Nonatos
Tito demoron
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Breve
relato no admitido sobre las concepciones y sus confusas formas |
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o-o-o
Introducción o-o-o
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Los viajes, aquellos del que llegó a llamarse "tren de los mochileros", se hicieron turísticos, y los estudiantes invadieron con su nueva onda de propuestas impregnadas de alcohol fácil y libertades contenidas, ese trayecto que ya no tendría el mismo sabor. Masivo se hizo el viaje al sur, y el paisaje era triste cuando aproximaba el verano esa pubertad de cámaras fotográficas y habitantes de ciudades que intentaban pasar del gris maloliente a los colores que el consumismo les proporcionaba.
¿Qué frío no buscado nos heló la sangre como para no luchar contra los invasores de nuestra preciada década? ¿Por qué llegaron antes de lo esperado? ¿No supimos, no pudimos?.
La búsqueda de ese pedacito de tierra virgen, aislada de paisajes citadinos se hacía irremediablemente áspera; ya los omnibus descubrían e insolaban cualquier refugio y los campamentos debían correr sus costumbres hacia zonas de difícil hallazgo para los tours que colmaban por la tardes en una anhelante imitación por vivir un instante parecidos y confundidos con los que por amor se refugiaban en los bosques y ríos de aquellos entrañables paisajes sureños. O en playas, lejanas de rutas y accesos, sin materiales de construcción a la vista, sin la frialdad del cemento avanzando sobre la cálida naturaleza. Era difícil la búsqueda, pero había que intentarlo aunque más no sea para retener por unos momentos ese fascinante contacto con lo inasequible, en soledad. o en compañía de aquellos pocos con quienes nos reconocíamos, a veces tan solo con la mirada, esa mirada propia de cada generación, que conserva el camino transcurrido y nos hace semejantes; que permite distinguirnos de otras generaciones, de otras vivencias, de otras guerras y de formas de resistencias, distintas todas, al transcurso del tiempo y envejecimiento de nuestro cuerpo.
Fue, en una de esas huidas del hastío ante el quebranto de mi resistencia por no sentirme cómplice y contagiado por los vientos de tristeza de aquella sociedad emergente en los setentas, cuando me relacioné con cierto francés, heredero de aquellos errantes vagabundos que había aterrizado en nuestra aspereza, escapando, también él, de la contradictoria sociedad europea, de los bonzos que se inmolaban, de la droga y de la mediocridad llana de nuestra madre invasora y empalagosamente contagiosa de nuestras costumbres. Sociedad que continúa mirando lo nativo y la cruza, de la cual somos la mayoría de nosotros, con aires de superioridad y desdeño. Vestía sencillo y prácticamente no tenía tonos en su rostro, pálido, de ojos vivaces y largas pestañas negras, que apenas dejaban ver el color meloso de sus cristales. Boina roja, con escudos de lugares en los que había estado y dibujos de símbolos extraños; un solo colgante en armónica continuidad de sus largos cabellos. Extraño símbolo que cuando alguien le preguntaba, solo decía que le traía suerte, que era un amuleto más. Como queriendo no descubrir su significado.
Flaco, con pantalones desflecados; pinturas en su campera de cuero, flores pirograbadas en la espalda, de colores que iban del rojo en los extremos, rebajándose al amarillo para rematar en un sonriente sol blanco. Su aspecto lo revelaba ante cualquiera como extranjero, y bien, cuando hablaba en esa dulce mezcla de español y portugués, con su patinado francés, se hacía innegable su esfuerzo por adaptarse. Imposible, siempre terminaba admitiendo que nunca lograría obtener ese "cantito" que los nacidos por acá entonamos. De todas formas, resultaba muy agradable escucharlo volcar sus experiencias del recorrido que había hecho bajando desde el Amazonas por distintas rutas. No tenía aspecto de turista, de esos recolectores de recuerdos, llevaba una pequeña mochila, de la que se desprendía, desacomodada, una hamaca del estilo paraguaya. Ese era su equipaje. Durante los cuatro días que compartimos el viaje, intercambiamos conceptos en los cuales y pese a que seguramente él era mayor, no existían demasiadas diferencias en nuestras opiniones. Aunque eran muy notorias su originalidad en la forma de plantear situaciones y razonar sobre las mismas. Tenía los sentimientos a flor de piel, y aún cuando no había diálogo, eso se notaba en sus gestos, y hasta en su extraña forma de caminar entre los vagones del tren.
