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CON CARA SERIA
POR ROLANDO HANGLIN
SEÑORES CRITICOS: NO TODOS LOS JOVENES SON GUERRILLEROS...
ALGUNOS MUEREN DE LEUCEMIA
Hace poco me encontré con un cura del Tercer Mundo, buen amigo
mío. "¿Qué te pareció «Queimada?»", me preguntó, enterado de que
yo incursionaba audazmente, en la crítica cinematográfica.
"Floja", le respondí, agregando mis razones con toda moderación.
"Ah, no... —me contestó, irritado-, a mí me pareció muy buena
porque va contra el sistema capitalista". ¡Linda manera de ver
cine! Entonces a Rucci las películas de Hugo del Carril le
parecerán buenas porque son peronistas. Este asunto de juzgar
las cintas por su enfoque político es una aberración muy de moda
últimamente; no todo el arte contemporáneo —ni mucho menos—
tiene un enfoque de carácter político, y en todo caso ese
enfoque es independiente de la calidad artística. Esa clase da
criterios me resulta graciosa: es como si a los aficionados al
boxeo les gustaran solamente las películas donde trabaja Nino
Benvenuti. En el cine de la última década han menudeado la
crítica social y la protesta ideológica, de tal modo que buena
parte de la crítica parece haberse "endulzado" con esa
corriente: sólo el cine político le parece bueno.
A través de una prensa cinematográfica que flaquea en honestidad
intelectual, la producción cinematográfica tiene solamente dos
formas de resultar aplaudida: a) la difícil y hermética, y b) la
comunista, en la más amplia acepción del término. Por lo del
hermetismo, todas las cintas de Antonioni son automáticamente
buenas para la critica. De cualquiera modo, no las entiende
nadie. Y algunas realizaciones como "Cena para amantes" reciben
comentarios benignos, aunque resulten malísimas. Son
complicadas, y eso a los críticos les alcanza. A la vez, filmes
como "Venga a tomar el café a casa" (Ugo Tognazzi, etc.) reciben
una crítica fría porque no están originados en una intención
política. Últimamente el cine americano ha lanzado una nueva
hornada de directores que intenta atacar a la sociedad desde el
ángulo humano, y no político, hincando el diente en temas mucho
más sustanciosos, con un tratamiento casi romántico: desde
"Perdidos en la noche" hasta "Bonnie and Clyde", desde "El
graduado" hasta "A quemarropa". Pero lo que más quiebra el
esquema es el retorno a ciertas formas de novela sentimental que
arranca en "Un hombre y una mujer" y culmina en "Love Story",
pasando por "John and Mary". Como todas las historias
sentimentales, éstas ignoran un poco el mundo que rodea a la
pareja y se dedican a relatar la anécdota amorosa en sí misma:
lo Importante es que los personajes estén bien trazados, las
circunstancias sean verosímiles y el desarrollo tenga buen
gusto, poesía, técnica e inteligencia. Es la única forma de
filmar historias románticas: la única forma de filmar "Love
Story".
Suele suceder que ciertas películas de Antonioni o Pasolini
aburran soberanamente al público, que durante los 90 minutos no
sabe de qué lado sentarse —ya saben a qué me refiero— y en
cambio sean premiadas por los críticos con adjetivos fabulosos:
"genial", "agudísima", "viviseccionadora". Con LOVE STORY ocurre
lo contrario: el público se entretiene, ríe, se emociona y vive
intensamente todos los minutos del filme, pero los críticos lo
juzgan desdeñosamente. Yo me cuento entre los humildes mortales
que no entienden el lenguaje de Antonioni: somos la "silent
majority" de la que hablan algunos críticos. Sin embargo, acepto
que el tipo de películas "difíciles" puede tener ciertos valores
estéticos que escapan a mi apreciación. Pero los difíciles no
perdonan: si una película no contiene un mensaje político
decididamente revolucionario, entonces forma parte del
imperialismo, el conformismo... y el turismo. Por eso "Love
Story" — como su título lo indica, una simple historia de amor—
recibe violentas críticas desde un ángulo muy definido. En
realidad "Love Story" es una película revolucionaria en el
sentido de que tiende a romper la aristocracia de "los que
entienden cine". Se comunica directamente con el público. Pone
de lado a los intermediarios, esos cronistas que nos explican
cómo debe entenderse un símbolo en Antonioni o en Bergmann. Por
eso la odian. Porque es siempre, fácil y humana.
