Crónica del país de los argentinos


Francisco Urondo: Adolecer — "Puedo estremecer el corazón, con algunas / reliquias personales", dicen los primeros dos versos de Adolecer (séptimo libro de poemas de Urondo, un santafecino de 38 años, que ha frecuentado también la narrativa, el teatro, el cine y el periodismo) ; los últimos, 57 páginas y siete cantos después informan, "con el corazón en la boca", una confesión: "Como si estuviera a punto de partir / en dos este universo que pisamos / como una tumba, como el día menos pensado".
Entre ambos extremos —alimentados por el mismo tono rebelde aunque pudoroso, conflictivo pero nunca pietista: esa respiración de hombre maduro en un mundo abominable, que Urondo maneja como pocos— se alza uno de los intentos más singulares de la poesía argentina: el poema de largo aliento llevado a sus consecuencias extremas (el poema-libro), acaso el examen para certificar la adultez de un creador. Urondo lo aprueba, pero esa afirmación es pobre para ejemplificar de qué manera.
El mismo módulo estructural que permite sospechar la esencia de un soneto en un aforismo consigue relacionar a un poema-libro con un soneto: la dificultad consiste en trasladar, nada más —y nada menos—, la línea melódica de un madrigal a las exigencias de una sinfonía.
Lo primero que sorprende en Urondo es que el oído admirable que le permitió componer Breves (1959) y Lugares (1960): se encuentre intacto para atender a los requerimientos de toda una orquesta: hostigado perpetuamente por la prosa —flagelo que padece todo intento lírico de incorporar la épica—, 'Adolecer' la elude sin decaimientos. Ritmos ocultos, permanentes citas de otros textos, desarrollo en planos disímiles que se alejan o se superponen, recurrencias sonoras, adjetivos lujosos, sustantivos asestados a un verso como un cross a la cabeza son las armas de que el poeta se vale para sustentar su triunfo. No se trata de narrar, sino de fluir entre lo narrado: menos que el rendimiento de cuentas de una experiencia, la renovada confianza en un lenguaje que puede hacer de ella un nuevo acto de conocimiento.
Esa sabiduría artesanal no agota, sin embargo, la robustez del libro, la singularidad de su propuesta: el verdadero desafío yace en los sótanos del poema, en lo que sobrevive al deslumbramiento formal. Porque Adolecer es la obra de un hombre en exposición, tendido para ser tocado por todos, para que se lo reconozca: él comienza por hacerlo, al asociar su adolescencia con la de su país, sus errores con los de su generación, sus culpas o sus aciertos con los de la época avergonzada que le tocó vivir. No es, claro, una propuesta cómoda para el lector, Pero, a diferencia de los acusadores mesiánicos, Urondo simplifica la humillación al proponerse como modelo: si él es quien transforma a la historia en poesía parece cierto que es tarea de todos realizar la operación inversa; aceptar que una poesía que se traslade en el tiempo y viva entre la gente, es casi, la única forma posible de la esperanza (Sudamericana 68 páginas, 280 pesos).

Detrás del talento

Dentro de dos semanas, la cada vez más poblada discografía literaria —Borges, Cortázar, García Márquez, Sábato han pasado ya por esa coquetería— se enriquecerá con un long-play insólito, un necesario y demorado homenaje. 'Conversaciones' será su título, y recuperará cincuenta minutos de improvisada charla con Juan L. Ortiz, el mayor poeta viviente de la Argentina, y uno de los menos difundidos.
La idea fue una espontaneidad de José Tcherkaski (25), quien realizó una visita de cuatro horas, hace unos meses, al poeta entrerriano, munido de un grabador y sin otra tentación, en principio, que la de guardar para sí un testimonio del maestro, "Ya en Buenos Aires —explica—, me di cuenta de que la cinta era en realidad un monólogo, donde estaba la biografía de Ortiz contada por él mismo, sus opiniones sobre la poesía y algunos poemas leídos desordenadamente, en la mayor intimidad." Afortunadamente, Tcherkaski comprendió que alguien más que él querría tener acceso a esa fuente, y decidió que había que editar el long-play.
Unos meses antes de esa decisión había entrado en contacto con Edgardo Horacio Greco (29, casado), un editor de temas políticos que venía de obtener un éxito resonante con la primera edición íntegra del Diario del Che Guevara en la Argentina, y que capitanea fructíferamente el sello América Latina (la revista quincenal del mismo nombre va por su décimo número, con una tirada de diez mil ejemplares; los Cuadernos, mensuales, tienen ya su segundo número en la calle). De esos contactos salió la idea de ampliar el frente de publicaciones del sello, y Tcherkaski fue encargado de la responsabilidad de planificar el área cultural.
Lo primero que hizo fue asociarse en la aventura con Marcelo Pichón Rivière (24): los dos son poetas y periodistas, y partieron en su planificación desde objetivos comunes. "Nos interesa descubrir o recuperar talentos —informa Tcherkaski— en lugar de inventarlos." Por la misma razón, Pichón Riviére conjetura que "tenemos atrás nuestro dos mil años de literatura, de la que sólo una ínfima parte se ha traducido al español. Eso no quiere decir que nos interese más que la latinoamericana. Todo lo contrario: pero no publicaremos más que lo que nos parezca bueno".
Enfrentados al compromiso casi sobre el fin de año, los socios alcanzarán a disparar algunos proyectiles el mes próximo, aunque reservan el grueso de la artillería para abril de 1969. Entre las inminentes publicaciones, sin embargo, se cuentan algunos proyectos regocijantes, a la cabeza de los cuales figura Pocas pulgas, un libro humorístico de Ácido Nítrico con las aventuras de su personaje, el inefable Olegario. Esa sonrisa será acompañada por el disco de Ortiz y por dos títulos políticos: Sacerdocio y Revolución, del Pbro. Juan Carlos Saffaroni (un cura obrero del Uruguay), y Críticas a "Mi amigo el Che", la respuesta polémica del doctor Norberto Prontini al sonado libro de su colega Ricardo Rojo.
Sí bien los planes para 1969 están en elaboración, el dúo puede adelantar algunas primicias en el rubro discos. La principal parece ser la edición de la banda de sonido de 'La hora de los hornos', acompañada de su libreto y de la correspondencia que Getino y Solanas —sus principales responsables— mantuvieron a lo largo de un año.

26.11.1968
Primera Plana

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Francisco Urondo
Francisco Urondo


Pichon Rivière y Tcherkaski