La novela policial en la Argentina
 

En febrero de 1945 se terminaba de imprimir la primera novela policial de la colección El Séptimo Círculo, del sello Emecé: La bestia debe morir, de Nicholas Blake. Era el comienzo, en la Argentina, de una búsqueda que tendría idas y vueltas, peripecias ricas en anécdotas, y hasta algunas paradojas. Se trataba de reivindicar un género relegado a las ediciones de tercera categoría, de consumo masivo e indiscriminado: se compraba un género no un autor. La colección, fundada y dirigida —hasta 1955— por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, logró su objetivo. Ediciones cuidadas, con una nota sobre el autor publicado, un criterio selectivo, crearon una nueva mirada por parte de los argentinos hacia esos textos normalmente considerados fuera de la literatura, como un residuo de ella, o un desprendimiento sin importancia.
A Borges y Bioy Casares, por afinidades y coincidencias, les interesó especialmente difundir la llamada "escuela inglesa", que no siempre es escrita por ingleses, y que fue inaugurada por un norteamericano: Edgar Allan Poe. En realidad, por medio del Séptimo Círculo realizaron una doble tarea: valorizar el género policial y mostrar modelos de narración emparentados, por su construcción, con los que ellos estaban forjando, cada uno con su propio estilo. Un tipo de relato —que posee o no un hecho policial— desarrollado a partir de una intriga, con todo el rigor que eso implica. En vez de un crimen y de su inevitable detective, puede tratarse de la historia de la primera gran novela de Bioy Casares: La invención de Morel (1940), que pertenece al género fantástico, pero cuyo desarrollo se inicia con un enigma inquietante y culmina con una revelación insospechada. Lo mismo puede decirse de esa gran colección de cuentos que es El jardín de senderos que se bifurcan (1941), de Borges. Dos de esos relatos —"Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" y "Las ruinas circulares"— también fantásticos, poseen, en líneas generales, esa característica de La invención de Morel. Por otro lado, el cuento que da título al volumen es probablemente el más perfecto que se haya escrito en cualquier idioma o época de los provenientes de la novela-problema o escuela inglesa policial.
Cinco años antes de la aparición de El Séptimo Círculo, en 1940, aparecía la Antología de la literatura fantástica, compilada por Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo. En una segunda edición de la Antología —en 1965—, Bioy escribió: "Los compiladores de esta antología creíamos entonces que la novela, en nuestro país y en nuestra época, adolecía de una grave debilidad en la trama, porque los autores habían olvidado lo que podríamos llamar el propósito primordial de la profesión: contar cuentos. De este olvido surgían monstruos, novelas cuyo plan secreto consistía en un prolijo registro de tipos, leyendas objetos, representativos de cualquier folklore, o, simplemente, en el saqueo de sinónimos, cuando no del Rebusco de voces castizas del P. Mir. Porque requeríamos contrincantes menos ridículos, acometimos contra las novelas psicológicas, a la que imputábamos deficiencia de rigor en la construcción: en ellas, alegábamos, el argumento se imita a una suma de episodios equiparables a adjetivos o láminas, que sirven para definir a los personajes; la invención de tales episodios no reconoce otra norma que el antojo del novelista, ya que psicológicamente todo es posible y aun verosímil. Véase Yet each man kills de thing he loves, porque te quiero te aporreo, etcétera. Como panacea recomendábamos el cuento fantástico".
Es decir, la Antología fue una especie de manifiesto secreto al que se aunó, en forma todavía más oculta (incluso para Borges y Bioy), la creación de El Séptimo" Círculo. Porque en el tipo de novelas que ellos seleccionaron a lo largo de diez años, la trama es fundamental y también recupera "ese propósito fundamental de la profesión": contar cuentos. Y, más aún, como el tipo de cuentos (o novelas) fantásticos que escribieron o compilaron, en las novelas de esa década de El Séptimo Círculo, el grado de lo verosímil era indispensable. Todos estos postulados explican que hayan desechado la novela negra norteamericana.