Por la noche y mientras procuraba descansar, con el sonido de los durmientes creciendo en las maderas del asiento, haciendo del ritmo casi una marcha de funeral, llevando el ensueño hacia épocas de hacedores de caminos, observaba al francés, recostado en un asiento, casi siempre en la misma posición, como leyendo pero sin dar vuelta las páginas. Cerrando de a ratos el libro, dejando ver el dibujo de su tapa. Una imagen que me resultaba inconclusa. Una especie femenina alada de cientos de brazos que sujetaban objetos de todo tipo. Hasta se me antojaba una imagen viril, cabellos largos y ensortijados en formas de serpientes que concluían en tantos ojos como cabellos dibujados. Mis pensamientos vagaban entre esa confusa imagen y las contradicciones que me procuraba a diario. Las consecuencias de vivir en una ciudad. La multiplicidad de imágenes. La falta de acierto y seguridad. Los caminos que se cerraban. La sin pausa.
Siempre me resultó atractivo intentar atrapar el lapso que media entre la inmadura certeza de estar despierto y la mágica lucidez de comenzar un eterno sueño. Atrapar el tiempo, esa hermosa senda que recorremos, infructuosamente intentando hacer inmortal nuestra presencia. El tiempo, que nada retiene porque nada necesita y poco a poco, espacio hacia espacio, va despojándonos de aquellas cosas o personas que con impotencia querríamos perpetuar. El tiempo, que fue dejando a esta, alguna vez solidaria sociedad, de sus hijos más cándidos y no permitió inmortalizar aquella penumbra de una década en la que todo podría haber ocurrido. Qué pretensión la nuestra, querer parecernos al tiempo, justo a él, al mas soberbio entre todos, al que todo lo puede y transita sin penurias o alegrías, al que desde siempre existe. Eterno. Qué pretensión intentar medirlo con números o tomarlo con sentimientos puros y audaces. Él, que de tanto en tanto nos permite recrear la ilusión que podemos frenarlo y nos contagia con sus virtudes. Inconmovible ante nosotros. Somos tan pequeños. Nuestra intermedia, breve y poco nutrida generación intentó, al igual que tantas otras, pretender que no existía y el castigo de esta falta de discernimiento fue el aislamiento. El auto exilio en una sociedad que considera al tiempo como brillante y no una fuerza espiritual, una voluntad, un alma eterna de este planeta agobiado. Me resulta difícil mantener la mente concentrada en un pensamiento, sentimiento, cosa o persona. Procuro entregarme directamente a dormir, pero no es algo que logre. Me pierdo de figura en figura como mono atado a un árbol voy de rama en rama. Esa figura del libro no dejaba de venir. Ya estaba enfocando mi pensamiento en mi contradictoria opción de no viajar como la típica clase media, en rápidos aviones, más cómodo. Con azafatas que a cada instante ofrecerían desde caramelos hasta cigarrillos, con pagada y estrecha sonrisa. Profesionales de la hipocresía atendiendo a sus semejantes que devolverán la misma mueca incierta. Ya estaba pensando en mis dualidades de clase media, ya venía esa imagen. Brillante, pero sin enceguecer. Desperté con la misma sensación que al dormirme. Contradictoria. Hoy no tengo sensaciones como aquella, mi casa es un "dormidero"... los viajes, bueno, estoy practicando la sonrisa... y me sale bastante bien.
Del libro que el francés rompiera, tal vez en su desesperación por no encontrar, me quedan recuerdos que recogí desperdigados por los vagones. No sé donde bajó. En que estación dijo basta. No sé que ingenuidad lo estuvo esperando.
Como toda persona promedio de clase media, me gusta pensar en felices encuentros. Y tal vez... solo tal vez haya encontrado. Yo sigo buscando... tal vez ustedes encuentren.
