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ADIÓS A JUDY
Dos intentos de suicidio, cinco matrimonios, una cincuentena
de películas, una voz tierna y potente, una figura
obstinadamente juvenil y una presunta cirrosis hepática,
definieron la grandeza y el ocaso de Judy Garland (47), cuya
existencia se apagó, oscuramente, en el cuarto de baño de su
residencia en Belgravia, Londres, el domingo 22. Desde que
apareció, fugazmente, junto a Diana Durbin, en un corto
metraje filmado en 1936, el destino de Judy (foto) quedó
indisolublemente unido a la Metro Goldwyn Mayer, pero fue
catapultada a la fama con El Mago de Oz, donde su vocecita
adolescente destiló Más allá del Arco Iris, una melodía que
congregó los tímpanos en la década del 40. Desde entonces,
fue mimada por la a menudo asesina gloria de Hollywood. Los
memoriosos la recuerdan junto a Mickey Rooney en Andy Hardy
tenorio, Mi chica y yo, Campanas del destino, Cuando pasan
las nubes, La rueda de la fortuna, y más recientemente —tras
un largo y voluntario ostracismo— en Amarga es la gloria y
El juicio de Nüremberg. Nadie que recuerde a la cándida niña
del cabello juiciosamente ondeado hubiera sospechado que sus
despojos serían hurgados, en la morgue de Wenminster, por
los implacables forenses de Scotland Yard, para desentrañar
el misterio de su muerte, paradójicamente, oscura y sin
gloria.
Revista Siete Días Ilustrados
30 de junio de 1969 |
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