Vuelve Macedonio Fernández
Papeles de Macedonio Fernández
(EUDEBA, 124 páginas)
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Macedonio Fernández: Papeles de Macedonio Fernández (EUDEBA, 124
páginas).
El año pasado, una edición de 'Les lettres nouvelles' publicó
en París, como primicia, unas páginas de Macedonio Fernández. Casi
simultáneamente, Il caffé, subtitulado como Primera enciclopedia
permanente de literatura excéntrica, daba a conocer en Roma algunos
cuentos y poemas suyos, glosaba su estilo, se complacía de haberlo
descubierto en Sudamérica. Sin embargo, en Buenos Aires, donde
Macedonio vivió entre 1874 y 1952, es casi un desconocido, Sus
obras, al igual que Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, se
mencionan como cumbres de la literatura argentina, pero hace ya
mucho que nadie las lee: completamente agotadas, no consiguen
acceder a una reedición que, con seguridad, se vendería rápidamente.
De todos modos, Editorial Universitaria de Buenos Aires prepara una
antología de Macedonio que, prologada por su hijo, Adolfo de Obieta,
iniciará en 1966 una colección de autores argentinos contemporáneos.
Incluye Papeles de recienvenido, No toda es vigilia la de los ojos
abiertos, Una novela que comienza, Poemas y La novela de la eterna.
Funambulesco y desconcertante, Macedonio Fernández es un caso
único en la Argentina: con empecinamiento, alegremente, se escurre
de todo encasillamiento. En sus páginas, un correcto cuento puede
transformarse inesperadamente en una tesis filosófica; un aceptable
poema es capaz de alimentar de golpe un incendio de comicidad,
absurda y paradójica. Siempre se atuvo exclusivamente a leyes
propias, demoradas en una sintaxis y ritmo interiores. Sin embargo,
Macedonio sostenía que su estilo, cambiante, imprevisto, casi
delirante, correspondía a las formas de la realidad.
Tal vez por eso nunca fue más que un escritor de minorías;
por eso, también, se atribuye a Borges haber dicho que es uno de los
pocos genios que conoció en su vida. Nada de ello lo inquietó: su
realidad, tortuosa, oculta, no tenía lugar para ediciones agotadas o
párrafos laudatorios. Además, él mismo parecía uno de sus
personajes: si usaba la tricota eterna para abrigarse la cabeza y el
sombrero como cubretera del mate; si permitía que le pagasen con un
soneto sus honorarios de abogado; si aspiraba utópicamente a ser
presidente de la Nación, ese mismo sentido casi fronterizo de la
realidad invadía espontáneamente todas sus páginas.
En el prólogo, Adolfo de Obieta afirma: "Si al lector le
gusta la aventura del pensamiento y su expresión, y no busca una
lectura meramente confortable, sino que considera parte del juego
ser desorientado y a la vez desorientar al autor con una comprensión
no menos incisiva; si no se aflige al encontrar dentro de un relato
una trampa al relato, o en medio de un patetismo una autoironía que
desinfla todo énfasis, es posible que reconozca que Macedonio
Fernández, como él decía de la realidad, trabaja en abierto
misterio". No muy distantes son las prevenciones que Aldo Pellegrini
hizo cuando prologó las obras completas del uruguayo conde de
Lautreamont, uno de los genios más enigmáticos de la literatura
universal.
Pero el humor de Macedonio Fernández, en quien más de una vez
parece haber bebido Groucho Marx, buscaba por ese camino una visión
total del mundo, una concepción personal del tiempo y del espacio.
Cuando se asombra de que Mahoma haya llegado exactamente al mundo el
primer día de su era, porque si llegaba antes le hubiera faltado
dónde encajar; cuando sostiene que el día de su aniversario le
parece estrecho porque conoció a una señora que cumplía años el
mismo día; cuando habla de alguien que no lo invita a comer porque
tiene mucha memoria y no necesita verlo para recordarlo siempre;
cuando se interrumpe para pedirle al lector que no lea tan ligero
porque él no ha llegado aún con su escritura adonde aquél está
leyendo: cuando se lamenta por tener que faltar personalmente a un
banquete porque un amigo a quien rogó que faltara en su lugar no lo
hizo; su humor paradójico y gozoso estalla furiosamente, prodiga un
diluvio de talento y originalidad.
La falta de reediciones ha producido un hueco, ha quitado
continuidad a la literatura argentina, y los escritores de una
generación suelen ignorar a los de la anterior. Cuando en 1966
EUDEBA lance los Papeles, Macedonio Fernández se incorporará, junto
con los más jóvenes, a la primera línea de batalla. Porque es,
indudablemente, un contemporáneo de ellos.
Revista Confirmado
16.09.1965 |
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