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Bernadette Devlin sabía bien —y alguna
vez llegó a plantearlo— que la verdadera solución era
convencer a los protestantes pobres de su fraternidad
socio-económica con los católicos; soñaba con convertirse en
vocero de una mayoría no privilegiada, más allá de las
diferencias religiosas. Pero su pasión, sus ardores
emocionales, le impidieron ser algo más que una pseudo Juana
de Arco minifaldera, enarbolando los colores 'papistas'
junto al verde nacionalista del Eire: eso bastó para impedir
todo diálogo con los protestantes más pobres, que ven en la
República de Irlanda una amenaza para su fe. Ahora la Devlin
está presa; su nombre, coreado por los católicos del Ulster,
es un perpetuo alimento para la hoguera religiosa que parece
imposible de apagar.
Revista Siete Días Ilustrados
06.07.1970 |
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