Novela
Siete de Oro
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Apareció envuelta en la confusión de otros libros, sin el ruido y la
furia que suelen encenderse en estos casos. A pesar de ello, en un
país donde los verdaderos novelistas pueden contarse con la mitad de
los dedos de una mano, 'Siete de oro' es una novela excepcional, que
desecha la retórica de vanguardia, el frecuentado terrorismo del
lenguaje, para convertirse en un objeto que los contiene y los
supera, al mismo tiempo.
Su autor, Antonio Dal Masetto, es un hombre joven y macizo,
pausado y silencioso, que, como su literatura, abandona las
prevenciones para sumirse de lleno en la conversación. Nació en
Italia, región del Piamonte, en 1938, y se largó con la madre a
América, en 1950, dos años después que el padre abriera el camino
hacia la Argentina, instalando una carnicería en Salto. Allí cursa
estudios, juega al fútbol en las divisiones inferiores de un club
local, es repartidor del negocio paterno y cadete en una farmacia.
Quería ser pintor, dibujante, y un día advierte que su pueblo "es
tan insoportable como todos los pueblos": tiene 17 años, deja una
carta y se marcha a Buenos Aires, a un laberinto de trabajos y de
pensiones.
Empleado de Gath y Chaves, obrero, corredor, Dal Masetto vive
alejado de los ambientes intelectuales hasta los 20 años; sólo se
rodea con las lecturas desordenadas que le deparan las librerías de
segunda mano. Escribir es, en esa época, un afán pendiente que habrá
de orientarse con el conocimiento sistemático de Herman Hesse, y se
definirá con Albert Camus, un asombro que todavía no ha cesado.
Más tarde, ya amigo de Miguel Grinberg, lanza junto a él la
revista Eco Contemporáneo, divulga sus primeros cuentos (capítulos
de La pirámide y la cucaracha, una novela que jamás vio la luz), y
termina un libro de relatos. 'Lacre': sale finalista en el certamen
Casa de las Américas, de 1964, con Cualquiercosario de Jorge Onetti,
pero su desinterés y las dificultades editoriales frustran su
publicación. Ese año se casa; padre de un hijo, Marco, resuelve
divorciarse en 1968, después de haber residido tres años en
Bariloche, donde mantuvo a la familia pintando paredes, un oficio
que hoy sigue cultivando.
Estos movimientos, estos avances y retrocesos, son los que
transitan las páginas de 'Siete de oro'. Surgen como ráfagas, como
imágenes titilantes de una memoria que se clava de golpe en un
detalle, para enlazar dos momentos separados en el tiempo, sin
fisura de la conciencia. Porque si algo persiste en el texto, es esa
renuncia a naufragar en la anécdota del recuerdo y, por el
contrario, la voluntad de narrar con apasionada objetividad, de
manera tal que el personaje crezca y se manifieste solo, levante su
experiencia como una obra singular, se ofrezca al lector por medio
de ese empecinado, incompatible deseo de hablarse a sí mismo.
VIAJE HACIA EL SUR
"Había dicho no a tantas cosas que ahora me resulta demasiado
fácil decir que sí a todo", informan las primeras líneas de la
novela. Es que 'Siete de oro' es el testimonio de una afirmación, la
génesis de una entrega. En ese viaje que el protagonista inicia al
Sur de la Argentina, se inicia también el viaje de una conciencia en
busca de su nombre. Decir que sí a todo es estar en disponibilidad,
flotante y llevado. De ahí que Dal Masetto consiga hilar la
apariencia de una historia, conjurando instantes, sensaciones que
fugan; los ata esa afirmación que constituye la única historia de la
novela.
Es ella la que suelda cada fragmento, la que muestra el
pasado v el presente. rescata un cierto brillo del futuro: si esa
afirmación no existiera, la vida de los personajes, detenida en el
centro de una belleza arrasadora y cruel, se desintegraría en el
gesto mortal de las marionetas. Dal Masetto despliega su narración
en un peligroso juego de oposiciones, que alcanza su más intensa
claridad en el sueño del tapiz, síntesis perfecta de 'Siete de oro':
allí, el lenguaje pone en escena el espacio existencial en el que
escribe cómo un hombre hace y deshace un tapiz. Al rechazar esa
presencia (la del tapiz), que existe ajena a él, el personaje
desentraña su ignorada identidad.
Es necesario descubrir en la abigarrada arquitectura del
dibujo su intención agazapada, empezar una lenta destrucción del
tapiz y hallar en la suspensión del último hilo, el nuevo principio
de la tarea; saber que la persistencia en esa negación equivale a
decidir la propia ausencia. Así, el personaje recompondrá el dibujo,
penetrará su sentido: la identidad se presenta como un "puro hacer",
y el movimiento de manos con el que arma y desarma el tapiz en
procura de un sentido, se vuelve el sentido mismo.
Muy pocas veces (y en estos años, sólo La traición de Rita
Hayworth, de Manuel Puig) una "opera prima" se brinda al lector con
tanta inteligencia. En su contenida narración, en su desdén hacia el
escándalo. Dal Masetto funda una conmovedora estética del orden. Si
la hieren sus breves caídas en el terreno de los hechos privados,
éstas se yerguen en la totalidad de la novela como un acto de amor a
ciertos personajes, que a 'Siete de oro' y a su autor se le deben
permitir.
46 • PERISCOPIO Nº 29 • 7/IV/70 |
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