RECUERDOS
EL TANGO EN BROADWAY
GARDEL EN NUEVA YORK
por Terig Tucci; Webb Press, Nueva York, s. f.; 230 páginas, 14 pesos.

Cuando llegó a Nueva York, los últimos días de 1933. Gardel no nadaba en la abundancia; a los 43 años (según otros, incluido Tucci, quien habla por boca de Gardel, eran 46) su carrera parecía hundirse en la mediocridad. El cine iba a salvarlo: más dinero, más audiencia, y hasta esa especie de legado histórico que es su imagen en movimiento.
Gardel hizo tres películas en Francia (Luces de Buenos Aires. 1931, dirigida por Adelqui Millar; Melodía de arrabal y Espérame, ambas de 1932 y del veterano Louis Gasnier), más un corto. La casa seria, con Imperio Argentina. En diciembre del 33, como las gestiones para nuevos films se empantanaban, marchó a los Estados Unidos, detrás de unas audiciones radiales que le ofreciera la National Broadcasting Company: fue idea de Hugo Mariani, violinista uruguayo, conductor en esa emisora del programa "El tango romántico".
Argentino, Terig Tucci actuaba entonces como consejero de música latinoamericana de la NBC: en sus manos quedaron la orquestación y arreglos de las piezas que interpretaba Gardel. Más tarde, esa obra se extendió a los cuatro films que Gardel rodara a cuenta de la Paramount —su financista de Joinville—, en los estudios de Astoria, cerca de Nueva York: Cuesta abajo y El tango en Broadway, de 1934, con Gasnier; El día que me quieras y Tango Bar, de John Reinhardt. producidas en el invierno de 1935, junto con un sketch para Cazadores de estrellas, antología de los actores de la empresa.
En síntesis, quince meses de convivencia, salvo el que pasó en Francia, entre agosto y octubre de 1934. A fines de marzo siguiente, Gardel inició una gira a Puerto Rico, Venezuela y Colombia, tras la cual debía regresar a Nueva York para intervenir en otras dos películas: una de ellas sobre poemas de Carriego; la segunda, con tema gauchesco, se realizaría en Hollywood.
El 25 de junio murió en Medellín. en un accidente de aviación.
Declara Tucci: "El propósito de este libro no es reseñar las incidencias de su vida diaria en Nueva York, sino, más bien, rememorar y valorar sus labores, sus horas de febril creación ... " Entendámonos: Gardel no era Picasso ni Schoenberg, sólo un cantor de excepcionales dotes; a nadie interesa un análisis de su artesanía, y es una lástima que el autor reniegue de la crónica exterior, de la biografía: a fuerza de inventar leyendas, de construir mitos, los admiradores de Gardel terminaron por oscurecer al individuo. Sin las ínfulas de Tucci, por ejemplo, el norteamericano John Malcolm Brinnin ha rendido un notable testimonio sobre la estada de Dylan Thomas en Nueva York, tan valioso como el más agudo de los estudios literarios.
Hay que sortear anécdotas intrascendentes o reflexiones musicales que aburren, para enterarse de algunos detalles. Gardel se aloja en tres hoteles durante su aventura neoyorquina: el Waldorf, el Beaux Arts (calle 44 y Segunda Avenida, donde alquila un "lujoso penthouse") y el Middletowne (48 entre Lexington y Tercera). Su restaurante preferido es el Santa Lucía (54 y Séptima). de cocina italiana, cuyos "spaghetti al alioil (con ajo y aceite)" lo encandilan. Integran su comitiva el letrista Alfredo Le Pera, el pianista Alberto Castellanos, el costarricense Samuel Piza —intérprete y asesor— y Tucci, que habita un departamento en la calle 110, frente al Central Park. célebre por las delicias culinarias de su esposa, Lola, "la anfitriona más solicitada de la colectividad híspana".
Le Pera suele ejercer un humor espontáneo y se corta al afeitarse; Gardel desconoce los rudimentos del inglés y se resiste a cantar en ese idioma; le gustan los paseos por la ciudad, aunque después de una travesía comenta: "No, no tenemos nada que envidiarles... " Esos paseos le sirven, en fin, para mantener su peso; de mañana, recibe masajes, salta a la cuerda, boxea con las sombras, corre al trote, se halaga con duchas frías: "Y, viejo, la pinta". Tucci lo lleva a la Opera, al Carnegie Hall —-en uno de esos recitales conversa con Fiorello La Guardia—, pero Gardel adora los westerns y trata de no perderse uno. En cuanto a su trabajo en el cine, consigue que se graben sus canciones en el momento, sin acudir al doblaje.
Era un perfeccionista. Desde que estuvo listo Sus ojos se cerraron hasta que lo entonó' frente a las cámaras, largas horas de ensayos y cambios se sucedieron. Ignorante de la técnica musical, ciertas melodías se le volatizaron porque no podía escribirlas: Tucci imaginó un sistema que consistía en dejar papeles numerados en las teclas del piano, donde Gardel arrancaba los sonidos básicos. De nada más se entera el lector: ni de sus cachets (315 dólares en la NBC, de 25.000 a 35.000 dólares por film, según Armando Defino en su Carlos Gardel - La verdad de una vida). ni de sus amoríos, ni de sus lecturas, ni de aquellas intimidades capaces de recobrar al personaje. Apenas si se menciona su avidez de dinero, rayana en el fraude (pág. 106).
No obstante, sin advertirlo, Tucci brinda un desolado retrato de Gardel: es el antihéroe metido a héroe, vencido por una ciudad invencible, enclaustrado en sí mismo para no extraviarse, como esas golondrinas a que alude en El tango en Broadway, su único tributo a la realidad.
Revista Periscopio
25.08.1970

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Gardel y Rosita Moreno
Gardel y Rosita Moreno, a principios de 1935