UNA CURIOSA PARABOLA. Mientras la colección dirigida por Borges y Bioy es consolidada y cierta zona del género comenzaba a ser respetada por el lector argentino, otro movimiento fundamental del género policial —la novela negra o "dura"— comenzaba a difundirse en el país a través de ediciones marginales, de baja categoría dentro de los cánones tradicionales: colecciones como El Búho, Rastros, La Serie Naranja, Filmeco, Cobalto, entre otras, daban a conocer, en forma indiscriminada, a distintos artífices de la novela negra, pero también a su fundador —Dashiell Hammett— y a quien llevó a esa tendencia a su máxima expresión: Raymond Chandler.
Con el tiempo, la suerte de estos novelistas y de sus continuadores cambiaría radicalmente en la Argentina. Así como El Séptimo Círculo sacralizó algunos estilos del género, la Serie Negra, fundada en 1969 por Ricardo Piglia, llevó a las orillas de la literatura "seria", los textos de los duros. El primer tomo de la colección —Cuentos policiales de la Serie Negra— fue una rampa de lanzamiento de las características que tendría posteriormente. Incluía textos de Hammett, Chandler, James M. Cain, Ross MacDonald— el mayor continuador de la línea trazada por Chandler—, Erle Staney Garner, Frederic Brown y Peter Cheyney. Luego vendrían títulos del duro francés —José Giovanni—, las novelas de Horace McCoy, una de Hammett, dos colecciones de cuentos de Chandler, una novela de David Goodis —ese poeta escéptico de los marginados— v Eva, de James Hadley Chase, "La intención de esta colección —señaló Piglia en 1971 (Nº 197)— es colocar a la novela negra en el sector de la literatura «seria», es decir, romper con una lectura que desvaloriza a estos autores. Para mí, Chandler o McCoy están a la altura de Hemingway, pero están relegados a cultores de una literatura menor. Es que cuando un género se populariza, se desvaloriza también. Desde ya, para sacarlos de la lectura a que están condenados, hemos cuidado las ediciones: buen diseño gráfico de los libros, selección rigurosa, traducciones respetuosas del original. La colección dirigida por Piglia es, sin duda, la otra cara de la moneda de El Séptimo Círculo: con un mismo respeto, rescata de los aledaños de la literatura otra zona —opuesta— del género. La aventura de Piglia tiene un antecedente preciso: la Serie Noire, de Gallimard, fundada por Marcel Duhamel. Curiosa, misteriosamente, la Serie Noire apareció en 1945; es decir, en el mismo año del surgimiento de El Séptimo Círculo.
En ese reportaje concedido a Panorama en 1971, Piglia anticipó que se haría un concurso de novela negra para la colección, con la única condición de que los textos tratasen un terna argentino. Finalmente, el concurso no se realizó, aunque tenía un postulado interesante: detectar hasta qué punto la Serie Negra había influido en los escritores argentinos.
Otra curiosidad: sería Piglia quien terminaría escribiendo una novela negra, y hay otros escritores que susurran a sus amigos un proyecto similar. Por otro lado, Manuel Puig ha concluido su tercera novela —The Buenos Aires Affaire— que aparentemente podría calificarse de novela policial. Finalmente, el periodista Osvaldo Soriano entregará la semana que viene los originales de Triste, solitario y final a Ediciones Corregidor. Se trata de una novela notable, donde los protagonistas son nada menos que el mismo Soriano y Philip Marlowe, el memorable detective de las novelas de Chandler. Del mismo modo que la aparición de El Séptimo Círculo no se limitó a ser un hecho editorial, el surgimiento de la Serie Negra se inserta en un movimiento que la supera.

