Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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Bonavena y Doña Dominga

Doña Dominga Grillo de Bonavena
La madre de Oscar Natalio Bonavena, a los 63 años y con seis varones y tres mujeres integrando el clan de sus hijos, se olvidó por un rato de sus legendarios, míticos ravioles y contó así las picardías de su hijo: "El nene nació el 25 de septiembre de 1942, era un hermoso bebé de cuatro kilos. Siempre fue grande, gordo, vivaracho y lindo, como ahora. Yo le di el pecho hasta que cumplió un año, así estaba sanito. En ese entonces lo llamábamos Tití: empezó a caminar a los diez meses y apenas tuvo uso de razón empezó a disfrazarse de boxeador, era muy fuerte. Cuando lo hice operar de la garganta —tenía ocho años— los médicos del hospital no lo podían tener; forcejearan tanto que uno de los zapatos apareció en la vitrina de la sala. Todos los doctores quedaron bañados en sangre. La educación que les dábamos antes era muy distinta a la de ahora; yo lo veo por mis nietos. Como teníamos muchos, era más fácil criarlos, se los dejaba salir a la calle y ellos se pasaban el día de lo más entretenidos; salían educados. En cambio ahora casi no se ven chicos jugando en la vereda. Para el día de San Juan y San Pedro, Tití y los otros pibes lo festejaban haciendo fogatas enormes en las que asaban chorizos y batatas: ¡era bárbaro! No eran exigentes con los padres como lo son chicos de hoy en día. Para los cumpleaños, con mucho sacrificio, le hacíamos un chocolate con vainillas y bizcochos Canale y entre todos los hermanos y las tías le comprábamos algún regalito. En los días comunes le dábamos unas moneditas para ir a la cancha o al cine. Era fenómeno el cine de barrio: cuando llovía nos íbamos todos juntos y la pasábamos toda la tarde comiendo empanadas y mirando tres películas. La verdad que Oscar no me dio ningún trabajo y siempre fue muy cariñoso conmigo. Una vez el hermano, que vendía cubanitos, le dio unos pesos y él entró en una librería y me compró un prendedor; siempre me traía algo. Cuando me venían a golpear la puerta porque él se había mandado una diablura, me daba tantas explicaciones y besos que me convencía de que no había hecho nada malo. Una vez llegó un vecino todo enojado porque en una calesita que había a dos cuadras de casa, el Oscar se había afilado a una mocosita como él, de ocho o nueve años. Cuando lo encaré para retarlo y decirle que no fuera más a esa calesita me dijo que por nada del mundo iba a faltar a las citas con su novia. El nene siempre fue así, por eso le tengo que pedir a la Virgen para que lo siga cuidando como 'hasta ahora, porque ya está grandecito y no necesita más que yo me preocupe por él".
Revista Siete Días Ilustrados
15.10.1973

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