Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Fotos

Aníbal Troilo

Fotografías
Suele acercarse a Playa Grande bien entrada la tarde; se instala en alguna mesa costanera y, con su proverbial parsimonia, enfrenta ai enorme emparedado y a los varios, infaltables whiskies. Junto a él, sonriendo frente a cada uno de los elogiosos piropos que recibe, Zita —su mujer—, lo mima y lo protege con fervor infatigable. No es para menos: afectado por un reuma pertinaz, a veces doloroso, Aníbal Troilo debe soportar —además de las diarias inyecciones— una serie de molestas restricciones: '"Te juro que daría mi bandoneón por jugarme un picadito en la playa— exagera, entrecerrando sus ojitos soñadores—; pero ya no estoy para esas cosas."
Sin embargo, su dolencia no le impide presentarse todas las noches en La Campana, un reducto donde consigue deslumbrar a los espectadores con su legendaria, inalterable maestría. Siete Días lo encontrón mientras cumplía con su ritual vespertino, compartió con él algunas copas y se internó en una charla que orilló la nostalgia pero sin abandonar un permanente buen humor.
—¿Por qué, desde hace años, usted es infaltable en el verano marplatense?
—Porque me encanta esta ciudad, su gente, el turismo; y también por comodidad: mi señora tiene... —mira a Zita, tose y se rectifica—, bueh, tenemos un departamento que es un chiche; venimos todos los veranos aun a riesgo de perder algunas ganancias en otras ciudades vendedoras.
—Sin embargo no parece ser muy afecto a la playa.
—Al contrario, soy muy amigo de la arena. Toda mi vida he ido a la parte alta de la Bristol. Pero este año, por culpa del reuma, me conformo con quedarme en casa, mirar televisión y escuchar radio y buenos discos.
—Algunos de Aníbal Troilo, seguramente.
—No pibe, nada de eso.
—¿Por qué?
—Porque ya estoy aburrido de Troilo.
—¿Piensa colgar el fuelle dentro de poco, entonces?
—La verdad, todavía no lo he pensado.
—¿Cómo es su vida veraniega?
—Mira, trabajo mucho, muchísimo. Por eso me acuesto tarde y me levanto tardísimo, imagínate que duermo como quince horas diarias. Pero jamás abandono mi lectura de revistas deportivas.
—Sobre todo de fútbol, ¿no es cierto?
—Sí, eso. Yo soy socio vitalicio de River, y jugué en ese club hasta la sexta división. Después colgué los botines, no sé por qué.
—Entonces, ¿irá a ver fútbol aquí, en Mar del Plata?
—No, a las canchas hace como cuatro años que no voy desde que falleció un gran amigo con quien teníamos una platea en el Monumental. La otra noche, por ejemplo, me moría por ir a ver Boca y River, pero no fui. Qué le voy a hacer: ya viví setenta años, y creo que está cubierta mi cuota de buen fútbol.
—¿Y cómo lo trata el casino?
—No, no; tampoco hay casino. Allí he ganado mucha plata, pero hace como cinco años que no aporto. Sin embargo, la pasaba muy bien: me acuerdo un día que estaba con Dringe Farías, y la policía terminó llevándolo en vilo para afuera.
—¿Por qué?
—Pasó que él me dijo "ahora vas a ver cómo termina todo". Y en seguida gritó en voz bien alta: "Las tres últimas bolas, señores." Todavía faltaba como hora y media para terminar.
—¿Tiene algún pasatiempo favorito en Mar del Plata?
—El tango. Esté donde esté, sólo toco el bandoneón.
—¿Cuál es su vicio más importante?
—La cocina; y, especialmente, los tallarines caseros con tuco a la Pichuco.
—¿Cómo es eso?
—Sencillamente, para chuparse los dedos. El único problema es que Zita me dice que cada vez que lo preparamos, gastamos un dineral. Apunta bien, así las señoras pueden competir conmigo. Lleva tomate, orégano, ajo, pollo desmenuzado, vino blanco, aceitunas, alcaparras, anchoas y hongos. ¿Qué tal?
—Sorprendente, por lo menos ¿Cuántos whiskies toma por día?
—Muchos, muchos...
Zita sonríe y lo interrumpe: "Se baña en whisky pero le hace bien —asegura—; es por el reuma, pobrecito. Apenas se castiga con unas copas, pasa al frente"
febrero 1974
revista siete días ilustrados

Fotos

 

 

siguiente en la sección