LA VIUDA
Es otra de las leyendas que describe Juan Carlos Dávalos y
que reproduce Julio Díaz Usandivaras, en el libro "Folklore y tradición".
Cuenta Dávalos lo que le narró un indio de este mito conocido en todo el valle de Lerma
y en la ciudad.
"Una noche tormentosa y muy oscura, cuando yo era muchacho, el patrón me mandó a la
Isla, con un recado urgente para don Nicolás Vallejos. La Isla es una finca, a legua y
media de Salta, entre el Arias y el Arenales. Yo conocía bien el camino, que no era de
coche, como ahora, sino una senda angosta que atravesaba pequeños bosques de tuscas y
algarrobos, harto tupidos a trechos. El terreno es bajo y pantanoso y en algunas partes
había que ser baqueano para no hundirse en los fangales.
Aunque nunca he sido flojo para las cosas de este mundo, no me sentía entonado para el
del otro aquella noche, lo confieso. Así que a mitad del viaje, y en un punto en que más
cerrado estaba el rnonte, al caer la senda en un bajío, puse el caballo al tranco y
empuñé el cuchillo que lo llevaba en el guardamonte, colgado de la vaina.
Al acercarme a unos sauces llorones que están ahí todavía, de un costado del camino,
donde principia la bajada, se me atravesó como sombra un perrazo negro. El caballo se
avispó, bufó; y se pegó una tendida que casi me larga de hocico. Por serenarme mordí
la hoja del cuchillo, la hice tincar en los dientes y me afirmé en el apero, tiritando. .
. En esto ya sentí un bulto que me saltaba en las ancas y me echaba los brazos al cuello.
El caballo entonces, mandó un par de patadas, se estremeció enterito y se echó a la
furia como alma que se la lleva el diablo. Así salvé el pantano. Y apenas gané la
opuesta banda, un alarido fiero y triste como llanto de mujer rajó la noche y se apagó
en el monte. . . Y fui a sujetar en la casa de don Vallejos. Tuvieron que bajarme del
caballo. Me manaba del sofocón, sangre de las narices. . ."
Y dice Dávalos que no puede asegurar que sea una leyenda originaria de Salta o si es
conocida también en otras zonas u otras regiones. Pero que en Salta se la menciona en los
fogones en todo el valle de Lerma y en la ciudad.
Este mito también es conocido en otras provincias andinas, como Catamarca, La Rioja,
Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba. Y se ha popularizado tanto que ha dado motivo al
dicho: "Te va a salir la viuda, o Tené cuidado, no te vaya a salir la viuda".
En La Rioja y Catamarca se cuenta que es un fantasma que sale a medianoche, en el campo,
en sitios oscuros y boscosos. La corporizan como una mujer alta y flaca, vestida de negro
y descalza, con la tez muy blanca. Sale de improviso y se sienta en las ancas de la
cabalgadura con un ruido de huesos, como si un saco de osanentas hubieran caído en las
ancas del caballo, y desde allí tiende los brazos queriéndolo agarrar al jinete por el
cuello. Y el abrazo casi siempre es mortal. Aquellos que han podido zafarse de este
cariño tan singular, dicen que es un fuego que quema la nuca y que al alejarse a todo
correr del animal la viuda baja y se oye el llanto de una mujer que estremece la noche.
Félix Coluccio, en el "Diccionario folklórico argentino", dice que es un mito
que se conoce en otras partes de América o por lo menos que puede considerarse su
equivalente: en Chile se lo conoce con el mismo nombre de "viuda"; en Costa
Rica, con el nombre de "cadejo" o "oegus", transformada en un enortne
perro negro, de pelo largo que sale de noche paua espantar las cabalgaduras y asustar a
los viajeros con sus enormes ojos encendidos. En Salvador toma el nombre de
"ciguanaba", en Honduras, de "sucia" o "caidejo", en Nueva
Méjico, "La malora". . .
Rafael Cano, en su libro "Allpamisqui" dice lo mismo y anota tres versiones
recogidas en distintos lugares de la provincia de Catamarca.
Sin lugar a duda es un mito importado de Europa y que se ha estendido por muchas regiones
de América.
EL POMBERO
Este duende recorre las provincias del litoral, de Chaco y
Formosa. Anda por los bosques, generalmente a la hora de la siesta, en forma invisible. Es
un duendecillo bueno que ayuda a quien le pide protección. Para ello adquiere la imagen
de un indio o de un árbol o de lo que sea necesario, para ayudar al compañero en peligro
o en apuros.
En Misiones lo corporizan en un hombre alto, delgado, que se .cubre con un amplísimo
sombrero de paja y que lleva una larga caña en la mano. Algo parecido al Sachajoy, el
duende de Santiago del Estero, el cuidador. de los árboles de los bosques y de las
colmenas de miel.
