Los juegos del pequeño - burgués

 

ULTIMO ROUND, por Julio Cortázar; Siglo Veintiuno, Atóxico, 1969; impreso en Turín, Italia; 220 páginas, 22,50 pesos nuevos.
Resulta que viene el Julio y me cita en la contratapa de este hermoso volumen; me cita burlonamente, cierto, pero lo mismo debo decirle: Chas gracias, pibe. Siete meses atrás, en una revista de cuyo nombre no quiero acordarme, le llamé "pequeño-burgués con veleidades castristas", y el Julio se broncó, pues reproduce mi semblanteo y le opone su cartita al habanero Fernández Retamar, considerada por los giles como su "definición política".
Sin embargo, este cusifai no anduvo tan errado. Por aquella época, en medio de unas toses ideológicas que esparció arriba de Life, el Julio hablaba de "yo y otros que escribimos por una especie de lujo bastante burgués en el fondo". Pero una nueva lectura de la cartita de 1967 y buena parte de 'Ultimo round' salen a confirmar mis cinco palabras. ¡Qué vachaché! Desde la largada nomás, cuando el Julio se le inclina a Ernesto Guevara con 'ce haches' en la mano y asegura que "estará con el que luche y el que espiche / y en todo el que se agrande y se repeche / él estará, me cachendió".
Estará como Yepes, el boxeador cordobés que "prefiere la lucha a distancia" y a quien tiran sobre la lona unos golpes sin padre ni abuela, que nadie sabe de dónde surgen, salvo de los Reaccionarios Anónimos. ¡Pobre, el Julio! «Uno de tantos días de Saignon» prueba que se arregla baratito: casa de campo donde leer versos, escuchar jazz y Atahualpa Yupanqui, recibir gomias, beber 'pastis', cargar al Presidente Barrientos (que, desde luego, carecía de derechos para repeler de Bolivia a los invasores; tal vez al Julio le hubiera gustado que el finadito Barrientos hiciera como Don Fidel que tolera la invasión norteamericana en Guantánamo o se calló la boca el 62, mientras el loco-lindo de Kruschev le llenaba la isla de cohetes, al cohete), tomarle el pelo al Papa, defender la Píldora y dolerse del drama checoslovaco, igual a McNamara y al revés del Barbudo en Jefe.
Es que el Julio no la va con los dogmas ni los dogmatismos, sólo con algunos de esos que embellecen el espíritu y conceden pasaporte de vanguardista. Ejemplo: le molesta haber elaborado un retrato de Calcuta según los cánones normales; no obstante, "me quedo en el asco superficial, en el horror previo a la fabricación de una buena conciencia que consiste probablemente en escribir ese texto". Rezada la oración, expiada la culpa, 43 carillas más adelante incluye el texto («Turismo aconsejable»), en el que, claro, se manda un chiste contra Doña Indira Gandhi.
A distancia, siempre a distancia. Se pide perdón por recurrir a la literatura, antes de jurar que esa literatura es subversiva, capaz de destrozar a los enemigos de Yepes, los Poderosos, el Pentágono, el Kremlin, los generales, los curas, el Diablo (¡Dios nos libre y guarde!). Así el Julio glorifica una estudiantina que sirvió, en 1968, para humillar a Francia, como un segundo Fiat Lux. Yo temo que esté un poco gagá, aunque no tiene sino 55 años, pero "Noticias del mes de Mayo" me sorprende: abundan ahí unos versos amariconados, entre Éluard y Neruda. con los que el Julio salmodia "la lucha de un puñado dé pájaros contra la.Gran Costumbre". Por las Cosas que menciona, huelen más bien a pajarones: eso sí, divertidos, hasta cultos.
Como Don Fulgencio, el Julio vio el alba de un nuevo mundo en aquellas algaradas, porque además convivían "la voz de Elena Burke y de Catherine Sauvage, / la primer barricada al alba en el Boul'Mich', / el café que se bebe entre dos manifiestos..." Ya había descubierto que "la colonización, la miseria y el gorilato también nos mutilan estéticamente; pretenderse dueño de un lenguaje erótico cuando ni siquiera se ha ganado la soberanía política, es ilusión de adolescente que a la hora de la siesta hojea con la mano que le queda libre un número de Playboy". ¿Lo ignoraban? El Julio se volvió engagé.
