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H.P. LOVECRAFT Y OTROS

 

LOS MITOS DE CTHULHU, por H. P. Lovecraft y otros; Alianza Editorial, Madrid.
Cuando murió, en 1937, sólo dos de sus libros habían alcanzado la imprenta: La casa apartada (1928) y La sombra sobre Innsmouth (1936), y una serie de cuentos suyos fue publicada en la revista Weir Tales. Nació en Providence (Rhode Island) el 20 de agosto de 1890, lo bautizaron con el nombre de Howard Phillips Lovecraft. Su padre fue un viajante de comercio imponente y dictatorial, que murió cuando él tenía ocho años; su madre, una neurótica posesiva que se abalanzó sobre el niño, lo convenció de su fealdad, la maldad de la gente, su limpia estirpe británica y de que no debía separarse de ella por ningún motivo.
Lo logró. La infancia y adolescencia de Lovecraft estuvieron rodeadas de personas mayores; enfermo todo el tiempo, leyó hasta el hastío historia y astronomía, comenzó a pergeñar sus narraciones, no durmió una sola noche fuera de su casa hasta que cumplió treinta años, cuando la madre sucumbió completamente loca.
Desde ese momento su vida cambia radicalmente. Agotada la fortuna familiar, el niño sobreprotegido debe buscar trabajo. Se transforma, entonces, en crítico, autor de cuentos de miedo, corrector de estilo. La posibilidad de trabajar le abre un horizonte desconocido: los otros. El terror descubre la amistad; un grupo de aficionados al género se asoma a sus relatos y empieza a cartearse con él; se constituye así lo que se llamó "El círculo Lovecraft"; su nombre toma cuerpo y la edición de sus dos libros pone al descubierto a uno de los más geniales escritores del siglo. Pero no tuvo tiempo para ver cómo crecía su fama; un cáncer intestinal acabó con él un 15 de marzo, en el hospital de Providence.
El círculo formado alrededor de él da a conocer entonces una extraña tarea iniciada años atrás. Teniendo como base la idea del Dios Cthulhu, inventada por Lovecraft, los componentes del grupo crean sus alternativas. Nacen los libros esotéricos imaginados, dioses mayores y menores, flora y fauna; autores, ritos y religiones cristalizan toda la imaginería que se conoce como Los Mitos de Cthulhu, una obra colectiva, inmensa, que la admirable antología de Rafael Llopis divide en tres fases en las cuales reseña los antecedentes, la constitución y la inevitable decadencia del ciclo.
El primer libro, Los precursores, revela las líneas dispersas que prefiguran ciertos ámbitos, personajes e ideas que reaparecerían, luego, en los relatos del período de Los mitos.
Edward John Moreton Drax Plunkett Dunsany, conocido luego como Lord Dunsany, abre el volumen con 'Días de ocio en el país del Yann'. Nacido en Londres en 1878, educado en Eton y Sandhurst, militar en la Guardia Coldstream, cuando la contienda sudafricana, y del Royal Inniskilling, durante la Primera Guerra, deportista, Dunsany elaboró una obra literaria fascinante, como narrador y dramaturgo. Con impecable lucidez la barroca fantasía de Días abre el terreno que Lovecraft poblaría de terror. El viaje que su personaje hace a bordo de "El pájaro del Río", por una tierra imaginaria, fija la decadencia de los dioses, la lenta caída de los territorios del sueño, la bloqueadora imagen de la realidad alimentada por el avance de la razón.
En Un habitante de Carcosa, de Ambrose Gwinnett Bierce (1842-¿1914?), un hombre medita sobre la muerte en un paraje desolado, hasta comprobar que se halla sentado sobre su propia tumba, extranjero de su cuerpo, en su antigua ciudad en ruinas, viviendo su muerte. El signo amarillo, de Robert W. Chambers, anuncia a un pintor su fin, soñado por una modelo y apresurado por la lectura de un libro maldito. Vinum Sabbati, de Arthur Machen, reactualiza en un muchacho entregado al estudio los pasos del Aquelarre de las Brujas: ceremonias medievales, ellas iniciaban a inocentes mediante una pócima que originaba una figura tentadora, capaz de seducir al llevado para representar la Caída Original. Increíblemente, esa figura era él mismo.
Con El Mendigo, Algernon Blackwood un inglés oriundo de Kent (1869-1951), sustrae el cuento de terror de su escenario irreal para ubicarlo en la inmensidad de los bosques canadienses. Una leyenda folklórica le sirve de telón de fondo para seguir la quiebra de valores que se opera en un estudiante de Teología, frente a la atracción ejercida por la imponente soledad de la selva. Blackwood, criado entre evangelistas —"en una atmósfera estrecha y pesada donde los impulsos más naturales, bailes, teatro, el alcohol, eran reprimidos por ser cosas del diablo", según confesó—, vibra en su cuento, de trabajado sadismo, una lucha sorda en la que el orden del futuro teólogo descubre un orden paralelo que se brinda tentador y prohibido.
El Lovecraft dunsaniano de La maldición que cayó sobre Sarnath cierra el primer libro y comienza a modelar su imagen del Tiempo Primordial, en el que ciertas criaturas desplazadas acechan para volver a adorar a sus viejos ídolos.
Desde el texto inicial hasta el último, esta parte despide una desgarradora convicción: la razón se impone como un límite ante el cual los dioses sucumben, causa en el hombre una ruptura en la cual lo imaginario condena al extrañamiento y la soledad; aferrada al positivismo, se convierte en el único lenguaje. Es el terreno sobre el que hacen pie los Mitos de Cthulhu.

