Futilísima Ruinosa Satelital
No hay cosa más inútil que dar consejos

La radio

Una compañía generosa
por Susy KentTodas las artes tienen algo en común. Por consiguiente el teatro radial y el radioteatro tienen sus puntos de coincidencia con el teatro.
Los principales serían el libro, que debe reflejar la creación de un autor con algo para decir, y los actores, quienes asumen la responsabilidad de expresarlo. Luego sus caminos se separan. La radio debe crear su clima, apelando a recursos que hagan funcionar la imaginación del oyente. Tiene que ubicar la acción y cuenta solamente con dos recursos: la palabra y la música. En la casa de nuestro oyente no se apagan las luces. No se descorre el telón, imponiendo un segundo antes un silencio rumoroso lleno de expectativa, que enmarca el comienzo del espectáculo teatral. El programa va "al aire", y esa ausencia de destino concreto, tangible, es la fundamental diferencia de la radio con el teatro.
De hecho lo que se hace en radio no es teatro. Los personajes teatrales son creados por el autor e interpretados por el actor con total independencia del público, cuya única participación es a través del aplauso o la reprobación. Es decir, le gusta o no, pero no aporta nada de sí a la creación. El espectador va al teatro a ver y oír algo en lo que todo está hecho sin su colaboración. En cambio, en la radio, el público se vincula estrechamente con los personajes. Les da la fisonomía que quiere, física y espiritualmente. Los ama o los repudia. Los recibe en su casa diariamente. Con el tiempo repite sus dichos, sus cadencias. Por eso es que los personajes que crea el actor, llegan a ser más populares que el actor mismo. Este fenómeno, común en la radio, es extraño en el teatro. El aporte del oyente influye muchísimo en la búsqueda del actor para determinado personaje. Quienes escuchan entienden, por ejemplo, que un médico debe poseer una voz grave, culta, de pausada emisión; una joven quinceañera responde siempre a un tono cantarino, y una mujer dinámica, moderna y emprendedora, requiere una vocalización segura, clara y firme.
Los directores respetamos ese instinto del oyente, base principal para que luego pueda corporizarlos con su imaginación. Hay, por supuesto, estupendos casos de actrices y actores que hacen con igual facilidad los tipos más diversos. Y, cosa curiosa, en muy pocas ocasiones responderían con su físico a la posibilidad de corporizarlos.
Una excepción es Alfredo Alcón. En radio ha hecho jóvenes de veinte años y hombres de más de sesenta; muchachos de barrio y artistas exquisitos; nobles y plebeyos; hombres de humana grandeza y personajes torturados y crueles; individuos abúlicos, fracasados, y seres palpitantes de fiebre y de vida. Ha pasado del drama más denso a la comedia más chispeante, y a cada interpretación le ha dado un tono, un matiz, un ritmo, un tempo insuperable. Para él no existen dificultades en el radioteatro, ni en el cine, la televisión o el teatro.
Indudablemente existen desventajas para el intérprete de radioteatro con respecto al actor de teatro. La labor se inicia desconociendo totalmente la platea que aguarda, su número, su constitución, su clase social. No se sabe si está quieta, escuchando atentamente, o si disgustada apaga el receptor o da vuelta el dial en busca de otro programa. Tampoco cuando finaliza el capítulo o la obra se recibe el estímulo del aplauso o el claro rechazo que significa su ausencia. En el teatro el actor siente cómo el público colabora con su atención; percibe su sonrisa; sabe cuando sufre o se emociona o se regocija; lo toma, lo suelta, lo oprime, lo libera, lo maneja..., según el grado de realismo de su labor. En el cine o la TV la tarea se ve facilitada porque es un trabajo fraccionado: si hay un error se corta y empieza de nuevo. No ocurre lo mismo en la radio: toda va "de la fábrica al consumidor". Cuesta entrar en situación frente a un micrófono frío, con el libreto delante de los ojos, sin movimiento, sin gestos, sin ademanes que tanto ayudan a manifestar lo que se siente. No hay ningún eco inmediato a ninguna interpretación. 
Los actores deben ser fundamentalmente artistas. Por ende, son intrínsecamente aptos para todas las posibilidades de representación. En el caso particular de quienes trabajan en radio, las dificultades que deben vencer para el teatro son de carácter técnico: adquirir soltura escénica, dominar el movimiento, ubicarse en el escenario y crear, por sobre todo, el tipo físico. Si en la radiotelefonía se ha logrado con verdad el alma del personaje, la misma verdad y la experiencia necesaria puede crearse el físico adecuado. A la inversa también se plantean dificultades técnicas. Quienes deseen pasar del teatro a la radio deben acostumbrarse a leer, sin que se advierta que lo hacen, y a traducir la vida, las reacciones a personalidad de sus muñecos únicamente a través de la voz, obligados a permanecer quietos frente al micrófono, que es el único contacto con el público.
Las condiciones de un buen intérprete para el medio radial se advierten con una buena voz, grave, honda, cálida; naturalidad en el decir; absoluta sinceridad; disciplina y sensibilidad. En lo que se refiere a los radioteatros, su letra debe ser accesible, lo que no quiere decir chabacana, y el argumento tiene que desplegar una amplia gama de situaciones o ganchos como para que los veintidós capítulos que corresponden a un mes sean veintidós actos de teatro. Un aspecto que no debe ser olvidado en el desenlace del conflicto, que no conviene dar a conocer hasta el último episodio. Otro elemento importante es la música.
Los fragmentos sonoros que subrayan las situaciones culminantes o que sirven de fondo a algunos diálogos deben adecuarse al clima de cada pieza. La medida exacta de una interpretación se logra viviendo las situaciones planteadas por el libro. No hay un metro patrón para ello: sólo y simplemente la verdad en lo que se expresa. Pero no se trata de una simple cuestión de oficio cerebral, frío, técnico. Lo que se siente, padece y vive llega con la misma intensidad a la emoción del oyente.
Por todas estas razones la labor del director no puede limitarse a escuchar letra, sentado frente a los actores. No. Hay que saber discutir con los autores y sugerirles temas en el caso de los radioteatros, opinando luego sobre los planteos, situaciones, desenlaces. La elección de los actores debe armonizar con los roles a interpretar. Estos tienen que definirse psicológicamente, no olvidando para ello la explicación de sus reacciones para que puedan transmitirse adecuadamente los distintos estados de ánimo. Marcar cada tono, cada inflexión, cada cambio de voz y prestar atención al complemento musical, son otras tareas que le competen. Muchas veces se ha dicho que el radioteatro está condenado a desaparecer. Prueba de su vigencia es que el teleteatro no es más que el radioteatro en imágenes. Mientras la radio continúe siendo la compañía generosa que no exige ni un sitio determinado, ni una atención visual y absorbente, ni una aceptación preestablecida de personajes y ambientes, resultará difícil que ello ocurra. Todavía sigue siendo fundamental que el público tenga libertad para soñar, como una anchurosa evasión de la realidad. (artículo extraído de la revista Hechos de Máscara, 1969)

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Consejos de economía doméstica
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-Para blanquear los mangos de cuchillo que se han puesto amarillentos por dejarlos húmedos, se frotan con papel de lija muy fino. Si la hoja está oxidada por descuido, puede limpiarse también con papel de lija.
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-Las manchas de iodo desaparecen humedeciendo la parte manchada con una solución de hiposulfito de iodo. 

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