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TEATRO
Boeing Boeing
Claveteando escenografías hasta el minuto antes de levantar
el telón, la Compañía Argentina de Comedias dio a conocer
Boeing-Boeing, un suceso cómico original de Marc Camoletti,
en el teatro Astral.
Pretender comparar a Camoletti con Georges Faydeau (La pulga
en la oreja), tal como se hace en el programa, es injusto
para el talentoso "bouleardero" francés. Basta reparar en
que esta comedia, originada en París, atravesó exitosamente
todo el mundo y permaneció cuatro años en Nueva York, para
tener la certeza de que es "absolutamente intrascendente".
A Boeing-Boeing le falta todo para ser una buena comedia: no
tiene agilidad; sus réplicas carecen de chispa y los
personajes no entrañan ninguna sátira a las costumbres,
fuera de estar besándose y moviéndose artificiosamente para
prolongar un suspenso con sabor a "cocinado" hasta para el
espectador menos suspicaz.
Sin embargo, por momentos hacen reír las aventuras de
Bernardo (Osvaldo Miranda), quien ha descubierto la manera
de hacerse de un pequeño "harén" en pleno París, y de
disponer de tres mujeres "al costo de una". Ha reclutado sus
amantes entre las azafatas de las compañías aéreas y,
mediante un complicado pero perfecto orden en los horarios
de llegada de los aviones, se las ingenia de modo que cada
mujer le ocupe un día distinto de la semana. Así vemos pasar
a Jacqueline, la azafata estadounidense, pésimamente
interpretada por Ámbar La Fox; a Jeanette, la camarera de la
línea aérea francesa, protagonizada con soltura por Paulette
Christian, y a Judith, la azafata alemana, a cargo de
Beatriz Bonnet, que no pudo desprenderse de sus esquemas
cómicos de la televisión. Ernesto Bianco, en el papel de
Roberto, el amigo que tuvo que fabricar a un personaje con
mayores posibilidades que el original, y Nelly Beltrán, en
Magnolia, la mucama, a pesar de su gracia y aplomo, dieron
la medida del esfuerzo realizado por la compañía que dirige
Eduardo de Vega para poder convertir en cómica una pieza
apenas chispeante.
El segundo acto de Boeing-Boeing era fácil de prever: las
tres azafatas acabarán por encontrarse. La velocidad de los
nuevos aviones Boeing descompagina el orden de horarios de
Bernardo y le obliga finalmente a reconocer las excelencias
de la monogamia.
Todo termina con un "happy end" de la más ingenua factura:
la azafata estadounidense recibe, una propuesta matrimonial
de un connacional millonario; la camarera francesa se casará
con Bernardo y su colega y rival alemana contraerá nupcias
con Roberto.
En síntesis: una comedia de gracia ingenua, que ganaría
mucho si sus tres largas horas de duración pudieran
convertirse en un acto de 60 minutos.
07-1964 |
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