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—En tu opinión, ¿cómo podría describirse a la Monroe?
—Era una mujer con algo de infantil, con mucho encanto; nunca le
gustó lo que hacía pero triunfó por su cuerpo. Sin embargo,
tenía un cuerpo imperfecto; el mío también es desproporcionado,
¿no es cierto?, y no obstante logro impactos muy rápidos, antes
que Norma, pese a que ella tiene un cuerpo intachable y mares de
talento. Es que yo tengo ángel, ése es el gran misterio. Mirá,
no me quiero adular, pero viendo las caritas que ponía Marilyn,
los gestitos que hacía, descubro que soy muy parecida a ella;
tan fea y angelical como ella.
—¿Cuáles son los otros parecidos?
—Los ademanes aniñados, y también el modo de caminar. El busto
es muy similar. Eso sí: el fuerte para compararme es mi cara,
que considero que es muy linda, y además mis ojos que hacen
pensar en los de la estrella estadounidense; son sensuales, y
con un no sé qué de tristeza, como los de ella. Pero yo soy un
poco más trompudita, si bien mis pómulos son idénticos a los de
M.M. como una gota de agua a otra.
—¿Y en cuanto a las posibles diferencias?
—A ver . . . yo tengo las piernas más largas, ésa puede ser una
diferencia, ya que las suyas eran cortas y por eso aparecían
como gorditas. Mi voz tampoco evoca a la de ella, que era más
fina y de gatita: yo hablo con una voz de nena pero mucho más
grave.
—¿Te considerás adulta?
—No, siempre fui una niña mimada. Crecí sólo en estatura pero en
el fondo todavía tengo 14 años; aparte, me considero muy
femenina y delicada y sueño despierta, me ilusiono creyendo ser
la Marilyn de mi patria; pero, por ahora, me conformo con ser
una gran vedette. También sueño con acumular mucha plata: ¡el
dinero te convierte en amo del mundo!
Revista Siete Días Ilustrados
04.10.1971