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LA MUERTE DE HO CHI MINH
"Desde estas pirámides, 40 siglos os contemplan", dijo
Napoleón. Conquistador arrogante, su presencia en Egipto
marcaba no sólo el climax de una aventura militar efímera
sino también el comienzo de un operativo más amplio, el
arranque oficial del imperialismo colonial francés. La
historia se toma su tiempo, pero a la larga corroe todas las
grandezas: casi un siglo y medio más tarde, ese imperio se
derrumbaría estrepitosamente en Dien Bien Phu, en medio de
una jungla espesa y cálida, a manos de un grupo de
campesinos armados fervorosamente fieles a un caudillo casi
desconocido en Occidente. El miércoles 3 ese jefe popular se
rindió a la fatiga de 79 duros años de lucha: detrás de su
nombre de guerra —Ho Chi Minh, es decir, "el que ilumina"—
la derrota francesa en Dien Bien Phu era apenas una
condecoración más entre mil otros estandartes arrebatados a
precio de sangre. No por nada su país tenía más de dos mil
años de historia guerrera, siempre tratando de mantener su
independencia e integridad territorial.
Miembro de la influyente familia Nguyen, de la que Vietnam
echó mano para darse reyes, presidentes y políticos de todas
las tendencias, Ho tuvo la historia de muchos
revolucionarios asiáticos: hijo de un dignatario hostil a
los franceses, terminó sin embargo emigrando a Francia,
buscando sin éxito ayuda de los presuntos izquierdistas
metropolitanos, refugiándose finalmente en una URSS en la
que todavía resonaba la voz de Lenin. En 1940, tras actuar
en el partido liberal chino Kuomintang, copó el Partido
Comunista indochino, al que prontamente le cambió el nombre
por otro de tintes más nacionalistas: Liga por la
Independencia, Vietminh en su lengua natal. Seis años
después, aprovechando la caída del Japón —que había ocupado
durante la guerra todo el Vietnam—, Ho se rebela contra el
emperador Bao Dai, entregado a los franceses, y se lanza a
luchar contra ellos. Los campesinos lo siguen una vez más:
habían peleado contra el imperio chino, contra los
japoneses, también lo podían hacer contra la endeble Tercera
República. El 18 de octubre de 1954 entraba en triunfo en
Hanoi; antes de que alcanzara a afianzar la paz, la división
del país en dos partes, el incumplimiento del Tratado de
Ginebra y la posterior invasión norteamericana al Sur lo
sumieron en un nuevo conflicto, donde un baño de sangre y el
resplandor de las bombas napalm endurecerían aún más su
personalidad de guerrillero-estadista.
Quizá lo más notable haya sido su férrea ideología
nacionalista: cuando se le preguntaba si era comunista,
respondía: "El pueblo es mi partido"; cuando Moscú y Pekín
trataron de obtener su definición en el conflicto
intercomunista, se mostró amistoso y esquivo con ambos y se
excusaba alegando que toda su atención estaba volcada a
lograr el retiro de EE.UU. de la península; iniciadas las
conversaciones de paz en París, entró en tratos con
dirigentes antinorteamericanos pero no comunistas que
exigían la reunificación del país y la .instauración de un
estado neutralista.
Su muerte abre un interrogante, el de su sucesión. Supo
armar un gabinete en el que prochinos y pro-soviéticos se
equilibran, pero nadie sabe predecir qué sucederá ahora. El
rusófilo Le Duan y el chinoísta Trong Chinh parecen los más
probables herederos políticos. De Ho Chi Minh, sin embargo,
pueden haber aprendido una lección: la de que sólo una línea
política independiente es capaz de permitirle a un pueblo
elegir su propio destino.
Revista Siete Días Ilustrados
08.09.1969 |
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