CUENTO
FINAL DEL JUEGO
UN MODELO PARA LA MUERTE, por Jorge
Luis Borges y Adolfo Bioy Casares
Edicom, 1970; 122 páginas, 5 pesos.
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Treinta y cinco años atrás, Borges y Bioy Casares se encerraron en una
estancia de Pardo a elaborar un folleto comercial, de apariencia
científica. "Hacía frío —recuerda Bioy—, la casa estaba en ruinas, y
no salíamos del comedor, en cuya chimenea crepitaban ramas de
eucalipto."
Además del folleto, "proyectamos un cuento policial, según
una idea de Borges, en el cual un doctor Praetorius, alemán robusto
y dulce, tortura y mata niños por medios hedonísticos (juegos
obligatorios, música a toda hora). Ese argumento, nunca escrito, es
el punto de partida de toda la obra de Bustos Domecq y Suárez
Lynch". Los dos seudónimos provienen de sus ancestros: Bustos y
Suárez, de Borges; Domecq y Lynch, de Bioy Casares.
Es una obra lúdica y atrayente: Seis problemas para don
Isidro Parodi (1942; reedición, 1964); Dos fantasías memorables
(1946), y Crónicas de Bustos Domecq (1966). Suárez Lynch firma 'Un
modelo para la muerte' (1946), que Edicom vuelve a publicar mientras
anuncia las 'Fantasías'. Quien sólo vea un pasatiempo en estos
textos, sin duda se equivoca: hay en ellos una alegórica visión de
la realidad nacional —la realidad, al menos, de la era
preperonista—, que se disimula apenas detrás de la ironía y de la
que emergen rasgos permanentes del ser argentino: la soberbia, la
fatuidad, el buen humor, el ingenio, el talento.
Sin embargo, el pasatiempo acabó por frustrar estas
maquinaciones de Borges y Bioy Casares; participantes de un juego,
terminaron por ser el juego mismo. Así lo explica Borges:
"Escribíamos, hasta cierto punto, el uno para el otro, y como esto
sucedía en un ambiente de bromas, las historias devinieron tan
intrincadas y barrocas que era difícil entenderlas. Entonces,
dejamos de escribir, porque nos dimos cuenta de que nos era
imposible escribir de otro modo, y que este modo era penoso para el
lector".
La demostración más evidente es 'Modelo', un cuento policial
que —según el prólogo— Bustos Domecq cedió, con personajes y hechos,
a su discípulo Suárez Lynch. "Se ha permitido caricatos, ha cargado
las tintas. Algo más grave, compañeros: ha incurrido en errores de
detalles", dice Bustos. Nuevamente, don Isidro Parodi —el barbero de
la calle México, que purga en la celda 273 de la Penitenciaría un
asesinato del que no es autor— debe examinar un crimen y decidir
quién lo ha cometido. Otra vez rondan a su lado el doctor Bonfanti,
el cursi de Montenegro, el compadrito Savastano, el nacionalista
Frogman, el padre Brown, el coronel Harrap, la princesa Fiodorovna.
¿Quién mató al doctor Tonio Le Fanu? Antes de saberlo en el
último capítulo, hay que soportar una baraúnda de diálogos donde lo
que importa no es la narración sino la vertiginosa fiebre de Borges
y Bioy por divertirse amontonando palabras, citas, referencias a la
actualidad, chistes, lugares comunes, en un desborde que fatiga y
desorienta.
48 • PERISCOPIO Nº 31 • 21/IV/70 |
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