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o-o-o Uno o-o-o
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Siempre
que voy de viaje llevo dentro de mi pequeña mochila una cajita de
madera donde guardo fósforos, palitos de madera de oriente, un pequeño
platillo blanco, cuadraditos de papel y un lápiz negro. Los palitos
de madera los utilizo por la noche para aromatizar el interior de la
carpa, antes de dormir. También logro extraños dibujos en la
oscuridad al jugar con los encendidos inciensos, haciendo girar los
palitos en todas las direcciones posibles. En realidad, no es que
juegue, pero me distrae de pensamientos negativos. Tampoco olvido
llevar manteca. No, no es solo para untar panes tostados al fogoneo y
espolvorearles azúcar. Suelo derretir todas las noches un poco sobre
el pequeño plato hasta cubrirlo. Por la noche la manteca se enfría y
queda lisa, sin marca alguna. Un instante de música y el final de la
noche estará listo. ¿A qué tantos preparativos, si difícilmente
haya invitados?. Aún hoy, creo que ese rito atrae a los duendes,
pienso que tal vez alguno, se sienta tentado y aparezca; curiosos como
dicen que son, pisará suavemente la manteca, atraído por su pureza y
por esas huellas voy a saber, al despertar, que tal vez esa noche tuve
compañía después de todo.
Hasta hoy solamente huellas de pequeños bichitos, para qué voy a
mentirles, nada del otro mundo, pero sigo intentándolo. Olores
agradables que se elevan al cielo dentro de cada hilacha de humo, cuyo
juego principal, obviamente, consistirá en adivinar las siluetas que
asemejen a la realidad... o a las fantasías de los cuentos, a veces
no tan infantiles. Extraña herencia deformada del recuerdo de frotar
lámparas. Música que tienta al corazón a relajarse y que compensa
el alimento de las mas deliciosas de las comidas: arroz. Un pequeño
cuarto de tela, algo mejor que dormir debajo de un hongo. Con
sinceridad. ¿Qué duende puede resistirse?.
Sin embargo, y pese al esmerado rito nocturno, nunca puse mucha
voluntad o creencia en que algo podría suceder. La pesadumbre de la
soledad y el auto exilio, habían entretenido y confundido mis
sentimientos, cientos de veces hasta tal punto que la necesidad de
implorar internamente una compañía diferente y placentera, con quien
compartir sin explicaciones ni resquemores, ya no era disfrutado. Ese
deseo-necesidad surgía sin ataduras, sin apegos. Un estado que luego
comprendería se asemejaba a la certeza en lo que hacía, valorado,
tal vez, por la experiencia de vivirlo. Muchos sugieren algo parecido
para conseguir cosas. Soñar y soñar. Insistir. No sé. He desechado
las creencias ciegas. Solamente una experiencia paulatina para
recorrer el camino hacia un conocimiento que roce la realidad, no
solamente intelectual y enciclopédico. Tal vez, si dejo que la
certeza sea conductora...
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o-o-o Dos o-o-o
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No me hacés un hueco... tengo frío.
Una voz suave en medio de tantos truenos.
No sé si me despertaron los ruidos de la tormenta, sus luces, o la cálida
compañía que luego descubriría.
Entre asombrado y confuso, busqué mi caja de fósforos para alumbrar.
Traté de abrir el cierre de la carpa para ver lo que no quería ver.
Siempre me costó ese cierre, alguna vez tendré que arreglarlo.
Atascado como estaba, demoraba al intentar correrlo. De esa forma no
hay fósforo que aguante y los dedos hacen de depositarios de la cruel
llama. Siempre algo se quema cuando hay fuego.
¿No te pasa que cuando te despertás, en forma inesperada, la torpeza
hace burla los movimientos seguros cotidianos?. Acostumbrado a
despertarme con el infatigable sonido del reloj para ir a trabajar, un
tono suave pudo sacudirme más que las siete y media para el desayuno
previo a la rutina.
Y este cierre que no cede.
- Si abrís vamos a tener más frío todavía... ¿no me hacés un
hueco a tu lado?.
Giré. Seguramente debo haber palidecido. Un pequeño insistía en
hablarme como si nada, sentado sobre la mochila detrás del parante de
la carpa.
- Tenés miedo de la tormenta?
La risa burlona y cantarina todavía me retumba mientras escribo esto.
Por ahí no resistí la sorpresa... no sé. Recuerdo que desperté con
cierta alegría al escuchar que los pájaros iniciaban la mañana.
Canto firme y fuerte en sus gorjeos, como la risa que había escuchado
en mi carpa a la mitad de la noche... o en mis sueños.
