LOS SIAMESES"
de Griselda Gambaro
Desde 1964, cuando Emecé
premió tu libro de cuentos "Madrigal en la ciudad", Griselda Gambaro
está condenada al triunfo y la notoriedad. En 1965, irrumpe en la
escena teatral con lo que señaló como la primera expresión talentosa y
auténtica del teatro del absurdo en la Argentina: "El desatino". En
tiempos triunfales del realismo (Cossa, Halac, etc.) esta rebeldía,
esta consciente actitud de remar contra la corriente, no dejaba de ser
significativa. Después de "El desatino", vinieron "Las paredes" y
"Viejo matrimonio" (1966). No reeditaron el suceso anterior. Sin
defraudar, pasó lo habitual: el globo habla sido inflado demasiado.
Ahora, con "Los siameses", sin producirse el "desinfle" total, es hora
ya de recapitular y situar en su exacta dimensión a esta autora: una
dramaturgo de talento, que corre el riesgo de extraviarse en el
triunfo indiscriminado...
HACE dos meses, Juan C. Gené "
estrenó "Se acabó la diversión". Ahora, Griselda Gambaro nos propina
"Los siameses". Curiosamente, dos autores inscriptos en líneas
radicalmente antípodas, formal e ideológicamente, recurren a un
planteo dramático poco menos que idéntico: la relación entre dos
hermanos de caracteres totalmente opuestos (elementalmente: el bueno y
el malo), fuertemente ligados por esa oposición, al punto de ser las
dos caras inseparables de una misma moneda. Este punto de partida
le sirvió a Gené para elaborar una pieza de rara calidad (ver N° 25).
En cambio, en "Los siameses", Griselda Gambaro se extravía, se
enrieda, en esa sutil telaraña qua es el teatro del absurdo. Telaraña
hecha de leves sobreentendidos, de apelaciones al subconsciente y a la
más exquisita razón. Ocurre que la personalidad de ambos
protagonistas, Lorenzo el malo e Ignacio el bueno, es demasiado
esquemática, elemental. Aún en su deformada morbosidad, son en
realidad arquetipos, sobre todo en un tiempo tan "psicoanalizado" como
el que vivimos... Se trata de un diálogo, de una relación,
sadomasoquista excesivamente simple, que no se salva como en el caso
de otras expresiones del teatro de la Gambaro, por el hallazgo verbal,
la agudeza de las réplicas, el ritmo de la acción. El estatismo es
aquí casi agobiante. Relativamente, la obra comienza y termina bien,
pero el amplio espacio "central" se parece muy peligrosamente a un
bache de evidente esterilidad, donde se debaten sin tener mucho de
adonde agarrarse, dos personajes con casi ninguna carnadura vital (la
gran diferencia con los dos hermanos de Gené...) El simbolismo
trascendente de la pieza, la debilidad es tan falsa (Ignacio) como la
fuerza (Lorenzo), es tan claro como poco apasionante en su expresión
concreta.
Griselda Gambaro, condenada al parecer a estrenar o publicar todo lo
que escribe, es en este caso víctima de su propio éxito. Un poco mas
de autocrítica quizás la hubiese salvado de este bache, tanto más
notorio cuanto que es sin duda una de las figuras más promisorias de
nuestra actual dramaturgia. Por eso no es este el lugar ni el momento
para ser condescendientes con algunos aciertos parciales de la obra
(que los tiene), sino para apuntar con severidad las fallas. Y
entre estas últimas debemos contabilizar la interpretación y la
dirección. Jorge Petraglia (Lorenzo) y Roberto Villanueva (Ignacio),
recrean sus personajes defectuosamente, aunque sus errores son de
signos opuestos... Petraglia encara a su personaje dentro de la línea
absurda y farsesca que marca el espíritu de la pieza, paro lo hace
cayendo en excesos demasiado fáciles, caricaturescos. Por el
contrario, Villanueva se inclina por el naturalismo en la composición.
Pero también él opta por lo más fácil: el desbordo sin alma. Ambos
suplen una esencial asunción de sus personajes, por una composición
exterior y sin vida. Quizás, esto sea en gran medida consecuencia de
que, en realidad, los personajes son exteriores y sin vida... En
cuanto a la dirección, a cargo del mismo Petraglia, se nota el mismo
afán efectista. Esto redunda en una falta evidente de estilo o línea
coherente. Nos encontramos sin duda frente a un trabajo notoriamente
improvisado de un hombre talentoso. Y esta es una falla atribuible a
un buen porcentaje de las piezas y espectáculos que se montan en el Di
Tella: el afán experimental, el mucho y pronto, redunda reiteradamente
en expresiones pobres. Esto, a veces queda disimulado por un texto
valioso. Pero cuando ocurre lo contrario, cuando detrás hay muy poco,
entonces todo se derrumba... Revista Extra mayo 1967 |