Los 60's

 

"HAZ LO QUE QUIERAS"
EL PODER JOVEN VESTIDO DE FLORES

Una consigna que conueve a las autoridades y a los padres en los países mas desarrollados, donde la juventud desprecia el hogar, la televisión, el trabajo o el estudio estables por ir tras una felicidad sin compromisos.
Las melenas de los hombres han sido uno de los símbolos más característicos de esta década. Toda la vieja generación contempló atónita - cuando no indignada- la irrupción de jóvenes de largos y rizados cabellos y vistosos trajes de dudosa masculinidad. Nunca pensaron Mario Savio y Al Rinker que serían los involuntarios iniciadores de una moda nueva.
Savio, Rinker y los miembros del "Free Speech Movement", Movimiento por la Libertad de Expresión, creado en 1964, eran los portavoces de una rebelión surgida en el seno de la Universidad de Berkeley, uno de los centros universitarios más importantes del mundo, y pedían que se les permitiera hacer política dentro del recinto. La eminencia gris escondida tras todo este movimiento era un pequeño, encanecido y silencioso alemán nacionalizado norteamericano, profesor de Filosofía: Herbert Marcuse. 'Desde su casa en el campus y desde su Cátedra, Marcuse exponía ponderadamente sus explosivos pensamientos, los que serían la mecha que haría estallar la rebelión universitaria en Europa.
En la mayoría de los centros de estudios superiores de Estados Unidos había inquietud. Pero en 'la ciudad universitaria de Berkeley, a fines de 1964 había una franca ebullición; para el Movimiento por la Libertad de Expresión la rebeldía tomó un camino violento de protestas y desórdenes. Las autoridades de la Universidad de California les negaron el derecho a hacer política dentro del campus y el Gobernador del Estado, Pat Brown, recurrió a la fuerza policial para sofocarlos.
Los dos líderes del "Free Speech Movement" y muchos de sus miembros fueron detenidos. Luego de ser juzgados, por diversos motivos, algunos fueron a dar a la cárcel. Cuando el juez Rupert Critenden dictó sentencia, no pensó que indirectamente apoyaba la iniciación de uno de los fenómenos más característicos de esta década: el movimiento hippie.

NACE UN "SUBMUNDO"

Savio, Rinker y muchos de sus seguidores se marginaron de la Universidad de California. Por seguir fieles a sus ideas, desdeñaron el seguro camino -en la sociedad capitalista- hacia un título profesional.
Construyeron en San Francisco, la ciudad más cercana de Berkeley, su refugio: dejaron de ser típicos hijos de la clase media norteamericana. Barbudos y desarrapados, iniciaron un vagabundeo por la ciudad, gritando a voz en cuello sus protestas contra el "establishbment": el sistema social, económico y político de Estados Unidos.
No tardó mucho tiempo antes de que este fenómeno adquiriera características masivas. El barrio de Haight Ashbury -antes un "ghetto" negro-, situado en el lado este de San Francisco, se llenó de colorido, barbas, pelo largo. De todas partes de Estados Unidos llegaron jóvenes de 15 a 30 años a unirse a los rebeldes exiliados de la universidad.
Todo este conjunto tenía un enemigo común: el "establishment", como llaman los norteamericanos a su sistema de vida. La clase de política que quisieron hacer en la universidad era la de la protesta no militante. Despreciaban la política partidista. No deseaban tomar el control del Estado. Sólo pedían que se les permitiera vivir a su modo, en su "submundo"; aparte de la "sociedad de los cuadrados", o sea, la de la vieja generación, en la que habían crecido.

