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La fuerza de los cañones intenta volver al redil a un país
"desviacionista"
Desde que el martes 20 de agosto las máximas autoridades
soviéticas decidieron —quizás sin la venia del premier Alexei
Kosygin— la invasión de Checoslovaquia por parte de los
ejércitos suscriptos al Pacto de Varsovia, hasta el jueves 22,
cuando se difundió la noticia del arresto del líder checo
Alexander Dubcek (ver SIETE DIAS Nº 68), nadie dudó de que la
ocupación de un país socialista por sus vecinos y presuntos
aliados mostraba que la hegemonía de la Europa comunista sólo
podía mantenerse por la fuerza. Mientras los jefes comunistas de
otros países, inclusive los más leales a Moscú, se permitieron
dudar y aún disentir con sus líderes soviéticos (los comunistas
de Italia y Francia condenaron la invasión de la madrugada del
miércoles 21), el presidente Ludvik Svobodá encabezó una
delegación que viajó a Moscú para tratar la crisis. Luego de
ininterrumpidas conversaciones, las agencias de información
difundían, el martes 27, la noticia de que el gobierno
encabezado por Svoboda y Alexander Dubcek sería repuesto y las
tropas retiradas gradualmente "a medida que se normalice la
situación". Checoslovaquia parecía reconquistar su estilo de
vida; los rusos, trataban de borrar su torpeza política.
Es posible que los soldados de la invasión pensaran en una
bienvenida jubilosa, sólo reservada a los libertadores. En
Praga, sin embargo, tropezaron con un pueblo hostil, dispuesto a
oponerles palos y manifestaciones callejeras. El precio de los
enfrentamientos: 4 muertos y 185 heridos. El miércoles 21,
cuando la resistencia era más enconada, 20 mil jóvenes checos se
concentraron en la plaza Vaclaveske Namesti para gritar su odio
al intruso y rendir homenaje a sus víctimas, en improvisados
altares callejeros. Ese mismo día, cientos de pragueses treparon
a los tanques y establecieron comunicación con soldados rusos
(foto de la página siguiente) para interiorizarlos del verdadero
sentido de la ocupación. Es posible que el adoctrinamiento haya
rendido sus frutos; por lo menos, un soldado soviético se
suicidó en la puerta del Comité Central del Partido Comunista.
La indignación popular se trasformtó en júbilo cuando el martes
27 regresaron de Moscú los líderes del gobierno checo. "Volvemos
todos", tremoló Olef Smrkovsky, presidente del Parlamento. Hacia
fines de semana, sin embargo, un sentimiento de desconfianza
empezaba a germinar en toda Checoslovaquia: los términos del
acuerdo con Moscú mancillaban el orgullo nacional.
revista Siete Días Ilustrados
02.09.1968