caravana por la ruta 11 hasta la casa de gobierno. Tres horas para recorrer los 15 kilómetros. Más banderas, más pitos, más sirenas. Al fin, empapado y jadeante, Monzón apretó la mano del gobernador Sánchez Almeyra. Pero hubo más: a las diez y media de la noche, la avenida López y Planes y el estadio de Unión estaban copados por una multitud enloquecida. Cuando llegó el campeón se terminaban las últimas gotas de la fiesta de la cerveza. Todavía, los más fanáticos podían sostener sus cartelones: "De Santa Fe para el mundo". Cuando el presidente de Unión —el club de Carlitos— le entregó el trofeo (se necesitan dos hombres fuertes para levantarlo), el nuevo rey derramó las primeras lágrimas de la jornada. Había aguantado 12 horas de júbilo sin quitarse la sonrisa, pero no pudo más. A la madrugada, los últimos estoicos comentaban: "Nunca pasó nada igual en Santa Fe". Era cierto: hasta se olvidaron que unas horas atrás Unión ha bia perdido dos a cero contra Huracán. El domingo 15 hasta las derrotas fueron victorias.
Revista Gente y la Actualidad
19.11.1970

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