UNA TRAMPA

Los adultos norteamericanos, especialmente la siempre satisfecha clase media, miraron en un principio con indiferencia a esos "expatriados domésticos", como los bautizó la prensa. Pero al ver que sus herederos desdeñaban aquello que les ofrecían -auto nuevo, casa de veraneo, viajes-, comenzaron a preocuparse.
Muchos jóvenes universitarios al volver a sus casas para las vacaciones de Navidad- provocaban una desagradable sorpresa a sus progenitores. Ese inmaculado y atlético muchacho que ellos habían mandado a estudiar les llegaba convertido en un barbudo "revolucionario". Y su sorpresa crecía cuando lo oían hablar:
-Toda la generación de ustedes está equivocada. La sociedad en que viven y en la que me han hecho vivir es una trampa, una farsa. El "establishment" es un cepo y ustedes ya están atrapados en él.
Estas palabras son torturantes para miembros de una sociedad que siempre ha creído que el trabajo duro, el éxito material y las comodidades son el bien, y que la ociosidad y el fracaso son el mal. La clase media norteamericana tiene la muy arraigada idea de que quien trabaja 48 horas a la semana tiene una justa recompensa: un auto nuevo para la familia, un viaje de vacaciones u otra casa. Para los muchachos rebeldes esto no es más que "deshumanizarse".
-Ustedes son esclavos del "establishment". Nosotros somos verdaderamente libres -gritó Al Rinker a la vieja generación.
Esa libertad buscada por los rebeldes encontró una norma en el lema de vida de los avecindados en Haight Ashbury: "Haz todo lo que quieras".
Estos muchachas, que de Haight Asbbury se dispersaron por el mundo y cuya cuna fue la Universidad de California, son los hippies. El origen de su denominación no está muy claro. La teoría más aceptada, sin embargo, es que se trata de una deformación del neologismo inglés "hep", que es algo así como "estar en la onda".

EL PACIFISMO

El "laissez faire" (dejad hacer) predicado por los hippies implica muchos factores: libertad sexual, legalización de las drogas, reclutamiento voluntario, permiso de las autoridades para vivir como hongos en la urbe, desprecio por el dinero.
En muchos aspectos el movimiento hippie entronca con otros fenómenos coetáneos o anteriores. En su desdén por el "estabtishment", se relacionan con los anarquistas, con los bohemios y con los "beatniks" -rebeldes "hijos de la bomba atómica"-, nacidos en la década anterior al ritmo del rock. También tienen cierta identidad con los pacifistas, engendrados por la angustia de la guerra de Vietnam.
En sus protestas antibélicas, empero, los hippies tienen -por lo menos en sus orígenes- una actitud distinta a la de los pacifistas. Estos, aunque sea un contrasentido, reaccionan violentamente contra la represión policial. Los hippies, en cambio, a los golpes responden con flores y besos. Los neoyorquinos quedaron boquiabiertos cuando en octubre de 1965, los hippies del Greenwich Village organizaron un concierto y un picnic para los hijos de los policías que el día anterior os habían apaleado duramente.
Los hippies de Haight Ashbury -considerado la capital mundial del movimiento- organizaron centros "antireclutamiento". Allí jóvenes con conocimientos jurídicos o con "contactos" buscaban causales para que los muchachos no fueran enviados a Vietnam. Muchos jóvenes por este solo motivo, se enrolaron en el hippismo.
Las ceremonias de quemar tarjetas de reclutamiento cundieron como reguero de pólvora por Estados Unidos. En ellas, hippies y pacifistas se unieron en sus deseos de que "la nueva generación no pague con su vida los errores de los "cuadrados".

