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Enrique O. Sívori
De cuerpo entero
GALERA
del "regisseur" y caminos por los que iban o
llegaban los carromatos con la carpa plegada y
la música adentro. Después, la absurda pirueta
del payaso pintarrajeado, detrás del cual
nuestra infancia tenía la obligación de adivinar
una tragedia, muerte del hijo antes de salir a
la pista o traición de la mujer amada, que
mientras tanto bebía champaña con el atleta de
los bíceps fabulosos. Después, el cigarro que
volvimos a ver en"los labios siempre"
imperturbables de Tex Richard, mintiendo una
riqueza que, después de la muerte, hizo que para
poder llevarlo al cementerio se tuviera que
realizar una colecta. Era la vida. "Miren...
miren... Nada por aquí... Nada por allá..." Y
después, de la mano del prestidigitador salían
monedas, monedas de reluciente oro. Era la
infancia. Era la felicidad de poder creer
todavía. La vida hermosa y la fantasía adentro
del pecho, cerca del corazón. Y más allá, la
pebeta aquélla que nos miraba como desde el
fondo de una novela. Y el miedo a quedarse
solos.
Y acaso nos hayamos quedado solos.
Porque esta soledad de no saber pensar más en la
infancia es la más terrible. Porque nuestra
riqueza, nuestra felicidad, nuestro deseo de
vivir se quedaron olvidados cuando no pudimos o
no supimos pensar máfs en la infancia. Por eso,
cuando de pronto algún hecho nos permite
asomarnos otra vez hacia aquellos días, la
emoción nos domina hasta dolemos. Acaso, por eso
también, lo vamos a ver jugar a Sívori, porque
Sívori es un pedazo redivivo de aquel capítulo
de nuestra infancia que más quisimos...
El
potrero...
Desde nuestro punto de vista
romántico del fútbol, Sívori es la rebelión, la
cachetada al fútbol profesional, al absurdo
juego del sistema y el pizarrón. Al no dejar
jugar y a los directores técnicos. Sívori es la
otra cosa, el verdadero y único fútbol, el jugar
por divertirse, el inventar, el imaginar, el
crear. Algo así como si de pronto en la seriedad
del estadio, que ahora se mueve al compás de
fabulosos cheques y sistemas de oxigenoterapia,
penetrara uno de esos pibes colados que vienen
del potrero y se ponen a hacer sus diabluras.
Por eso mismo, está en la línea de los que
hicieron del juego eso: primero, una diversión,
una forma de expresión de la personalidad del
purrete reo. Como Ochoíta, como Zito, como
Bazterrica, como Seoane.
Llegó a Ríver
esperando turno detrás de ese genio inagotable
que es Labruna. Pero un día hubo que recurrir a
él porque faltaba cualquiera, así se llamara
Walter Gómez. A la izquierda, a la derecha, al
centro. Y de pronto, internacional Sueño
cumplido cuando todavía parecía que tenía que
aprender a caminar. En Montevideo. Y en México.
Allí, en el Panamericano, arrancó al público de
los toreros los "¡olé!" más rotundos. Allí le
hicieron la oferta fabulosa de millones para que
se quedara a jugar. De allí regresa ahora
cargado de gloria. Pero acaso añorando al
potrero...
Lo cierto es que Labruna debe
estar satisfecho. Porque ahora sabe que cuando
él se vaya, en ese equipo que tanto quiere hay
quien recogerá su camiseta y la seguirá
agrandando de gloria...
Revista Mundo
Deportivo
29.03.1956