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—¿Toca todos los días?
—Todos los días, por supuesto. Dos o tres horas, para "estar en
dedo". Si se deja de tocar un par de días, los dedos se ponen
ariscos. Hay que trabajarlos siempre.
Pudoroso, Falú no mostrará los folletos, los discos, los
recortes que explican de qué rotunda manera es una figura que ha
edificado el respeto por la música de los argentinos en todas
partes. Pero allí están: "Eduardo Falú, una guitarra por el
mundo"; "Eduardo Falú in Argentina"; "Recital 63, Eduardo Falú"
(Japón); "Alma de guitarra" (Japón); "Argentinian gives concert
of beauty" (Santa Bárbara News Press, de California); "Lyricism
of a guitar" (San Francisco Examiner), muchos otros. El gato
parece dormido pero vigila, eternamente desconfiado y solo.
Nefer, su mujer, y Juan José, su hijo menor —el mayor, Eduardo,
está en e| Liceo Militar—, charlan en voz baja. Diez minutos
después, padre e hijo tocarán Bach a dos guitarras y Belgrano se
oscurecerá porque ha desaparecido el sol de Buenos Aires.
—¿Suele volver a Salta?
—Siempre. Tengo hermanos allí y muchas cosas que tiran. Hace un
montón de años que estoy en Buenos Aires y todavía me desesperan
los autos amontonados, la falta de silencio. A mí me gustan los
ruidos de la gente contenta, pero no los ruidos inútiles.
Fragmento de reportaje de Mario Mactas y fotos de Eduardo Forte,
Revista Siete Días Ilustrados