LAS DROGAS

Uno de los nudos del fenómeno hippie está en las drogas. Antes de la rebelión de Berkeley, ya el consumo de marihuana entre los universitarios estaba muy difundido. Pero para los adherentes al movimiento la cuestión de los alucinógenos era algo fundamental.
Los hippies necesitan las drogas: el LSD, la marihuana, el cannabis, la mescalina, el artenerol, etc. Según ellos, no las ingieren para escapar de la realidad, sino para "lograr una percepción más profunda de ella". Realizar un "viaje" -por medio de los alucinógenos- es como el bautizo necesario para transformarse en hippie.
Pero ¿por qué estos rebeldes necesitan las drogas? La respuesta es simple para ellos: "Ayuda a lograr la transverberación espiritual". Esta transverberación es "un viaje bacía el fondo de sí mismo", destinado a lograr un mejor conocimiento interior. Es la "búsqueda" que los adherentes a las religiones encuentran en la meditación, en los ejercicios de la voluntad, en la oración, en el ayuno.
El consumo de drogas, especialmente del LSD, lleva a la persona a "un estado de calma y tranquilidad espiritual, de avivamiento de la sensibilidad visual y auditiva". Este es, para los hippies, el "estado psicodélico", del cual nacen como subproductos la pintura, la música, los posters y la moda psicodélica con sus colores brillantes, agresivamente mezclados.
Timothy Leary, profesor de Psicología de la Universidad de Harvard, se transformó en uno de los líderes de los hippies gracias a su apoyo al consumo de drogas. Leary -alto, delgado, cuarentón- fue expulsado de su cátedra al transformarse en un activo propagandista del uso del LSD entre sus alumnos.
Adhirió entonces al movimiento -al igual que otros intelectuales de izquierda- y fundó en una vieja casona de Millbrock, Nueva York, lo que él llama una "sociedad tribal". Allí, donde viven una decena de jóvenes, la droga puesta de moda por los hippies es como el "maná". Según Leary, todas sus teorías han nacido de sus estados psicodélicos.
-Luego de la caída de la sociedad occidental -predice-, los hombres sobrevivirán en unidades básicas como la que he fundado. Esto ya pasó, luego de la caída de Jerusalén y del Imperio Romano.
Y allí en Millbrock, junto a sus seguidores, Leary espera la caída de la sociedad burguesa que "ha matado la tierra fértil al colocar encima kilómetros de concreto".
El psicólogo tiene como meta principal lograr que los amantes de "esta sociedad tecnológica deshumanizada vivan en el interior de la tierra que quieren matar. Allí estaran felices entre sus maquinas, sus autos y sus comodidades". Los antiestablishment deberán ser dejados en libertad en la superficie del planeta, en contacto con la naturaleza, las flores, el mar... y las drogas, elixir del encuentro interior.
Para comenzar la construcción de este mundo idílico, Leary y un grupo de seguidores salieron un día a una carretera neoyorquina a romper el asfalto.
-Me hace feliz sólo pensar que un patrullero diga un día a la central: "¡Atención!,
¡atención!, esta creciendo una rosa en la mitad de la supercarretera".

Con esas palabras explicó a los jueces su acción de romper la ruta. Quedó libre.

ASPECTO SEXUAL

Los hippies desdeñan todas las reglas fijadas por el "establishment", y, entre ellas, el matrimonio: ese horrible contrato que delimita legalmente la unión sexual a la pareja. Proclaman por eso la "libertad sexual", ya practicada antes por otros grupos menos difundidos.
Para el hippie no hay exclusividad en el amor. La mujer es considerada como una propiedad del grupo. La pareja que hoy existe, puede dejar de serlo mañana.
A través de la prensa, las comunidades hippies propalan estas ideas y, poco a poco, van transformándose en verdaderos templos de orgías.
Atraídos por esta incitante doctrina, muchos jóvenes curiosos se han plegado al movimiento.
El arribo de adolescentes ávidos de sexo a las comunidades hippies provocó un desenfreno. Las autoridades del "establishment" recibieron un fuerte golpe al tener que destinar parte de su presupuesto a atender a estos rebeldes. La Municipalidad de San Francisco debió destinar varios miles de dólares para tratar a los hippies que adquirieron enfermedades venéreas, y Haight Ashbury llegó a ser en un tiempo un centro de la más increíble promiscuidad.
Sin embargo, los que son doctrinariamente hippies no incurren en estos desbordes. Es verdad que para ellos la virginidad, el matrimonio legal, la exclusividad en el amor, no cuentan; pero mantienen cierta fidelidad hacia la mujer que es su pareja, y aunque evitan los hijos, como medio escapista de conservar la libertad, hay algunos que forman familias relativamente unidas.
En el tópico sexual, se produjo un cisma que divide hasta hoy a los hippies. Por un lado, los iniciadores del movimiento, los comprometidos, lucharon por todos los medios para dejar en claro que no son libertinos. Para ellos son mucho más importantes otros aspectos del movimiento. Pero, por otro lado, para el público y la prensa. los hippies siguen siendo los que sólo se quedan con el ropaje exterior: la moda, el sexo, las drogas, las melenas y barbas, la abúlica rebeldía.
Para hacer una clara diferencia entre ambos grupos, los "auténticos" han emigrado a comunidades rurales. Allí construyen ahora ese "submundo" que antes intentaron edificar en la ciudad.

