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Prólogo para algo más
"¿Por
qué nos persiguen? ¿Por qué nos juzgan sin conocernos?
¿Por qué esta agresividad inútil que nos lastima tanto?
¿Por qué no nos dejan probar y nos obligan a elegir?.
Nos dicen vagos, sucios y retardados porque queremos saltar fuera de todo mecanismo y
actuar por nosotros mismos.
Sabemos muy bien que hay pobrecitos que se autodefinen hippies y que están más
corrompidos que muchos burgueses.
Pero sabemos también que muchos adultos tiene un hippie en el fondo del corazón.
Nos critican nuestra ropa de colores: ellos no ven ni sienten que los trajes oscuros nos
darían rigidez y que un par de zapatillas, un bluejean y un pullover de colores nos dan
mucha más soltura. Sabemos que el pelo no hace al sexo y que no hay ninguna razón
valedera para dejárselo corto o largo.
No creemos en los líderes: cada uno debe saber preguntarse y responderse a sí mismo; es
imposible que un hombre ayude a los demás si no ha adquirido alguna certeza sobre sí
mismo.
No pensamos atacar a la sociedad. ¿Para qué, si se cae a pedazos? Propiciamos que el
hombre se lance a la acción creadora de sí mismo, que aprenda a amarse, a no tenerle
miedo a las estrellas; que escuche el canto de la vida, porque en todo corazón existe una
melodía natural, una fuente oscura.
Miren a las palmeras, cómo predican.
Cuando nos veamos, no confundan la magia con piel, y no nos llenen nuestras aulas de dulce
de leche"
Los hippies argentinos
Ese
fragmento, titulado "Prólogo para algo más", es el único manifiesto que se
conoce de los hippies argentinos. Fuera de ese texto, de un par de reportajes serios, de
las escasas declaraciones de los integrantes del movimiento, poco es lo que se sabe de
cierto acerca de la rama local de esa vasta secta amoría que en los Estados Unidos
proclamara "El poder de las flores". Es más: nadie pudo demostrar, hasta ahora,
que los hippies argentinos sean un grupo consciente de sí; ellos aseguran que lo único
que los une es una tendencia a la amistad, y no ninguna forma organizativa, ninguna
estructura.
Pero la Argentina no parece haber sido un territorio fácil de conquistar: para los
demás, los "normales", las noticias iniciales sobre la existencia de hippies
domésticos estuvieron asociadas al escándalo, a la intolerancia, a la persecución.
Insólitamente, no se resistieron; desde entonces, la represión se transformó en caza de
brujas: aunque en un país de larga tradición cristiana, la Argentina no se muestra capaz
de aceptar a un puñado de chicas y muchachos inofensivos, propensos a los cantos y a la
vestimenta vistosa, y que cuando son castigados sin motivo ofrecen la otra mejilla.
Es difícil señalar un punto de partida, un nacimiento formal: de pronto están allí,
hablan el mismo lenguaje que sus cofrades norteamericanos -aunque sin manifestar ninguna
inclinación política: el pacifismo es una ideología propia de las naciones en guerra-,
se dejan crecer (algunos) la barba o el pelo, se propagan. En un principio -la expresión
hippie comenzó a circular en Buenos Aires hacia septiembre último- se los confundió con
los artistas pop, por su inclinación hacia las ropas coloridas; también se los vinculó,
no sin motivo, con algunos cantantes de protesta, surgidos de una comunidad dispersa,
cuyos componentes se autotitulaban "náufragos". Pero lo que dio renombre a la
actual denominación y a los denominados, fue la persecución desatada contra ellos a
partir de octubre de 1967, y que alcanzó la cúspide a fines de enero: como era de
esperar, la publicidad consiguiente no sólo no ayudó a contener a los hippies, sino que
señaló el comienzo de una expansión que no ha llegado a su cenit.
El 19 de octubre, en una mesa redonda juvenil reunida en una librería de la avenida Santa
Fe, "visiblemente católica y nacionalista", según un vespertino, denunció que
los hippies argentinos eran "la presa fácil de las casas vendedoras de ropas
chillonas, del Instituto Di Tella, de los comunistas y los sionistas". Uno de los
participantes, al referirse al movimiento exhortó a la SIDE a "dar a publicidad
documentos ultrasecretos sobre las actividades de los Caballeros de la Orden del Fuego
(COF), causantes de la corrupción de jovencitas y hasta de esposas de militares,
principalmente en Mendoza".
La inocencia culpable
Rabey y Hicks
"no molestaban a nadie y eran simpaticos"
¿Por
qué tanta saña?. La pregunta se renueva ante cada noticia de arrestos, ante cada ataque.
Dos hippies de renombre, Sonia (20 años) y Pedro (19), explican así su forma de vida:
"Nos encontramos espontáneamente, nos reunimos en las plazas para divagar y cantar.