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o-o-o Tres o-o-o
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Preparar
desayunos, después de una tormenta, suele ser un tanto fatigoso. Es más
el tiempo en intentar hacer un fuego, que el tiempo que tardás en
beber y comer. Pero los ritos son así. Al final de cuentas resultan
mas trascendentes los preparativos, que la foto misma. Desayunar es
algo que el ritmo de la ciudad me hizo olvidar. Cualquier café
siempre es a las apuradas, con la última gota mientras te ponés el
saco o saludas. No hay tiempo, la eterna excusa. No lo hay ni siquiera
para encontrar una respuesta que cambie lo que sabés que vas a hacer
de la misma forma durante los próximos... vaya uno a saber cuantos años.
Es increíble como nos empeñamos en acelerarnos y establecer parámetros
mentales de horarios rígidos. Tanto que terminamos atrapados en esos
pensamientos casi con exclusividad, viviendo en una realidad de
relojes. De agujas inflexibles. El tiempo siempre está ahí, en cada
acto, en cada charla, en cada espera. Siempre está, que si la luna
está está en tal lugar, si el sol se pone sobre el horizonte, si los
astros se mueven, si pasa un cometa en tal día a tal hora... siempre
está el tiempo. "¿Mamá por qué nos sigue la luna?"
escuché alguna vez que un chico preguntaba, desde arriba de un
colectivo, mirando por la ventanilla. La única respuesta posible a la
ingenuidad es una sonrisa, el resto sobra. Pero no la practicamos para
adentro. No nos respondemos. Nunca estoy seguro de las respuestas,
porque en definitiva no sé si voy a tener mayor satisfacción
recurriendo a la estricta verdad de los eruditos intelectuales
citadinos o simplemente gestuando. Las sonrisas, esas estrellas de la
calle.
- Esta noche, hacemos un pequeño fuego y vas a poder verlas- escuché
en la voz de esa pequeña transparencia con forma casi humana que me
había sorprendido en el interior de la carpa la noche anterior.
Romper la penumbra que cubre el ensimismamiento y la realidad no es
una de mis facilidades, y procurar una respuesta hacia lo que no tenés
certeza de existencia me resulta imposible. Es mejor no intentar
respuestas. Es mejor sonreír. La ilusión suele jugar malas pasadas y
aquello de hablar solo no es algo que sea bien visto en la ciudad.
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o-o-o Cuatro o-o-o
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Por
la noche el fuego cobra sentido, sobre todo cuando la noche está
cerrada. Las chispas saltan y suben como incorporándose unas a otras
y las mas lejanas terminan pegándose al cielo, desapareciendo. Formas
y más formas. Continuidad. Cercanía, de esa que evade cualquier ley
que intente medir el espacio.
- No sé si todavía estoy allá. Ella cuida que no descendamos antes
que se dé el momento, pero los olores, las melodías nos atraen ¿entendés?
¿Ya tengo forma?.
Nunca me esforcé en entender a los mas pibes. Cuanto más, he
intentado jugar a su nivel, pero nunca entender por qué hacen o dicen
las cosas. Ni siquiera entiendo su necesidad de abrazos. Pero aprendí
a ofrecerlos. Hay pocas experiencias hermosas como abrir los brazos y
ver a un pequeño correr a colgarse del cuello. Hubiera querido poder
dar ese instante de felicidad compartida. Pero estoy incapacitado, no
lo sé hacer. No me sale. Tal vez por no practicar demasiado, quizás
porque olvidé, no sé... no recuerdo algún reflejo que me regale esa
situación. Seguramente corrí de esa forma hacia mis viejos...
seguramente. Pero, entonces ¿por qué este vacío?.
Es como vivir enteramente postrado en una cama de hospital. ¿Viste
que no-situación es esa?. Todos los visitantes se sientan al costado,
en una silla. Los más animosos sobre la cama. Y, si tenés la suerte,
tal vez tu pareja te tome la mano durante algunos minutos, mientras,
como suele decirse, vela el reposo.
Algunas veces hago esta prueba. Me arrimo a alguna mujer conocida y le
digo "¿cuánto resistís que te tomen de la mano?". Es poco
el tiempo, te lo aseguro. Muy poco lo que dura. Los dedos se ponen
inquietos. Transpira la palma. Y esta inquietud no demora en
transmitirse al resto del cuerpo. El retiro de la mano es inevitable.
Cuánto mas, entonces con un abrazo ¿no?.
Con la fogata ocurre parecido. Se inquieta, toma forma y se pierde.
