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EL HOMBRE GRIS EN MAR DEL PLATA
Deslizándose cansinamente por la Rambla (recaló hace algunos
días en Mar del Plata para participar del show montado por
el Horizonte Club, ámbito propicio para la tangofilia
estival), Julián Centeya (59, foto de la derecha, El hombre
gris de Buenos Aires) fue interceptado la semana pasada a la
altura del Casino Central por SIETE DIAS. Las brisas marinas
inspiraron sus respuestas:
—¿Qué agrega el porteño al paisaje marplatense?
—Somos una inyección vital. Como la invasión de los Hunos;
un torrente que sacude la ciudad de arriba a abajo y,
además, la única nota ridícula: el hombre en shorts y con
mocasines y medias; la familia que hace un drama para cruzar
la calle y que, cuando finalmente llega a la playa, tiene
que volver al hotel porque olvidó la pava y el mate.
—¿Gusta el tango en Mar del Plata?
—Mucho más de lo que la gente imagina. Se nota en los
espectáculos: Cuando suena un dos por cuatro, el público
aplaude a rabiar, hasta con rencor...
—SI tuviera que vivir aquí, ¿qué lugar elegiría: el barrio
Los Troncos o el de Pescadores?
—Abajo, bien abajo. Mi casa estaría en el de Pescadores. La
altura me hace mal.
—Usted que ha cultivado la imagen del porteño, ¿puede vivir
fuera de Buenos Aires?
—De vez en cuando necesito alejarme de la ciudad para
comprender hasta dónde me tiene atado y cuánto la necesito.
Buenos Aires es un imán: todos los sábados me hago una
escapada para ver a mi vieja amiga.
—Usted proviene de una familia de suicidas. ¿Elegiría este
sitio para suicidarse?
—Efectivamente, mis antepasados están signados por el
suicidio. Creo que no tendría problemas en hacerlo aquí. Lo
importante no es el lugar sino el hecho de la muerte.
Revista Siete Días Ilustrados
19.01.1970 |
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