En Misiones, anda a grandes trancos, cuidando los árboles y los pájaros. Cuando oye
voces se esconde detrás de los árboles y allí espera para ver quiénes han penetrado en
el mundo de los árboles y qué es lo que van a hacer. Si ve que se aprestan a derribar un
ejemplar hace mil triquiñuelas para evitarlo: imita la voz de uno de los hombres para
llamarlos a los compañeros y alejarlos; remeda los ladridos de perros en ataque... Hace
cualquier cosa para impedir que se hache un árbol. Y si ve que son cazadores de aves se
adelanta y les espanta las presas con silbidos, con gntos y ademanes.
EL CARDON
Cacto gigante, espinudo, que abunda en toda la región
andina. Crece en los cascajales más desprovistos de agua, no obstante, los retoños
tiernos son en sí un depósito abundante de agua fresca, a los que no hay más que cortar
y pelar para con ellos aplacar la sed de hombres y animales. .
A los cardones se los ve alzarse exguidos y altos en todas las laderas de los cerros,
donde más parecen fantasmas que plantas. Con razón cuenta él Padre Lozano el ternble
miedo que le causaron los cardones al padre Juan de León. cuando los indios lo corneron
del valie Calchaquí. Transcribo una carta que le enviara el compañero de dicho cura, el
padre Eugenìo de Sancho, en la que decía (refiriéndose al padre León) no se cansaba de
consolarlo y sacarlo del error "Recreciendo de noche el trabajo y el sobresalto,
porque siendo el padre Juan de León de genio medroso y por otra parte corto de vista, a
cada paso se tragaba la muerte, porque es de saber que hay por aquél país unos árboles
muy derechos, llamados cardones esparcidos y divididos en trecho, los cuales le parecíán
indios que venían siguiéndoles y avisaba al compañero que ya llegaban a matarlos. Con
el padre Eugenio, sobre la fatiga del camino y congoja de su fuga, se le añadía el
trabajo de desengañarle con la verdad y alentarle".
El cardón es árbol de la sequedad; ¿Será para ayudar al hombre, que todo su interior
es un depósito de agua? Hasta sus agudas espínas sirven de condensadores y vnelcan gotas
nocturnas en torno que las raicillas superficiales absorben.
Én las tierras secas del noroeste argentino, donde el sol se oculta en fragua de herrero,
anunciando para el otro día viento y calor de incendio, el cardón se yergue verde,
brillante en sus espínas, como un armado caballero.
Cuentan los viejos pobladores de las regiones puneñas (ellos están convencidos) que los
cardones son indios convertidos en plantas que aún vigilan los valles y los cerros para
que sus moradores vivan felices y no sean perturbadas por extraños.
Esta planta tan característica de las tierras montañosas y áridas da una flor blanca
que se abre en sus espinudos brazos y, según la creencia de aquellas gentes, anuncia la
lluvia cercana en las grandes sequías. Según dicen algunos, no tiene fragancia; pero no,
lo que pasa es que se confunde con el olor de la tierra impregnada de sol que, cuando
llueve, se levanta con el aliento de la menta, de la yerbabuena y de todos los yuyos del
campo.
La leyenda cuenta que la flor es la transformación de la hija de un cacique que se había
enamorado de un humilde indio. El padre se opuso tenazmente a que se vieran y que se
unieran en matrimonio. Los enamorados resolvieron fugarse. Y una mañana, antes que el sol
iluminara los cerros, emprendieron camino para esconderse en los más intrincado de la
montaña:
Cuando el cacique advirtió la ausencia de la hija y se dio cuenta que huía del hogar con
aquel indìo plebeyo que él aborrecía, salió en su persecución. Muchas horas de
delantera le llevaban los fugitivos, pero él estaba empeñado en darle una buena lección
a su hija y al indio. . .no sabía todavía el castigo feroz que le iba a aplicar.
Cuando ya los tenía a la vista y los iba alcanzando, los enamorados pidieron ayuda a
Pachamama, quien les abrió el pliegue de su manto y los recogió en su regazo.
El cacique al verse soprendido por la desaparición de los enamorados quedó allí a la
espera, sin saber qué hacer, pero obstinado, no dejaría que se burlaran de él, siguió
vigilando noche y día, mientras que ellos, con el tiempo, se convirtieron en cardón.
Cuando las nubes se tornan oscuras y los cerros retumban en cada trueno, la india
enamorada, convertida en una blanca flor se abre sobre el pecho verde de su amado y asoma
la cara para ver la tarde sin sol y la lluvia que comienza, mientras Pachamama sonríe en
lo alto del cerro, observándolo al cacique burlado en su orgullo.
Del libro Leyendas de nuestra tierra (Carlos Villafuerte) |