LAS PARADOJAS DE UN TERCERO.
"Cuando propusimos a los antiguos dueños de Emecé la colección El Séptimo Círculo, no querían aceptarla, salvo que se inventara otro sello especialmente para ella. No podían entender que una novela policial fuera literatura. Finalmente, aceptaron —recuerda, ahora, Bioy Casares—. La idea de la colección surgió, diría, por el entusiasmo que teníamos Borges y yo por el género. Como la Segunda Guerra Mundial apenas había terminado, era imposible comunicarse con editores y escritores ingleses. Entonces recorríamos librerías, especialmente la de un alemán, que tenía muy buenos libros pero que nos trataba espantosamente mal. Hacíamos torpes intentos por ganarnos su simpatía; fue inútil. Y así surgió la colección, en medio de un gran entusiasmo; cada libro que encontrábamos y nos gustaba, era una fiesta".
Salvo James M. Cain, en la década en que Bioy y Borges dirigieron El Séptimo Círculo no publicaron novelistas de los llamados duros. "Sus novelas me parecen informes, con muchos elementos que se reiteran —señala Bioy—. La que más me gusta, aunque tampoco demasiado, es Santuario, de Faulkner." En una primera época, ambos preferían las novelas que tuvieran una trama muy rigurosa, pe ro con el tiempo fueron abandonando esa exigencia y publicaron, por ejemplo, En la plaza oscura, de Hugh Walpole, que a pesar de tener mucho suspenso podría decirse que no pertenece al género, o novelas de Anthony Gilbert, que a Borges le gustaban especialmente por el detective —Arthur Croock—. Pero lo más desconcertante —desde ya para ellos mismos— fue la experiencia de escribir juntos cuentos policiales: Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), firmado con el heterónimo H. Bustos Domecq, resulta una parodia del género, como también Un modelo para la muerte (1946), una novela corta también policial, esta vez firmada con el heterónimo Suárez Lynch. En estos textos la palabra es fagocitada por la palabra, cada personaje se convierte en un cuerpo verbal, la trama se pierde, el rigor desaparece para dar lugar a un discurso hilarante.
Increíblemente, sin embargo, en un principio pensaron en escribir cuentos policiales "serios", pero la unión de ambos creó un tercer escritor, al que no tienen más remedio que someterse, porque los domina. Actualmente están pergeñando nuevos cuentos, dos de los cuales son vagamente policiales. "Los
argumentos han llegado a molestarnos", reconoce Bioy, sonando, como si ese tercero estuviera presente y hubiese que rendirle un pequeño homenaje.

UNA NOVELA QUE SE BIFURCA. La novela policial de Piglia, en realidad, todavía tiene un destino incierto: puede llegar a formar parte de una más vasta, y publicarse unitariamente. Este acertijo se revela fácilmente. Iniciada hace más de tres años, la totalidad de la novela cuenta la historia de un hombre que consigue una beca para estudiar la obra de Pavese. Cuando llega a Italia comienza a escribir, se encierra en la escritura como una forma de negación de la vida. En Buenos Aires ha quedado una situación triangular y la "resuelve" escribiendo. Y escribe en varios géneros, uno de los cuales es el policial. Con el tiempo, Piglia descubrió que esa parte iba tomando mucho espacio en la totalidad de la novela y pensó en sustraerla, como obra unitaria, y publicarla en la propia colección.
La escritura de esta novela, de unas 150 páginas, emula premeditadamente a la de la novela negra, aunque se insinúa una parodia. La historia trascurre en los bajos fondos de Buenos Aires, donde se mezcla el crimen y la política, como en la mejor tradición de esa tendencia del género. "Lo que me interesa en la novela negra —señala Piglia, ahora— es cómo desentraña el sistema capitalista. La violencia y el dinero son sus constantes. Y son las relaciones económicas las que manejan la totalidad de la sociedad." La novela narra la historia de un periodista que investiga la vida de un político vinculado al crimen. A esa investigación se entrelaza la de un hombre que vive con el periodista. Ambos son raptados, y el hombre que cierra el triángulo continúa la indagación del periodista que fue secuestrado con su mujer. Entonces el texto se organiza a partir de la investigación previa, de anotaciones, escritos dejados por el investigador, y en la historia ingresa otra constante de la serie negra: la arbitrariedad del destino, que de repente da vuelta las cosas.

