Poeta W. H. Auden
El nombre de cada cosa


Casi todos los domingos del riguroso invierno que está viviendo Nueva York, un hombre envejecido, con la cara estriada por la fatiga, recorre los estantes de una librería psicodélica situada en las inmediaciones de St. Mark's Place. Su abrigo está manchado de contratiempos caseros y denuncia la ausencia de por lo menos un par de botones. Los hippies imaginan entonces que este viejo ha deambulado desde el Bowery para huir del frío. Él no lo comenta con nadie: enciende otro cigarrillo sin filtro y pide los diarios ingleses de la fecha, con un impecable acento de Oxford.
Durante los meses de verano, el escenario se traslada al pueblo de Kirchsttenten, a menos de cincuenta kilómetros de Viena, donde los hippies se transforman en campesinos austríacos, la librería en los escaños del coro de la iglesia local, y el protagonista en un venerable vagabundo que truena con su voz de bajo el himno ofertorio Komm Schöpfer Geist. Sólo una cosa se repite puntualmente: su alemán es tan terso como su inglés.
Nadie hace demasiado caso, sin embargo, en ninguno de los dos sitios, a este cosmopolita ligeramente deteriorado. Pero desde 1928, cuando apareció su primer libro —impreso privadamente y a mano, en Oxford—, Wystan Hugh Auden ha venido produciendo, sin demasiado ruido pero sin pausa, algunos de los mejores poemas ingleses de este siglo.
Hace dos décadas, el crítico de la Universidad de Columbia, Jacques Barzun, puso sobre sus hombros el título de "el mayor poeta viviente" de ese idioma, sin importarle de que aún viviesen, para discutírselo, Ezra Loomis Pound, T. S. Eliot, Dylan Thomas y Stephen Spender. De todas maneras, esa opinión sirvió para que Auden ganase merecidamente, en 1948, el Premio Pulitzer y, años después, el Bollinsren, el National Book Award, la King George Poetry Medal y el Estatal Austríaco para la Literatura Europea. El verano pasado, la editorial Random House celebró los 60 años del poeta con la mayor antología de su obra publicada hasta el presente y, en noviembre, Auden fue condecorado con la prestigiosa Medalla Nacional de Literatura (acompañada por 5.000 dólares), una distinción que el Gobierno de los EE.UU. había conferido anteriormente en sólo dos oportunidades, a Thornton Wilder y a Edmund Wilson.

Detrás del homenaje
Claro que a nadie puede juzgárselo seriamente por los premios obtenidos. Pero, en el caso de Auden, esos premios son apenas la cáscara de una obra asombrosa, de una vastedad y calidad que admite pocos paralelos entre sus contemporáneos. Poemas (en todas sus variedades, del aforismo a la oda), dramas, canciones, libretos de ópera, epístolas, ensayos, artículos periodísticos que van desde la investigación de la música en el teatro de Shakespeare a la historia y evolución de la novela policial. En colaboración editó colecciones de baladas y música popular isabelina, proverbios, y una insuperada antología que atraviesa la trayectoria completa de la poesía en lengua inglesa, desde los primitivos bardos sajones anteriores a Chaucer hasta la Segunda Guerra Mundial.
En su adolescencia, Auden se deslumbró por la biología, y emergió del Chrits Church College como científico. Pero allí estaba esperándolo un segundo y más duradero deslumbramiento: de la amistad con Stephen Spender, Christopher Isherwood, Louis McNeice y Cecil Day-Lewis, de la búsqueda conjunta de una nueva voz para la poesía británica, saldría la renovadora experiencia de la década del 30 que ellos protagonizaron, por la que el poema inglés viró de la trascendencia de Eliot a la inmanencia y el compromiso que recogerían, en el apogeo de los años 50, los mejores de entre los poetas del ciclo beat.
Los viajes —Berlín, España (durante la guerra civil), Islandia, el corazón de la China— colaboraron después a decantar ese compromiso, a tornarlo lúcido. Cuando Hitler invadió Polonia, Auden estaba en Nueva York, sentado "En uno de los cafetines / De la calle Cincuenta y Dos / Inseguro y temeroso / Mientras expira la esperanza cauta / De una década baja y deshonesta". Con esa década se desmoronó también el primer Auden, crédulo en el poder de la poesía, y el compromiso se convirtió para él en un contrato con el lenguaje: "Se puede escribir un poema contra Hitler —escribió—, pero no se puede detener a Hitler".
Cada vez más, su poesía se convirtió en una investigación lingüística que se desarrolló a dos niveles: la resurrección del inglés arcano y su escondida belleza (su libro de cabecera ha sido, en los últimos veinte años, el tercer volumen del Oxford English Dictionary), el regreso vertiginoso a la cotidianeidad, madre de toda poesía perdurable. Hasta sus exegetas comenzaron a sentirse intranquilos cuando Auden llevó esas pautas a sus últimos extremos: "Comenzar la mañana / Con una satisfactoria / Descarga es un buen signo / Para todos nuestros días adultos", triunfaba en una de las páginas de About the House (1965).
"Un poeta es un hacedor profesional de objetos verbales —definió hace poco, ante quienes le objetaban la pluralidad cada vez mayor de su temática—: toda su obligación es que el objeto esté bien hecho." La realidad es así de simple, pero esa simplicidad esconde para Auden su propia mortificación: hay poemas suyos que han sido publicados en diez versiones diferentes, y es probable que él no se resigne jamás a tolerar una reedición que escape a su censura.
Para muchos es una contradicción que este maniático del nombre justo de las cosas sea simultáneamente un hombre desprolijo, reñido con el aseo, en cuya casa las revistas se amontonan sobre las sillas, y una luz vacilante entra a duras penas por los sucios vidrios de las ventanas. Quienes opinan así ignoran que Auden ha terminado por convertirse en su propia obra, y que esa obra fluye continuamente de él sin necesidad de apoyarse en nada. A mediados de enero, un cronista de Newsweek pudo comprobarlo: en el desorden de su habitación en penumbras, con su visitante sentado trabajosamente en el borde de una silla que amenazaba derrumbarse, Auden habló durante horas de sus traducciones de poesía islandesa, de una antología de "material de ideas", de G. K. Chesterton, en la que actualmente trabaja, y de su futura colección de poemas —inéditos, pero con varios años de escritos— "que aparecerá sin duda en 1969".
Sus vacilaciones en los temas que preocupan a su país —es ciudadano norteamericano desde 1946— aparecen entonces como la lógica de un hombre que conoce sus límites: "Supongo que las tropas norteamericanas deben permanecer allí —contestó a una encuesta seguida entre intelectuales, para estimar una opinión sobre la guerra de Vietnam—. Pero sería absurdo decir que esta respuesta es mía: significa, simplemente, que soy un habitante de este país, que lee todos los días The New York Times".
Su furor, en cambio, se precipita continuamente contra los corruptores del idioma, "que han convertido palabras como comunismo, paz, libertad, imperialismo y democracia en reflejos tan involuntarios como el que produce un golpe en la rodilla".
Hace bien en enfurecerse, él que conoce como pocos los riesgos que estallan en la lengua cuando se aleja de los hombres. "Eras tú —escribió, en un poema de homenaje a los 60 años de Eliot—/Quien no carente de palabras Dará la sorpresa, pero descubriendo / El exacto lenguaje de la sed y del miedo / Hizo mucho para prevenir el pánico". Ahora que es Auden quien ha llegado a esa edad se advierte que el homenaje es reversible: que no es él quien debe agradecer, ya que es beneficiario de una deuda de todos.


PRIMERA PLANA
5 de marzo de 1968

 

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