|
|
|
"Papá es un gaucho judío. Un tipo enorme, con el
aspecto y el cuerpo de un hombre de campo. Y el
idioma de un hombre de campo, ¿viste? Habla como
un criollo. Te hablo de papá no por una
casualidad. Yo no creo que las cosas se
produzcan porque sí. Parten de algún lugar. Y el
hecho de que papá tenga aspecto de criollo y que
además sea judío tiene mucho que ver conmigo,
con mi vida. Como también tiene mucho que ver mi
familia: una familia que podría llamar
"musical". Una familia habitante de una casa
también "musical". Viene de lejos, ¿qué te puedo
contar? Mi abuelo, por ejemplo, era cantante de
templo. Yo nací en Mendoza (no, no es
indiscreción: en 1935), pero me llevaron a Chile
casi de recién nacida. De manera que mi infancia
y mi adolescencia, o sea una parte considerable
de lo que yo soy, es sentimentalmente chilena.
Mi casa —mejor dicho, la casa de mis padres— era
el receptáculo de toda la familia. Y las
reuniones se empezaban cantando, se continuaban
cantando y se terminaban cantando. ¿Qué cosas
cantábamos? Canchones folklóricas en idisch,
nacidas en Europa oriental. O canciones hebreas.
A las que nosotros, los chicos —tengo un solo
hermano, varón, pero un montón de primos—,
agregábamos temas chilenos. Mi primer
acercamiento formal a la música fue, como el de
tantas chicas, el estudio de piano. Pero a los
doce o trece años (no me acuerdo bien) me pasé
al canto: coros en el colegio, formación de
cuartetos, rabonas con el canto como pretexto,
esas cosas. En poco tiempo llegué a solista del
coro. Y en esa función —tendría, creo, trece
años— encontré, de golpe, que el canto, además
de ser una cosa agradable, es también una enorme
responsabilidad. La anécdota es así: yo debía
cantar en una fiesta de fin de curso y no fui
porque preferí salir con otra gente; los
organizadores me buscaron por todo Santiago (de
Chile) y no me encontraron. Al día siguiente me
di cuenta de que le había fallado a un montón de
personas que esperaban oírme cantar, y que yo no
tenía derecho a hacerles eso. Fue para mí una
lección. Pero el castigo fue terriblemente
injusto: el profesor de castellano, que era el
organizador del acto, me mandó a marzo en su
materia durante tres años consecutivos". El
de Dina Rot es un hogar sólido, encantador. El
canto es, además de deleite, un pilar de la
armonía. Dina tiene dos hijos: Cecilia y Ariel
(foto). fotos de Jorge Díaz en Revista Gente
y la Actualidad en reportaje de Nicanor Carmen
Marcado 20.07.1972
|
|