Quisiera retenerla. Fugarme. Entrar. Abrazar.
- No es necesario el abrazo. Con cruzarnos es suficiente. Los brillos
se encargan del resto. Los brillos nos atraen. Ahí nos tentamos. Nos
perdemos.
Un nonato, solamente uno de ellos puede no necesitarlo y justificarse
cálidamente.
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o-o-o Cinco o-o-o
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Me sentí impulsada a llegar aquí. Tal vez quienes corrían conmigo a
orillas del aljibe me hayan empujado con sus roces. Con sus brisas.
Quizás alguna ronda. Una escondida. El viento. O simplemente el
sonido, la pureza de los olores, tu plato blanco en manteca o los
cristales en la tormenta. Suaves luces, tiernos reflejos. Recuerdos de
faldas y caricias. Ternuras en las miradas. Sinceridad en las manos
sobre los hombros.
- Varoniles aciertos de miradas heredadas. Un padre dándose cuenta
que su hija ya es mujer. La sangre compartida, la ilusión de dejar
testimonio en una vida, los sentimientos y la inteligencia al borde de
un hueco. Esos sentimientos, esa inteligencia que no se transmite. Ese
conocimiento innato que obliga, que ata, que perdura en un presente
desconocido hasta entonces.
- Llegué imprevistamente, es cierto. Solamente tengo un vago recuerdo
de mi final y apenas un brillo de por qué estoy aquí. Pero vos me
escuchás. Sabés de mi tránsito. Me presentís y me das la forma
aunque no encontrás el final de mi cuerpo. Aunque me volcás
transparencias y me cobijás, también me improvisás.
- Permanecer es un bello regreso a nuestras raíces y aunque las
confusiones aumentan el impecable destino se transita sin errores.
Trabajar para intentar que la conciencia aflore. La repetible cadena
de ocasionales encuentros, de necesidades, de fortunas, de habitantes
internos. Regresar. Atar hechos, personas. ¿Si no hubiera ido a ...?
¿Si no me hubieran insistido en conocer...? ¿Si ... si....?. Creí
leer en su forma la herencia. Creí leer el testimonio y sin embargo
solo abrigo los confusos párrafos que entonces me resultaban sonidos.
Hoy ya no sé traducir esa sensación de cercanía. Diálogos.
Sentencias.
- En la tierra no va a ser tan fácil ya que nacer obliga. Ata. El
espacio limita y el tiempo resuelve por ustedes. Eso los va a
confundir un poco. Van a tener que discernir y buscarse en las
miradas. Mutar. Todo va a estar lejos, hasta aquellos que eligieron
para que los abriguen, los padres.
¿Los hijos, antes de nacer, eligen? ¿Orientan?
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o-o-o Seis o-o-o
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"...
por eso busco,
tus brazos en los míos,
la ignorancia en tu altar,
mi brisa en tu esplendor,
nacer y provocar."
Algunas veces solemos confundirnos y la verdad, que si no ocurriera la
manifestación física no tendría sentido estar acá. El aprendizaje
no existiría y nacer sería una utopía. Las formas de los nonatos
son esa utopía, ese contraste necesario que fija la dualidad para
poder sentirnos en nuestros deformes cuerpos. Porque, ¡mirá que hay
formas mas lindas que la del ser humano!, mas sinceras y placenteras.
Sin ir mas lejos, las formas de un árbol, la de una margarita, la de
un horizonte con el sol rojo.
La forma animal es grotesca, con sus pronunciadas y divididas
extremidades, desprolija, en ese extremo que parece contener todo, y
el torso que se manifiesta de las formas más ocurrentes. Cuadrados,
triángulos... nada mas puro que la forma que dan imágenes parecidas
al círculo, nada mas adecuado que una burbuja, nada mas placentero
que sus reflejos, nada mas frágil que su piel, nada mas ideal que su
final.
Hay seres que trocan el orden establecido, que promueven otros planos
de realidad. Esa realidad que se reconoce como tal hasta un
determinado momento. Y ellos cambian sus formas. Y provocan rechazos
en lo establecido. Y lo que antes era defecto divino pasa a ser
adoración animal. Y traen nuevas necesidades. Y nos adornan con otros
conocimientos. Y...