UN PERSONAJE ENCUENTRA OTRO AUTOR. La novela de Osvaldo Soriano también incluye una parodia y un homenaje a la novela negra, pero es muy diferente de la de Piglia. En 1967, cuando residía en Tandil, Soriano comenzó a urdir un proyecto: escribir sobre el Gordo y el Flaco, el dúo de cómicos inolvidables. Aún no sabía si iba a ser una novela, un ensayo, una serie de artículos. Pero todos los que lo conocieron desde entonces conocieron esa obsesión indominable. Lenta, minuciosamente, fue reconstruyendo la vida de Oliver Hardy y Stan Laurel, y esbozó algunas historias, patéticas, de cómo terminaron sus vidas, en la ruina y el olvido.
En 1970 lee El largo adiós, de Chandler, y comienza otro fanatismo irreversible. Buscó y volvió a buscar en las librerías de viejo toda la obra de Chandler, pidió a los amigos que le consiguieran datos de su vida. Finalmente, tenía dos obsesiones y estaba atascado: no sabía qué hacer con ellas. Se superponían, se desplazaban mutuamente, pero no lograban integrarse. Una noche, mientras estaba solo en su departamento, escuchó un ruido que lo sobresaltó. Provenía de la cocina. Todo estaba a oscuras. Fue hasta allá y vio en la oscuridad la fulgurante luz de los ojos de un gato negro.
Al día siguiente se dio cuenta de que el gato había sido como una aparición que descendió hasta él para revelarle la trama oculta de la novela que aún no había escrito. Recordó el amor de Chandler por los gatos y fue como una revelación. Se sentó a la máquina, comenzó a escribir y no dejó de hacerlo
hasta terminar el libro. Triste, solitario y final cuenta la vida de un periodista, que precisamente se llama Osvaldo Soriano, que viaja a Estados Unidos para investigar la vida del Gordo y el Flaco. Un día gris, va hasta la tumba de Stan Laurel, pero permanece un poco a distancia, intimidado por un hombre corpulento, que parece tener muchos años encima. De repente, el hombre le pregunta qué hace ahí. Ese hombre resulta ser Philip Marlowe, que tiempo atrás, por pedido del Flaco, había investigado los motivos de su fracaso final. Luego de un momento de tensión, ambos descubren que algo los une, y comienza una amistad que llevará a estos dos desconocidos a aventuras patéticas o hilarantes, de acuerdo a cada momento. Porque Marlowe, tomado por Soriano como personaje real, mientras él se trasforma en personaje de ficción, lo ayuda en la investigación. Trágica, cómica, nostálgica, Triste solitario y final es un relato admirable, que oscila entre la novela negra y el cine mudo, tal como debía ser, porque aúna a el Gordo y el Flaco con Marlowe, y a Soriano con los tres. La historia oculta de la novela es el fracaso: el de Oliver, Stan, Marlowe —que es tomado en su decadencia— y la de un periodista argentino que termina en los aledaños de Hollywood sin saber muy bien por qué está allí, mientras enfrenta la muerte.
"Paradójicamente, la novela-problema fue inventada por un norteamericano que escribía historias de horror y sangre: Poe. Yo creo que él se propuso distraerse, salir de esos horrores cuando lo hizo. Poe estuvo en Baltimore y en Providence, donde luego vivió Lovecraft; en el Este, al parecer, los grandes escritores dedicaron su obra al horror, cósmico o realista. En el Oeste, entre tanto, la historia es otra: se trata de un nuevo país, español por herencia, conquistado por sajones dispuestos a todo. Entonces Hammett, Chandler, etcétera, que cuentan la corrupción tal cual es, muestran la verdadera cara de una historia que se vuelve pacífica en Wall Street", señala Soriano, al definir su concepción del nacimiento de la novela negra.
Mientras prende un cigarrillo y deja de lado un vaso de ginebra, acota: "Yo creo que la mejor obra policial argentina (y tal vez de América latina) es Operación Masacre, de Rodolfo Walsh. Eso es "el policial" en la Argentina. No falta nada. Creo que es la obra más notable escrita en mucho tiempo, porque cuenta un hecho criminal, responde a cómo, por qué, para qué y quiénes son los criminales. Seguramente este año habrá un boom de la novela policial en la Argentina. Temo que Hammett y Chandler sean mal interpretados, temo que Walsh no sea heredado. Espero que mi novela sea interpretada como lo que es. Una historia simple, cómica, trágica ante todo, del destino de un par de marginados que equivocan el camino. Eso sí, yo, como muchos, sé qué caminos no hay que tomar. No sé, en cambio, cuál es el mejor, el más rápido".
Marcelo Pichón Riviére
PANORAMA, MARZO 16, 1973

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En febrero de 1945 se terminaba de imprimir la primera novela policial de la colección El Séptimo Círculo, del sello Emecé: La bestia debe morir, de Nicholas Blake. Era el comienzo, en la Argentina, de una búsqueda que tendría idas y vueltas, peripecias ricas en anécdotas, y hasta algunas paradojas.

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