LA EDAD DE ORO
El libro segundo, Los mitos, es el instante de la toma de conciencia: el círculo se forma y arquitectura toda la cosmogonía.
Aún con resabios de Dunsany, Lovecraft expone en 'El ceremonial' su idea del mar como un símbolo del Mal. Alguien regresa a un pueblo de fantasmas para llevar a cabo un rito ancestral. En Los perros de Tíndalo, Frank Belknap Long arroja una hipótesis: el Tiempo es una hendidura que sólo nos permite ver partes del "Tao", la Totalidad. Su personaje muere al querer atravesar esa hendidura. La sombra sobre Innsmouth muestra a un Lovecraft maduro; su teoría de los orígenes y del "llamado" del mar, cobra intensidad; en La piedra negra, Robert E. Howard esboza un principio ordenador de Los mitos, transcribe partes de un poema de Justin Geoffrey (un escritor imaginario), que habla de un sacrificio ritual ejecutado por seres primitivos alrededor de un monolito. El sueño es vivido como una vida simultánea, a la cual fue confinado el reprimido y silenciado momento de los orígenes.
Reliquia de un mundo olvidado, de Hazel Heald, no es más que una variación sobre la idea del Dios enterrado y acechante de Lovecraft. Las ratas del cementerio, de Henry Kuttner, forja una narración perfecta, centrada exclusivamente en lo macabro. El vampiro estelar, de Robert Bloch, y El morador de las tinieblas, de Lovecraft, son dos cuentos continuados, cuyos personajes son alternativamente sus propios autores.
Pero la cumbre del segundo libro es En la noche de los tiempos, de Lovecraft. La existencia de una "Gran Raza", que siglos antes de la aparición del hombre logra una, cultura que le permite cruzar la barrera de las edades para colonizar la mente de los hombres del futuro, sirve a su autor para lanzar a su personaje en una carrera enloquecida hacia el principio de los tiempos, en busca de su "mismidad".
En este relato aparecen todas las obsesiones y todos los terrores de Lovecraft; también resplandece allí su visionaria inteligencia, su racionalismo abrumador, sus temores religiosos, su mística rebeldía. En La noche, levanta un territorio en el que la razón sólo cumple un rol tangencial; relativizada, no explica sino ciertas zonas, del texto. A diferencia de sus seguidores, el relato no sirve a teoría alguna. Es esa acción, la puesta en marcha de una pesadilla. Lovecraft mueve a su personaje (un profesor de Economía) en un hilo que pende entre lo real y su opuesto, en el ámbito de un sueño que juega la posibilidad de ser real. En tan desmesurada propuesta, que logra a la perfección, se funda su estética.
El tercer libro cubre los Mitos póstumos. Inevitablemente, el pensamiento del fundador es canonizado; el instante vivo que fue su obra se torna modelo, materia de exégesis, arcilla para variaciones.
Se inicia con un texto de A. Derleth (un norteamericano nacido en 1909) sobre un argumento de Lovecraft, La hoya de las brujas. Neutralizado por su maestro, en este relato y en el propio, El sello de R'lyeh, no hace más que llevar hasta la reiteración los temas de Lovecraft, para caer en un flagrante maniqueísmo. La sombra que huyó del chapitel, de Robert Bloch, naufraga en la ingenuidad, al levantar una metáfora sobre un ser del Mal, responsable de los horrores de Hiroshima y Nagasaki.
La iglesia de High Street, de J. Ramsey Campbell, un adolescente de 17 años, es el cuento más logrado. Sus criaturas, que atrapan a los terrenos para que les sean abiertas las puertas de sus prisiones, ofrecen una fascinante visión sobre el tema del espacio. Por último, el español Juan Perucho brinda una humorística y poética interpretación de los mitos y cierra el ciclo.
A partir de esta culminación, algo se levanta como irrefutable. Si los Mitos de Cthulhu son una lectura imprescindible, es sólo por el genio desaforado de Lovecraft. En él sus epígonos encuentran sus fundamentos, el motivo de su existencia.
A diferencia de ellos, aquél inventa una realidad capaz de alumbrar las dimensiones que relegó a las sombras un racionalismo exasperado. Místico, religioso, ateo, materialista y onírico, su mundo es una fabulosa síntesis de opuestos, una brutal rebeldía. Así, al volver una y otra vez sus ficciones a un Tiempo Primordial, Lovecraft salta el cerco de la Historia y en el ámbito del Caos original halla el instante en el que comenzó la Caída.
Como un espejo, el mundo de sus ficciones se ensancha hasta el delirio.
Él es su historiador y levanta una fabulosa alternativa: de un lado, hace de ellas pruebas de un Mal original que acecha en todo presente, listo para lanzarse; paralelamente las estrella contra un pensamiento que concibe al Tiempo como una línea, sumiéndolo en otro Tiempo que lo agota y lo supera; y contra la certeza de un Espacio único en el que descubrirá la dimensión de otro Espacio cargado de horror, con seres infrahumanos, rituales subterráneos. iglesias en donde se celebran ceremonias satánicas.
Desmesuradas, sus fantasmagorías se colocan antes de la Historia; el lenguaje deviene un conjuro, la pesadilla es pura acción, el Espacio se crea mágicamente y la Historia, de golpe, se vuelve ejemplar. Nadie como él logró, sin forcejeos, confundir y rebalsar en un texto todos los componentes del Mito. Y nadie como él, herido de lucidez, ejerce con su vuelta al Tiempo de los Orígenes un acto restitutivo, en el que estalla la necesidad de recuperar (inventar) ese pasado, poblar los espacios en los que la razón boquea, iluminar los abismos del Tiempo, liberar las criaturas y visiones agazapadas en el reverso de la conciencia; completar, pese al terror, la loca y enceguecida carrera al corazón absoluto.
Norberto J. Soares

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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