Son esas necesidades, esos conocimientos por llegar, esas formas por
conocer, esa adicción a lo inesperado, esas experiencias por venir
las que nos advierten, nos transforman antes de estar frente a nuestra
realidad momentánea, nuestro presente. Llegan y promueven tomas
conciencia en un instante, solamente un instante. Comprenderlas,
bueno... comprenderlas lleva todo un tiempo, un ciclo, una época.
Trascenderlas es el regreso luego de habitarlas.
Son esos seres nonatos que con sus formas nos relatan francas utopías,
negaciones, instantes de renacer, de reconocimiento, de vigencia, de
sentir y dejar huellas sobre otras formas, más cercanas tal vez,
desconocidas la mayoría.
Los nonatos, agonías de la vestidura física, sensaciones de espacios
informes. Anhelos de tiempos diferentes. Deformaciones de ordenes
universales. Firmezas de apariciones sin nacimientos. Centros de la
madre tierra compartiendo sus experiencias. Forzadas decisiones de
vientres sin lunas. Preocupaciones por nacer. Recuerdo de impulsos
exteriores. Provocaciones de las intensas muertes diarias que luchan
para permanecer. Desprendimientos nocturnos de nuestras inmaduras
limitaciones. Extensiones inmateriales de la brevedad de este sitio.
Pesar y dolor de aquellos que hubieran elegido como padres otro
consuelo, otro presentimiento de ellos mismos. Otro espejo de
conciencia, otra dualidad, otra impotencia. Egoísmo superior que, por
ignorancia, razona alegrías y esplendores inútiles que surgen desde
las penumbras y las tristezas, enturbiando insospechados cuerpos.
Aprendizaje de seres irrespetados que no entregan su llegada.
Inmaculados reconocimientos de ascensos que dejan las interrupciones
de nacimientos y muertes.
¿Cómo reconocerlos, apresados como estamos en esta deformidad que
insisten en llamar sagrada?.
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o-o-o Siete o-o-o
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No estamos preparados, y tampoco hacemos mucho por
tomar conciencia cuando intervenimos en la fecundación. ¿Cómo saber
si en ese momento algún ser nonato empieza a hacer lo suyo?. Por ahí
alguna persona se da cuenta que hubo una concepción. Es decir,
sabemos que puede ocurrir pero de ahí a darnos cuenta en ese
instante... ¿no?. Después vienen las cuentas para atrás y el hecho
pasa a medirse como pasado. Nosotros no lo presentimos ¿lo harán
ellos cuando descienden?.
Gestación. La eterna búsqueda de la unión de los géneros. La
contradictoria y oscura búsqueda de la entrega y posesión. El poder
de la conquista del complemento. La promoción gestual de rechazos y
aceptaciones. La distinción necesaria de la conjunción física de
saciedad. El placer. Las formas aprehendidas o imaginadas. La
razonable certeza. La estructura de costumbres pretenciosas que
facilitan el entendimiento. Las palabras confundiendo y acercando
destinos. La inevitable ley de ocupar los espacios, de angustias, de
temor. Los temblores y los sonidos. La construcción de la unidad y la
síntesis. El mensaje. La guía. La fugacidad. El descanso.
La soledad retumba en los recuerdos atando consignas. Costumbres que
se alejan cada vez más de los que a diario compartían el trabajo, el
barrio. Los amigos que crecen hacia otras circunstancias, otras
constantes. Y la falsa estructura que sostuvo una época se cae,
empujado por el desdén y egocentrismo. ¿Cómo justificar el
alejamiento de un mundo que consideraba real? ¿Por qué escuchar las
explosiones interiores de una vida derrumbada?. La soledad sin saciar.
Solamente el recuerdo, solo eso. La impotencia en el intento de
recreación de actitudes que inconteniblemente habían abandonado la
lucha.
Yo, que había rehusado hasta la compañía de mis pares, la de compañeros
de generación durante tanto tiempo. Que me despreocupaba de las
noticias. Los desaciertos de nosotros, los humanos. Que burlaba el
devenir con terquedad, sin embargo buscaba, en la unión, volver a
recrear situaciones que llenaran el vacío. Volver a relacionarme.
Saltar la confusión de sentimientos.
al recordar. Espantar las lágrimas. Acercar los soles.
Engendrar.
Ser padre.
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Al parecer, decía un mercenario,
cada vez son menos las cosas que se desean y más las que no se pueden tener.
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