NOVELES
MAS FACIL ES LA COLUMNA

 

Durante las últimas semanas, Art Buchwald, el dramaturgo, podía ser visto diariamente trotando entre la lujuria y el sexo que circundan a Broadway, hasta llegar a su cuartel general: el New Amsterdam Roof Theatre, donde se estaba ensayando su casi incómodamente limpia comedia, 'Ovejas en la pista'. Buchwald el dramaturgo se parece asombrosamente a Buchwald el columnista, pero el otro día negó tan siquiera conocerlo. "Ah, ese tipo —comentó, quitándose de la boca uno de sus cigarros de a tres por un dólar—. Ese tipo que escribe la columna. Ese tipo, por lo que leo acerca de él, parece tener una existencia muy resplandeciente. Un verdadero león social. Y no hace ni medio. Leo el Wall Street Journal, donde en una hora escribe una columna. Pero creo que el Journal se equivoca al referirse a sus ganancias. No son 200 mil dólares al año sino una suma próxima a 198.479 dólares con 49 centavos, según me dicen."

DECADENCIA Y FRAMBUESAS
Buchwald, el dramaturgo, suspiró. "Y tiene una familia, tres hijos. Y yo aquí, tomando solo mi vino en el Algonquin." El dramaturgo, surgido de una solitaria sesión de cinco horas de reescritura en su solitaria celda del Algonquin Hotel, bebió un solitario sorbo de vino, se enjugó una lágrima de un moflete, y exclamó: "Ese otro Art Buchwald, probablemente está todas las noches en la Casa Blanca, comiendo con Pat y Dick. Y, seguramente, patinando sobre hielo con Spiro en el Sheraton-Park. Muy decadente".
Para el dramaturgo, todo se vuelve trabajar y nada más que trabajar. Reescribir por la mañana. Ensayos por la tarde. Reuniones con directores y productores. Sale del teatro a eso de las 9 de la noche. "A veces voy a Nathan's y como un pancho con todos los parientes de Damon Runyon. Después camino por Broadway y me fijo en la propaganda de todos los films pornográficos. Después, bueno, es hora de irse a la cama." En su trajinado día, Art encuentra que esa caminata de cuatro cuadras y media del hotel al teatro es una incesante fuente de sorpresas. El otro día se aventuró un poco más allá, vestido con un atuendo cuidadosamente calculado para evitarse problemas. "Ese barrio en el que trabajo es tan hosco, que simplemente quiero diluirme en él", aseguró, deslizándose la gorra sobre la frente hasta encontrar un ángulo inquietante. Se alzó el turtleneck hasta la altura de su mentón ligeramente sombreado. Sobre el turtleneck, su trench coat con cuello de piel falsa ("Tuvieron que matar a siete DuPonts para hacer la piel falsa de mi abrigo"). Desdeñando un portafolios, se aferró a una cartera de cuero. Tal vez no parecía un dramaturgo decadente, rico y snob, pero de todas maneras era una presa para los buscavidas y los pendencieros. Un hombre, con peor aspecto que Buchwald, avanzó hacia él oscilando por el centro de la vereda, haciendo con los dedos el signo de la paz (la V). El dramaturgo rebuscó en sus bolsillos por un cuarto de dólar. A cambio, recibió aritos deseándole "Feliz Año Nuevo dos veces".

PORNOGRAFIA SUBLIMINAL
Luego, Art inició su paseo de turista gesticulando ante las marquesinas de los cines pornográficos. "Fíjense en eso: 'el busto más grande de la pantalla, no hay que asombrarse de que transforme a los hombres en bestias'." Siguió con 'Muro de carne', 'Las chicas lo hacen' y otras cosas por el estilo. "Sucio, sucio", farfullaba Buchwald. Porque todos esos anuncios y films le están creando problemas con su obra: "Es muy subliminal. Cada vez que intento reescribir un parlamento, todas esas palabras me golpean. Me siento tan avergonzado de escribir una obra limpia", confiesa.
Ya en el teatro, Buchwald pasó bajo un cuasi desnudo completo en tamaño natural de Raquel Welch, atravesó el vestíbulo y tomó un ascensor hasta la sala de ensayos, en el último piso. Es un reducto oscuro y sórdido, y no ha sido utilizado —salvo para algunos ensayos— desde los años 20, cuando era un lugar muy animado. Todavía tiene su pasarela para las Ziegfeld Follies. Art se sentó en la parte de atrás de la sala y miró (la obra se estrenó en New Haven, luego pasó a Filadelfia y hasta el 19 de este mes no se verá en Nueva York; una de las razones para que no hubiera preview en Washington es que Buchwald el dramaturgo se parece tanto a Buchwald el columnista, que el teatro hubiera estado colmado por los amigos del columnista: un test no muy apropiado para una pieza destinada a Broadway).
En un susurro, Buchwald confió: "La pieza transcurre en un país del Himalaya. Ahí están ese embajador —John McGiver— y su mujer, Elizabeth Wilson, la madre de Dustin Hoffman en El graduado. El embajador tiene una empresa de construcciones en Washington y ha sido designado por Nixon. Piensa que con toda la plata que puso para la campaña presidencial, le podrían haber dado algo mejor. Joe Mayflower —Martin Gabel— está en su gira anual por el Lejano Oriente y decide acercarse a la sede del embajador para escribir una columna sobre «la patria chica». Siempre escribe una columna sobre «la patria chica», y no piensa irse sin su columna. A partir de ahí, es el caos".
El título original era 'Cómo doblar la bandera', pero Buchwald asegura que no andaba bien: "Se lo dije a varias personas y todas pensaron que se trataba del Cementerio de Arlington". El título actual deriva de lo que el autor vio al aterrizar en el país del Himalaya: la pista llena de ovejas.
"Pero el problema es que todo el mundo empieza a buscar símbolos escondidos." La gente arrincona a Art y le pregunta: "¿Somos nosotros las ovejas?"; y él contesta con un ambiguo yeh. Un actor, surgido del Método, lo urgía interrogándolo: "¿Qué quiso decir usted exactamente con este parlamento?". El autor exclamó por fin: "Mandémoslo a Nepal por cuatro semanas, para que sienta de verdad la atmósfera de la cosa".