La música, por sobre todo, es lo que más nos comunica". Entiende que "ser
casto no significa impotencia ni abstención. Lo importante es conocerse y
respetarse"; creen que es mucho más moral el amor libre que la publicidad erótica:
"Una media es una media, lo demás es basura", protesta Sonia. Hace una semana,
el hippie Mario Rabey (18 años) señaló a Primera Plana que "lo que más les
molesta (a los perseguidores) es que lo que algunos de nosotros hacemos no es encuadrable
en ningún esquema". ¿Y qué es lo que hacen? "Poner en la calle lo irreal;
conmover, aunque no intentamos convencer a nadie, las estructuras psicológicas de
muchos", explica Alberto Hick (18 años). "¿Las drogas? No están ni bien ni
mal;no, no estoy contra las drogas, pero tampoco creo que sean ninguna solución." Se
comprende fácilmente, después de escuchar a los hippies más ilustrados, el porqué de
la represión: no debe ser fácil tener un reglamento en la mano y toparse con un
jovencito que no prentende nada de los demás, salvo tolerancia, y que, sin embargo se la
pasa hablando de un nuevo mundo que arribará a corto plazo. Primera Plana pidió a media
docena de ellos que se refirieran, en términos concretos -dejando de lado el "eso no
me interesa, no me incumbe"-, a algunas acusaciones que se les formulan. Contestaron
que: no son un grupo; no se encuentran, como no sea de casualidad, o porque frecuentan
sitios parecidos, salvo las reuniones de pocos amigos; ninguno de ellos utiliza
afrodisíacos, "salvo los mariscos", bromeó uno; no todos han probado la
marihuana, "aunque no tengo nada en contra; simplemente, no tuve ocasión";
ninguno de ellos había consumido otras drogas estupefacientes, "aunque no puedo
decir que no lo haré nunca"; no habían participado de orgías sexuales
colectivas;sí practicaban el amor libre; sí había entre ellos homosexuales, aunque no
necesariamente en mayor proporción que entre "los normales"; no tenían nada
que ver con el comunismo (la pregunta los divirtió); no se quejaban de la actitud de la
Policía, que "no nos trató demasiado mal, a mí me raparon en Seguridad Personal,
pero qué iba a hacer el principal de guardia, hizo lo que le correspondía; hasta me hizo
bromas, dijo que le parecía bien que en la Era del Jet usara patillas como San
Martín".
El futuro del movimiento depende de factores que escapan a toda predicción, no son
pronosticables más que por extrapolación de lo que ha sucedido en USA: allí los hippies
vivieron su expansión (y ahora su decadencia) en medio de un clima de hostilidad
contenida, de tolerancia rezongona, de derechos aceptados.
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Sobre hippies
(y otras yerbas)
En
la Argentina, en cambio, sus enemigos propugnan, en nombre de la tradición, las buenas
costumbres y las leyes, una represión física absoluta. Quizá los hippies desaparezcan
de todos modos, aunque es evidente que sus padecimientos sin culpa parecen favorecerlos;
lo que nadie puede asegurar es que entre los antihippies, acostumbrados a quemar
imágenes, negar derechos, rapar melenas, emprenderla a puñetazos contra muchachos
dispuestos a no defenderse, no surgirá una versión criolla del Ku-Klux-Klan.
EL VIA CRUCIS
Es
el comienzo oficial de la gran paranoia desatada en los últimos cuatro meses, el primer
pedido de represión y castigo. Paradojalmente, no hacía ni dos semanas un grupo hippie
declaraba, en los Estados Unidos, la caducidad de su ideología, procedía a un funeral
simbólico -enterraron barbas recién cortadas, libros subterráneos, collares de colores-
bajo la dirección de Ron Thelin, patriarca de San Francisco.
A fines de octubre, el número de hippies se estimaba en unos 200, con preponderancia de
varones: la mayor parte eran adolescentes de clase media, que estudiaban o habían
estudiado; algunos pocos se ganaban la vida trabajando en tareas artesanales (repujado de
cobre, tallado de madera, confección de collares y adornos) o cantando por poco dinero en
bailes de clubes de barrio. La primera irrupción masiva se dió el 31 de ese mes, cuando
una multitud vestida estridentemente, adornada con collares, melenas y barbas, detrás de
anteojos color, estilo Schubert, se congregó en el teatro Regina, cuyos directivos
habían ofrecido dos funciones gratuitas de la obra de James Saunders "La próxima
vez te lo diré cantando".
Durante noviembre arreciaron las detenciones en bares y parques, se exigió la
identificación de jóvenes por el solo hecho de usar barba o cabello largo -aunque
ninguna disposición prohibe esa manía-, se acusó a los hippies de escándalo público
por actos tales como dormir al aire libre o cantar en una plaza. Una de las acusaciones
habituales es la de vagancia: en realidad, no es demasiado extraño que un muchacho de
clase media, de 18 o 20 años, no trabaje, pero ese razonamiento no siempre fue tenido en
cuenta.
