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Luisita
¿Conocéis a
Luisita? ¿No? Pues es una ñifla huerfanita, muy linda, tan graciosa, perfumada y
fresquita, que parece el capullo de una rosa.
Os voy a retratar esa criatura. Su
cabello es más negro que la endrina, rizado como suave seda fina y ondula por su frente
blanca y pura como sutil tejido de neblina.
Sus ojos son dos soles, dos ojazos
que, al abrirlos, despiden llamaradas de luz y de alegría; sus miradas son como fogonazos
que alumbran sus mejillas sonrosadas.
Sus manitas, dos ramos son de
flores. Sus pies y su figura son una encantadora miniatura, y el conjunto, un resumen de
primores de la más hechicera criatura.
¡Si vierais qué vestido tan ajado,
tan viejo, tan raído, cubre el cuerpo inconsútil de Luisita!
¡Por toda su ropita campea el
desgarrón y el descosido!
Pero eso no la aflige; ella se ríe
cuando, de lindo modo, por el hueco de un roto enseña el codo; aun se ufana y se engríe,
porque sabe que es luz su cuerpo todo.
Los rotos diminutos zapatitos,
muestran por sus punteras destrozadas unos dedos con uñas nacaradas, como dientes
blanquísimos, bonitos, de boquitas riendo a carcajadas.
¡Pues no tiene más trajes ni
botines que los que lleva puestos!. Tiene ocho años, y a esa edad no se piensa en
figurines ni oropeles, ni lujo y colorines de modas, ni apariencias con engaños.
El cuerpo de Luisita es como el
cielo que admiramos, a trozos, tras el velo de nubes que se rasgan en jirones; ropaje de
aire y luz e irisaciones de tules y de gasas en revuelo.
Bernabé MORERA.
Revista PBT
1916
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