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Joan Manuel Serrat
—Una vida como tantas. Sin
penas grandes, sin ambiciones, con una especie
de sabiduría de la resignación que te va
moldeando un poco y que te lima las puntas oseas
para que no choques contra el mundo. Hasta que
tomás conciencia de que tu destino debe cambiar,
que hay más cosas de lo que tu pequeña filosofía
te permite ver, que tienes que buscar una otra
verdad porque el alma te lo pide, porque una voz
interior te pone en la garganta un montón de
cosas que decir y el oído les da forma musical;
entonces tenes ganas de hablar cantando... y de
ir por las calles cantando, y no quieres oír
miserias sino cantadas con notas armoniosas para
que no parezcan tal. . . Y la punta de los dedos
quiere rasgar la guitarra y no empuñar el
soplete que mi padre azuzaba todo el día para
que mi hermano mayor y yo pudiésemos ir a la
escuela y no tener que trabajar como los chicos
vecinos; y después un libro, y otro, y un
intento adolescente de pergeñar poemas con sabor
infantil en el idioma que tú no comprendes por
qué no lo habla todo el mundo, ya que es el que
has aprendido y el único que oyes. . . La
adolescencia con descubrimientos diarios, con el
beso de aquella niña que nunca imaginaste, con
pelo largo y medias de muselina y tacones y
gusto a rouge y colorete; con la política que ya
sabés que se trata de estar a favor o en contra,
con García Lorca a escondidas y con Machado, que
sabés murió desterrado de su amada Andalucía, en
Francia, donde deben morir tedos los poetas, o
con las escapadas, con el pelo un poco más largo
para que tus orejas, que crees enormes, no se
vean, y con el acné y con un físico demasiado
esmirriado para pensar algún día integrar el
Atlético de Bilbao, que era mi ilusión. La
juventud, con un camino incierto, con el arte en
tus manos y en tus entrañas y en tu mente y con
la inseguridad del dia que empieza mañana, con
el primer grabador en que oyes tu voz y no te
parece tan mala, y con los primeros viajes con
el tío Arturo, un hombre que se juega por ti, un
judío que se arriesga a llevarte en una gira y a
televisión y que aunque con un fracaso total
sigue pensando que el triunfo es tuyo; y el
primer viaje a París para cantarles a tus
hermanos españoles que fueron por la ruta del
franco para olvidar la miseria; y los primeros
aplausos de meseros, obreros y sirvientes, y un
retorno a tu realidad cotidiana sin un duro que
no sea prestado, pero contento, pues estás en lo
tuyo. Y comienzas una y otra vez, te tomas
examen todos los días, le pones notas a tus
propios poemas, y a los de Machado, y los oyes y
te gustan y no entiendes cómo no gustan a los
demás, pero sabes que algún día todo cambiará,
fiero te asustas, pues adviertes que ya tienes
22 años y que te queda menos tiempo que antes,
porque la vida corre. . . Y de pronto el primer
éxito, el primer aplauso en tu tierra, en un
baile del pueblo. Es el momento en que has
ajustado todos los detalles, la voz no se va más
de ocho octavas que, es tu limite, mezclás el
grave y el agudo con facilidad, sin sobre
saltos, justo en el momento acertado. . . Y te
parece que todo cambia, aunque el cambio va a
ser tan duro como la misma búsqueda. . .
fragmento de reportaje de Samuel Gelblung en
Revista Gente y la Actualidad
23.04.1970