LAS COMUNIDADES RURALES

Mientras la mayor parte de los hippies aún permanece en las ciudades, la minoría verdaderamente seria se ha ido al campo. En California, Nueva York, Canadá, norte de México y lugares tan distantes como Katmandú, en la India, y Estambul han formado "comunidades rurales".
Estos hippies viven como nómades, instalándose por períodos relativamente cortos en sitios apartados, donde comen lo que cultivan, forman grupos de pensamiento y educan a sus hijos cumpliendo la regla número uno de su decálogo: "Haz lo que quieras".
''Morning Star", "Ave Fénix", "Pegaso" y muchas otras comunidades se han levantado en diferentes sitios de Estados Unidos y Europa. Los hippies evitan en lo posible dirundir el lugar donde se encuentran para no ser molestados. Muchas de estas cindadelas han sido profanadas por la prensa o la curiosidad pública. Pero sus puertas continúan abiertas para quienes quieran vivir en el submundo del amor, la contemplación y el ocio.
Bill Wiejahn, de 31 anos, un hippie de pelo corto, pero con barba, es el director de la escuela formada en "Morning Star" para los hijos de los miembros de esa comunidad. En las mañanas, allí se sigue el programa de cualquier escuela norteamericana, omitiendo eso sí, todas las materias que "envenenan la mente de los chicos con ideas pro establishment".
Por las tardes, en contacto con el campo o a orillas del mar, los pequeños tienen libertad para desarrollar sus propias inclinaciones. Para el director de la escuela no existe el trato de "señor", sino simplemente de Bill.. El es un amigo de sus alumnos. Juega con ellos, canta y responde con claridad sus preguntas.
-Nuestra escuela es el semillero de los adultos que en el ano 2000 destruirá la sociedad occidental para cambiarla por otra mas humana y justa -manifiesta Wiejahn.

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Las barbas de Allen Ginsberg en una manifestación de paz en Nueva York

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Protesta contra la guerra

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y la paz

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Haz el amor, no la guerra

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"sólo nos interesa ser hombres"

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La paz, las drogas, la libertad sirven de argumento para los actos de protesta contra una sociedad a la que se desprecia

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En los Estados Unidos la acción de los hippies es controvertida. Protestan contra los soviéticos, contra los belicistas, y la intervención en Vietnam mientras se refugian en un barrio, alejados del medio normal recibiendo el ataque de algunos o la indiferencia de los más. Hasta hoy, los adultos de los Estados Unidos. no tienen una actitud clara frente al desafío de los hippies

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la cabellera larga y el gesto desafiante, junto a la mirada hosca, retratan al joven que se lanza contra lo establecido

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UNA LUZ ROJA

El movimiento hippie se extendió por todo el mundo, sin circunscribirse sólo a los países desarrollados y capitalistas. En Hungría, Yugoslavia y especialmente en Checoslovaquia se formaron pequeñas comunidades hippies con ideales fundamentalmente análogos a los de sus congéneres de Occidente.
En los países subdesarrollados también hubo adherentes a este movimiento. Esto no deja de ser un contrasentido para los líderes hippies norteamericanos y europeos: según ellos, el hippismo es un producto de la sociedad desarrollada, de la sociedad de consumo; es patrimonio de los países de la abundancia y no de la pobreza. Los hippies desdeñan todo lo que les ofrece el "establisment" (autos, lujos, viajes, dinero). En las sociedades subdesarrolladas, en cambio, sean éstas capitalistas o marxistas, hay demasiado poco de todo eso para despreciar.
Arnold Toynbee, el historiador y filósofo inglés, al referirse a los hippies dijo:
-Son una luz roja en el sistema de vida norteamericano. Una luz roja también para la forma no siempre ejemplar con que el Tío Sam lucha por eI predominio del mundo.
En una comunidad rural, lejos de la ciudad moderna -característico símbolo del "establishment"-, Al Rinker, fundador de los hippies, manifestó, luego de seis años de permanecer en este grupo de rebeldes:
-Estoy seguro de que después de nosotros la sociedad norteamericana no volverá a ser la misma. Somos felices. Y la gente se pregunta ¿por qué? La respuesta es: nosotros hemos salido del cepo en que ellos están. No nos interesan ni los lujos ni las comodidades, ni los autos ni los aparatos electrónicos. Nos interesa ser hombres. Y eso somos. De ahí nuestra felicidad.
¿Ociosos?, ¿fracasados?, ¿inconformistas inadaptados?, ¿profetas?, ¿mesias?, ¿hombres?
No cabe una respuesta única al referirse a los hippies. Las preguntas son muchas. Entre sus miembros hay toda una variedad: hombres verdaderamente convencidos de sus ideas, adolescentes en la búsqueda de una madurez y, naturalmente, la infaltable masa de mediocres que para afirmar sus personalidades acuden al escándalo.

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