¿QUE TIENE DE DIFICIL?
Es su primera obra. "Es asombroso pensar en los pasos que uno da —informa—. Uno escribe el primer borrador y a todo el mundo le encanta, entra en éxtasis, de modo que uno se dice ¿Qué tiene de difícil escribir una obra? Después uno se sienta y el director —Gene Saks— y los productores —Roger Stevens y Robert Whitehead— siguen diciendo que es maravilloso. Luego dicen: Veámoslo. De pronto, esta página y aquella andan por el suelo y todo empieza a carecer de sentido. Lo que sigue es ponerse a escribir y a escribir a máquina todo el tiempo, y no hay dedos que alcancen. Es como presentarle los deberes al maestro. Todo lo que uno quiere es que le digan 'Qué maravilla'. Pero lo que dicen es: 'Estás en el buen camino', o 'Ahí está, lo único que falta es darle forma'. Ir a esas reuniones es como volver al dentista después de un tiempo. Entonces, uno ya está listo para los ensayos. El libreto definitivo se imprime, muy bien impreso, y uno piensa: 'Ahora sí que escribí una obra'. Uno va al primer ensayo y se da cuenta de que no ha hecho nada y hay que volver a poner los dedos en las teclas."
A veces hay pequeñas compensaciones, como aquel actor reemplazante que no conocía la obra y que se pasó todo un ensayo sofocando la risa: "Lo hubiera besado", se exalta Buchwald. Pero llega el momento en que le dicen que hay que cortar ese parlamento. "Pero ese tipo se estuvo riendo todo el tiempo", protesta el autor, y le contestan: "No es más que un reemplazante y quiere el papel". Continúa el dramaturgo: "Mientras uno está tratando de salvar la obra, recibe llamados de su hermana, que le dice: Mi vecina, la señora Goldberg, quiere dos entradas para el estreno. Gente de la que uno jamás oyó hablar. No quieren ir a ver tu obra, quieren ir a un estreno".
Buchwald nunca habla con los actores: "O te muerden, o pretenden mejores parlamentos". Tampoco está preparado para un éxito: "Estoy preparándome para la derrota. Cada segundo en que no escribo, me preparo para todas las cosas que la gente va a decir si no le gusta, como 'Me encantó la escenografía', o 'Esa frase del segundo acto es tremenda'. No tengo planes para el caso de triunfar".

UN SIMBOLO SEXUAL
En este momento entra el productor Bob Whitehead, marido de la actriz Zoe Caldwell. Buchwald le dice 'Hi!' y, encendiéndose como un chico, agrega: "Tengo algunas páginas para usted". Conversan. Art vuelve y anuncia estoicamente que deberá rehacer el segundo acto. Sin embargo, en el camino de regreso al hotel, aunque admite que es un duro trabajo, insiste en que reescribir no lo fastidia y que no se cambiaría por aquel otro Buchwald, el columnista, y su animada vida social en Washington: "No me gustan mucho las fiestas. No bebo, ése es el problema". En cuanto a su propio enfoque de la vida, el dramaturgo confía que "es defensivo; o uno encuentra el humor de las cosas, o se va al diablo". Preguntado si su humor y el del columnista no eran el mismo —sarcásticos comentarios sobre la vida, de acento sociológico—, contestó que no estaba muy seguro de que eso fuera lo que él pensaba del columnista: "A mí, más bien me parece un símbolo sexual. Si tuviera que elegir un símbolo sexual en Washington, sería él. Sólo lo he visto en fotos pero me da la impresión de que debe de atraer locamente a las mujeres".
En la puerta del hotel se detuvo para despedirse, antes de subir con su obra para seguir retocándola. Y dijo: "Si alguna vez llega a ver a la mujer de ése otro Art Buchwald en Washington, dígale que le mando mis saludos".
PERISCOPIO Nº 17 • 13/1/70

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Art Buchwald
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