EL MENDOCINO OLVIDADO
Juan Gualberto Godoy

Extraño destino el de Juan Gualberto Godoy. Poeta de bocacalle, romántico desleído, trovador gauchesco, hombre de ideas, satirista agudo, las historias y las antologías lo saltean con injusticia. Debe su primer estudio al hijo de Sarmiento (1864), y a Ricardo Rojas la primera evaluación académica (1917), dos antecedentes que no bastaron para ganarle el sitio que merece. Sus Poesías. editadas en 1889, veinticinco años después de muerto, soslayaron textos preciosos; una de sus composiciones mayores, 'Corro', anduvo perdida durante un siglo, mientras los eruditos suponían que era el antecedente de los Diálogos del uruguayo Baltasar Hidalgo.
Félix Weinberg hizo la luz en 1963, al descubrir un ejemplar de 'Corro' en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, que perteneciera a la colección de Pedro de Angelis. Sus seiscientos diez versos más un soneto salieron de la Imprenta de Mendoza en agosto de 1820: pero no invalidan la progenitura de Hidalgo. "Queda así firme el gran poeta oriental como iniciador literario del género gauchesco en el Río de la Plata", afirma Weinberg en Juan Gualberto Godoy: Literatura y política (Solar/Hachette, 1970; 274 páginas, 11 pesos), la más seria contribución al conocimiento de este olvidado.
Nacido en Mendoza en julio de 1793. viñatero a la muerte de su padre, teniente del general Necochea, Godoy publica sus versos inaugurales en el Termómetro del Día, un periódico de su ciudad, en 1820. La fracasada invasión a Mendoza de Francisco Solano del Corro —un oscuro y ambicioso oficial de San Martín— exige la ironía de su lira. El 21, en Buenos Aires, conoce al belicoso Lafinur, que meses después se refugia en Mendoza de las iras porteñas. Él colabora en El Verdadero Amigo del Pays, una hoja que el maestro lanza para difundir su credo liberal.
Tendero, Godoy integra la Comisión Legislativa que en 1825 se pronuncia
por "la forma federal de gobierno" para la Argentina; el 26 es redactor de El Iris Argentino, ya volcado a la tendencia unitaria. ¿A qué obedece el viraje? Lafinur y sus discípulos cuyanos, defensores del proteccionismo de las industrias locales, sostenían: "El aislamiento en que han estado los pueblos ha fortificado el espíritu de provincialismo; la habitud de gobernarse por sí se ha convertido en necesidad"; el país "no puede ser regido por un gobierno de unidad", sino por otro más conforme a las circunstancias: "Tal es sin disputa el gobierno republicano federal". Eso sí, cuidado con el espíritu de partido, que llega "hasta el extremo de emplear la fuerza y la violencia para obligar a los hombres a cambiar de pensamiento".
Según Weinberg, Godoy, que en su mensaje de 1825 reelabora estos conceptos, "alcanzó a distinguir que [. . . ] una cosa era la doctrina federalista y otra el partido federal". Las montoneras de Quiroga, el fraude del oficialismo mendocino. lo inclinaron a pensar que sólo un régimen centralista salvaría a la Nación del despotismo y la anarquía.
Curiosamente, fue adversario de Rosas, y en 1852 militó entre los argentinos que, como su amigo Sarmiento, abjuraban de Urquiza.
El 27 dirige el único número de El Huracán, libelo clausurado por el Gobierno mendocino; viene a Buenos Aires el 28, y la presencia de Dorrego en el poder lo obliga a buscar el campo: instala una pulpería en Dolores y más tarde en el Tuyú; es probable que Godoy haya sido el Juan Sin Ropa que venció a Santos Vega. En todo caso, la pampa bonaerense lo invita a ensayar la poesía gauchesca. De nuevo en Mendoza, funda El Corazero, en apoyo de la Liga del Interior que conduce Paz; al año, en 1831, huye a Chile, de donde regresará en diciembre de 1852. No para en Mendoza: asqueado de la política, cruza la Cordillera en febrero de 1853; retorna a los tres años, enfermo, se salva del terremoto del 61 —que derriba su casa— y muere el 16 de mayo de 1864.
Weinberg espiga 26 poemas de su ídolo. Hay, aquí, de todo: es sensato reconocer que Godoy no alcanza la finura de Hidalgo, ni la gracia socarrona de Luis Pérez (otro olvidado que aún espera a los investigadores), ni el sorprendente oficio de Ascasubi, tres de sus contemporáneos. El Corro, por más que "inicia a su vez —después de la Revolución de 1810— la serie de 'diálogos' poéticos no dramáticos, que alcanzarían gran difusión a lo largo del siglo pasado" (Weinberg), es un ejercicio de circunstancias, sin vuelo alguno.
Más atrayentes resultan las piezas costumbristas, los comentarios mordaces de la actualidad, donde suele transitar la sombra de su admirado Quevedo. La «Conversación de Don Badanas con su compañero Papanatas en el camino de Chile» (1830), es un ejemplo a destacar; también, «El conque»: "¿Con que por esta letreja / Y porque habla de Dorrego / Es justo que desde luego / Se mande callar la Abeja? / ¿Con que ya no es cosa vieja / Que Mendoza esté sujeta / A cualquiera Don Trompeta / Que otro pueblo tiraniza? / ¡Ay, qué tentación de risa!" Sin embargo, «Mi programa» (1853), y especialmente «Los dos caballitos» (1858) reservan los hallazgos más certeros.
En estas dos obras —la segunda, de inspiración gauchesca—, el batallador mendocino se burla del Sistema imperante, con una agresividad y unas razones que hoy continúan vivas: "Los que la echan de modestos / De patriotas v de honrados, / Son unos diablos menguados, / Que subiendo a buenos puestos / Mandan, y salen pelados". ©
JUAN PABLO LOPEZ
PERISCOPIO Nº 48 • 18/VIII/70

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Godoy, la política en versos