Lo explica en la cartita: "... me marché de la Argentina en 1951, y sigo residiendo en un país europeo que elegí sin otro motivo que mi soberana voluntad de vivir y escribir en la forma que me parecía más plena y satisfactoria". ¿Por qué Francia, si la considera un vejestorio socio-político? ¿O por qué, entonces, venera la trifulca del 68? No hay respuesta. Habitante de París y empleado de las Naciones Unidas, el Julio comenzó a advertir que las naciones están desunidas y que "el problema del intelectual es uno solo, el de la paz fundada en la justicia social".
No se dio cuenta —pequeño-burgués al fin— que la justicia social es una estratagema de la injusticia; y en todo caso, no garantiza la paz sino que alienta las guerras: quienes las instigan y ejecutan se proclaman adelantados de la justicia social. Sucede que, pese a no creer "en los universalismos teóricos y diluidos [... ] mi propia situación personal me inclina a participar en lo que nos ocurre a todos". Sin abandonar sus comodidades, obvio es señalarlo. También en París comprendió que el socialismo "era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial [... ] en el simple principio de que la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día que haya cesado la explotación del hombre por el hombre".
En eso, ¡zas!, la Revolución Cubana, que convalida su pensamiento acerca del socialismo y lo lleva a sentirse latinoamericano y a dejar "la vía del escapismo intelectual" que transitaba en la Argentina. Con todo, estima "paradójico" que un argentino haya encontrado en Francia "su verdadera condición de latinoamericano". Por suerte el Che la halló en Bolina, en Guatemala, en México. El Julio, en cambio, tuvo la fortuna de que su mangrullo se alzara en París, lo que le brindaba una "visión desnacionalizada" de los acontecimientos cubanos.
Tan desnacionalizada —y, por ende, teórica y diluidamente universalista— que se le escaparon algunas reflexiones: ni el socialismo es moderno ni acaba con la explotación del hombre por el hombre; es aventurado sostener que en Cuba impera el socialismo: que el régimen de La Habana sea "latinoamericano", es discutible. En suma, el Julio no cesa de ejercer —objetivamente, no puede— el escapismo intelectual; o de intelectualizar el escapismo.
Con tal motivo, establece una lógica dicotomía entre su "compromiso personal e intelectual con la lucha por e! socialismo" y su "trabajo de escritor". Aunque, "incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura, a mi empecinada búsqueda «Mitológica, a los juegos de la imaginación en sus planos más vertiginosos: pero todo eso no gira ya en sí mismo y por sí mismo, no tiene va nada que ver con el cómodo humanismo de los mandarines de occidente. En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre..."
En síntesis, nada de ataduras que lo conviertan en un tribuno a las órdenes de una propaganda, nada de acción política. Sin embargo, ésa es su tarea hoy por hoy; lástima, porque le llegó la hora de elegir entre los intereses de la creación (en 'Ultimo round' abundan y son admirables), que abren los caminos políticos de la humanidad, y los negocitos de comité, que castran a la humanidad, le cierran el paso.
Los auténticos revolucionarios —y el artista es uno de ellos, quizás el más alto— son los que zanjan conflictos, no quienes cacarean soluciones; los que curan llagas, no quienes las denuncian: los que modifican la realidad, no quienes la exponen; los que confían en el poder de la imaginación, no quienes desean sentar a la imaginación en el poder. Estos últimos son politiqueros, pequeños burgueses con veleidades castristas: afirman poner el arte al servicio del hombre y acaban —estetas de la Revolución, creadores vergonzantes— poniendo el hombre al servicio del arte.
Ramiro de Casasbellas
PERISCOPIO 
20/1/70

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Julio Cortázar
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