El cine americano ha sido cruel con la sociedad en que vive en
los últimos años. La ha analizado despiadadamente, ha mostrado
en carne viva sus conflictos raciales, sexuales y sociales. Los
hippies, los negros, el divorcio, la mediocridad burguesa...,
todo ha sido duramente examinado por la cinematografía yanqui,
con una calidad y una intensidad asombrosas. De pronto, alguien
dice: "Bueno, ahora filmemos una historia de amor. Volvamos a la
técnica antigua. Hagamos una película tipo novelón, con
romanticismo, melodrama, etc. El hijo de un millonario se
enamora de la hija de un pastelero, al final ella se muere,
etc.", Correcto. A mí me parece válido como búsqueda de temas y
formas, en lo cual el cine siempre anda rescatando lo clásico,
lo que ya se hizo antes. Para narrar una historia de ese tipo
era necesario un clima romántico (el invierno en la universidad)
y además un rincón de los EE. UU. donde no hubiera mucho lío con
negros, hippies y air pollution. Eligieron Harvard. Claro, para
los críticos interesados en la protesta marxista, esto es
imperdonable: pero los EE. UU. dan para cualquier cosa, desde
buenas películas románticas hasta feroces patadas como "Hair".
Por eso son un gran país, y por ESTO —por creer que sólo una
forma de arte es buena— nosotros somos un pequeño país,
con pequeños críticos de cine.
En cuanto a la afirmación de que "Love Story" es un novelón, no
la entiendo. ¿Qué es un novelón? Por ejemplo: ¿Martín Fierro es
un novelón? ¿La historia exagerada, sensiblera y melodramática
de un gaucho perseguido por la justicia? Lo que pasa es que está
desarrollada en una forma imaginativa, ingeniosa y criollamente
elegante. "Love Story" también sería un novelón si no tuviera
diálogos chispeantes y humanos, dos protagonistas muy
personales, buenos actores de reparto, el fantástico clima de
las universidades americanas (deporte, gente linda y ni un viejo
por los alrededores) y todo llevado con buen gusto absoluto,
incluyendo el vestuario. Estoy seguro de que, con el mismo
argumento, el cine o la televisión argentinos harán un verdadero
novelón insoportable. Pero Arthur Miller nos dio una grata
historia de amor que deja un mensaje de buenos sentimientos.
Para el final, quisiera subrayar que los dos chicos de "Love
Story" —no tan convencionales como se afirma— son ateos, tienen
relaciones ampliamente prematrimoniales, rompen con sus familias
y hacen su vida. Carecen de vocación política, no son
guerrilleros ni hippies: simplemente universitarios promedio,
más o menos avanzados. Y ellos también existen. Merecen ser
personajes de una película. Los problemas de la gente no son
solamente "la alienación y la incomunicación" o "la crisis de
los valores de la sociedad contemporánea" sino que a uno a veces
se le muere la mujer o tiene problemas con su padre. Con esto
quiero decir que esta clase de cine —llamémoslo romántico— no
invalida las corrientes más o menos testimoniales que se dedican
a la problemática "última" del mundo moderno. Así como se acepta
la existencia de un cine "filosófico" y hasta "teológico", creo
que no se pueda borrar de un plumazo al cine "melodrama" que ha
existido siempre y —según hemos visto— tiene no sólo un público
inmenso sino también realizaciones dignas y bien filmadas.
Lo que me apena es que la misma crítica que se ensaña con la
película de Miller se muestre afectuosa con la tediosa sucesión
de filmes históricos argentinos que estamos sobrellevando:
mientras el país intenta proyectarse hacia el futuro, el cine
nacional fatiga a los próceres con epopeyas filmadas sin garra
ni intención revisionista ni contenido humano o dramático, ni
nada. A nadie se le ocurre hacer ciencia ficción o reflejar en
un frasco fílmico la dramática encrucijada de la juventud
argentina entre los guerrilleros, el rock and roll y los
departamentos en cuotas. Las únicas películas "juveniles" son
novelitas rosadas —pero de verdad, con argumentos que no
resisten el menor análisis— y los críticos no alzan la voz con
la misma indignación que les provoca "Love Story".
A eso le llamo yo ver la paja en el ojo ajeno.
Revista Gente y la Actualidad
24.06.1971