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A la muerte de José Stalin, Nikita Kruschev era
el número cinco, en el comité central del
omnipotente Partido Comunista de la URSS. Seis
meses después, era el primer secretario, Tres
años después denunció los crímenes de Stalin en
el Vigésimo Congreso del gran Partido Comunista
de la URSS. Cinco años después, Nikita era el
jefe. Ya no más Beria (junio de 1953),
ya no más Malenkov (febrero de 1955), ya no
más Kaganovich (junio de 1957), ya no más
Molotov (junio de 1957), ya no más Bulganin
(marzo de 1958). Nikita, el bueno, desde
entonces, para todo el mundo. El felicitó a
Gagarín, el primer cosmonauta que surcó el
espacio. El palmeó a John F. Kennedy en el
hombro, golpeó con su zapato en la cabeza de la
Organización de las Naciones Unidas, tiró de la
cola al irascible dragón chino, mandó sus
mensajeros al Padre de la Iglesia, inventó la
coexistencia con los ex aliados, toleró las
ansias de independencia de los otrora sumisos
satélites, inventó el perdón de los pecados y el
retiro pacífico de los que se fueron. Dejó
súbitamente el poder después de un paseo al mar.
Ya no más Kruschev. En lo caravana, siguen a
Kruschev los hombres que lo reemplazarían: a la
izquierda, Alexei Kosygin y a la derecha, Leonid
Brezhnev. Foto aparecida en el resumen del
año 1964, en la revista Panorama de febrero de
1965
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