El 25 de diciembre de
1940, Thomas Mann, filósofo, escritor y adalid de
la democracia, hablaba a sus compatriotas desde la
ciudad de Nueva York y con los más elevados
acentos instaba a la nación alemana a renegar del
nazismo y volver a la pasada y verdadera grandeza,
hecha de rectitud y de cultura, de ciencia y de
arte; a la grandeza forjada para siempre por
aquella estirpe de genios a la que pertenecieron
Goethe, Shiller y Heine, y a la cual sin duda
alguna pertenecía él mismo.
En aquellos aciagos
momentos el gran escritor pagaba con la
persecución y el exilio su tributo a la noble
causa de la libertad, pero no estaba lejos el día
en que la patria había de agradecerle su obra en
favor de tan alto ideal, pues el proceder del gran
exilado durante muchos años recordó a los pueblos
libres que muy por encima de los criminales nazis
seguía existiendo y dando espléndidos frutos a la
Alemania inmortal de Ludwig Van Beethoven, fiel a
un secular humanismo y digna de sus tradiciones
culturales.
La personalidad de
Thomas Mann, por la pluralidad de sus facetas,
abruma a quien quiera analizarla, ya que el alma
del inmortal autor de "La montaña mágica"
cobijaba al mismo tiempo un filósofo, un
investigador científico, un político y un
psicoanalista. Justamente por esa pluralidad en
cada obra de Mann el tema central, sea medicina,
teología o arte, está tratado con una profundidad
que sólo puede pedirse cuando un autor habla de
su propia profesión, mientras la psicología de los
personajes es desentrañada hasta lo más hondo; al
mismo tiempo que Mann nos da, a través de páginas
densas de profundos conceptos, su propia
interpretación filosófica de la vida, del papel
del artista en la sociedad y del sentido mismo del
arte frente a la vida. Thomas Mann, justamente
considerado como el más notable entre los
escritores alemanes posteriores a Goethe, tuvo el
extraordinario mérito de introducir, como Proust,
el ensayo en la novela. Su obra ha sido calificada
de enciclopédica tanto por lo cuantiosa como por
lo erudita y por el minucioso análisis realizado
en ella por el autor.
Basta citar obras como
"Los Budenbrooks" o mejor todavía las cuatro tomos
de "José y sus hermanos", que costaron a Mann
quince años de investigaciones. Además de las
obras ya nombradas el gran ensayista escribió "La
Muerte en Venecia", "Tonio Kroger", "El pequeño
señor Fredmann", "La Engañada". "Alteza Real".
"Florencia", "Félix Krull" "El Elegido", "Carlota
en Weimar", las biografías de Freud, Goethe y
Wagner, y otras novelas y cuentos entre las cuales
merecen destacarse "Doctor Faustus" y "Tristán", a
través de las cuales brilla el extraordinario amor
a la música heredado por Mann de su madre, en
cuyas venas corría sangre portuguesa e hindú.
Aparte de las obras
puramente literarias o filosóficas, Thomas Mann
escribió algunas de carácter político como "Oíd,
Alemanes", "Advertencia a Europa", "El problema de
la Libertad" y "El próximo triunfo de la
democracia", obras que constituyen uno de los más
inflamados alegatos en favor de la libertad que se
haya escrito en este siglo.
Thomas Mann tuvo la
satisfacción de ver reparar la injusticia que se
le había hecho por parte de sus propios
compatriotas. El gobierno nazista lo había
perseguido y "desnacionalizado", pero el gobierno
de Bonn le concedió la orden al Mérito (con la
libre adhesión de todo el pueblo que había faltado
a los delincuentes nazis) y la Universidad de
Weimar le otorgó en 1949 el premio Goethe, máximo
galardón alemán de literatura.
La biografía del
"heraldo de la democracia alemana" ayuda sin duda
muchísimo a comprender su genio. Thomas Mann nació
en junio de 1875 en la ciudad de Lubeck, de niño
vivió en el lujo de la "senatorial" mansión
paterna, luego sufrió los rigores de una pobreza
extrema, pero aún joven pudo volver a disfrutar de
cierto bienestar, dedicándose a los estudios de
historia, literatura y estética (que cursó en la
universidad de Munich).
En 1929 la Academia de
Suecia consagró para siempre al autor de "La
montaña Mágica", cristalizando en el Premio Nobel
de Literatura la admiración que los lectores de
todo el mundo le habían ya tributado.
A causa de su origen
hebreo y de su fe en la libertad interior y
exterior del hombre T. Mann fué combatido por el
nazismo, debiendo, refugiarse en Checoslovaquia y
posteriormente en los Estados Unidos, país este
último que lo consideró desde su llegada como a un
paladín de la libertad respetándolo como tal. El
gobierno estadounidense le ofreció una cátedra en
la Universidad de Princenton y posteriormente le
encargó la noble tarea de trasmitir por radio a su
patria la voz de la triunfante democracia. En 1949
el gran ensayista alemán, ya ciudadano
norteamericano, volvió a Europa, para llorar con
su compatriotas sobre las ruinas materiales de su
querida Alemania. En un principio no tuvo fe en la
democratización de sus compatriotas, pero luego
pudo asistir con regocijo filial al resurgimiento
alemán, que ayudó espiritualmente contribuyendo a
forjar unía nueva mentalidad invitando sus
conciudadanos a no considerar como real la
división política en dos zonas.
El doce de agosto
último, en el hospital Caintonal de Zurich ha
fallecido Thomas Mann: con él se ha apagado una de
las antorchas que más iluminaron la vuelta de
Europa a la Libertad; T. Mann soñó con ser
ciudadano del mundo, no lo logró, pero por cierto
fue un precursor de la Europa unida que ya se
perfila luminosa al horizonte. En su obra vibró el
drama espiritual y moral de nuestros días, a veces
por él subrayado con la cruel ironía que necesitan
los censores y con toda razón podemos afirmar que
ella podría hacer comprender perfectamente a las
generaciones venideras el sentir de los pueblos
europeos, oprimidos por el feudalismo del siglo
XIX y por las dictaduras de nuestros días
desgarrados por guerras y revoluciones, pero
siempre aferrados a un superior ideal de libertad
Recordemos pues a Thomas Mann a través del valor
de aquellas palabras suyas: "Sentíos conmovidos y
levantados por el mensaje de las campanas... Ellas
dicen: Paz."
Revista Mundo Argentino
24/08/1955
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