También en noviembre del 67 nuevos núcleos de hippies cundieron en barrios que hasta
entonces no habían conocido sus costumbres y apariencias: se los empezó a ver en Villa
Devoto, en Primera Junta, en la Costanera y hasta en Plaza de Mayo. Un nuevo foco
apareció en Mar del Plata. El 28 de noviembre, un grupo estacionado en la esquina de
Paraguay y Maipú fue detenido por la Policía, que los acusó de vagancia y desorden.
Según La Prensa, el diario que se plegó de inmediato a las denostaciones sistemáticas
de los antihippies, "vestían en forma estrafalaria, con el cabello muy largo y
llevando guitarras". Como no los dejaron entrar en algunas confiterías, se sentaron
en la vereda y se pusieron a cantar, "motivando las quejas de los vecinos". Unos
25 hippies debieron dormir en la Comisaría 15ª y quedaron en libertad recién al día
siguiente a la media tarde. El vespertino La Razón se asombró, en sus ediciones del 29,
de que los padres de los detenidos fueran "en su mayoría gente correcta y de
trabajo".
En diciembre, la persecución se intensificó, las razzias en ciertos bares se volvieron
rutina, con especial saña en el caso de las chicas solas, y predilección por la esquina
de Corrientes y Montevideo y otros lugares tradicionalmente poblados de barbudos. A
mediados de mes, el cierre del Bar Moderno -un centro tradicional del disconformismo
formal- provocó un nuevo choque y el arresto de cuatro hippies. Esos hechos, y quizá la
llegada termométrica del verano, provocaron la migración de buena parte de los núcleos
haca las playas de la Provincia de Buenos Aires. Los que se quedaron debieron sufrir las
condiciones de oferta y demanda: a falta de hippies verdaderos, los funcionarios se
sintieron obligados a detener -el 10 de enero- al conjunto musical "los LSD", al
que procesó por usurpación de honores y títulos (alguno de ellos vestía ropas de corte
militar extranjero). Fue la primera acusación formal en esa confusa historia de arrestos
por causas ambiguas, de interpretaciones oscuras de los edictos de orden público.
EN LA DIÁSPORA
Jóvenes en la playa
En
Buenos Aires, los hippies no padecieron sino la rutinaria presión policial, más algunos
escasos atentado de bandas antihippies. En las playas, los ataques fueron más graves: en
Mar del Plata, una patota se solazó en insultar prolijamente a un grupo colorido, y a
continuación los agredió a trompadas y puntapiés; la Policía prefirió detener a tres
hippies y a ninguno de los agresores.
En Valeria del Mar, un soledoso balneario a 6 kilómetros de Pinamar, un grupo de 40 o 50
hippies intentó dedicarse a cantar, pasear y bañarse en el Océano, pacíficamente.
También incursionaron por Villa Gesell, despertando cierta curiosidad complaciente en los
turistas "normales". De pronto, mientras 4 hippies conversaban
despreocupadamente, un agente de civil los depositó en la Comisaría y allí les
informaron que eran indeseables, que debían volver a Buenos Aires. "Les explicamos
que ya era bastante tarde y que el último micro ya había salido. Además no queríamos
volvernos, sino ir a Pinamar" explicó a un redactor de Primera Plana uno de los
hippies, conocido como Mario. "Nos dijeron que nos fuéramos de cualquier manera, nos
palparon de armas, nos sacaron una botella de leche que llevábamos en el bolso y nos
llevaron en un jeep hasta el camino a Pinamar. Poco después, un automóvil se acercó, y
de él bajaron varios hombres con los rostros cubiertos. Nos tiraron al suelo, nos
golpearon y patearon, y después nos cortaron el pelo con tijeras de tusar. No opusimos
resistencia; cuando se fueron nos largamos a reír."
En poco tiempo, el miedo a los castigos ahuyentó a la mayoría de los hippies
establecidos en Villa Gessell. Por la transitada Avenida 3 Sólo fue posible ver, desde
entonces, a la robusta Silvia Washington -sobriamente vestida aunque descalza- o a Juan
Carlos "Daddy" Diner (22 años, disc-jockey) a quien tres meses atrás lo
molieron a golpes de manguera por usar una camisa naranja.
Desde hace 15 días, en Valeria del Mar fue apostado un agente policial cuya única
misión es ahuyentar a los hippies; antes de eso, unos 10 vigilantes desalojaron un
campamento hippies tras destrozar su única propiedad, un conjunto de carpas. Los
muchachos y chicas solicitaron la mediación de la esposa del Intendente de General
Madariaga, pero la mujer -que en principio accedió a protegerlos- excusó luego a su
marido aludiendo a órdenes superiores. Uno de los vecinos les ofreció algún dinero para
que pudieran comer, y declaró que "estons chicos no molestaban a nadie y hasta eran
simpáticos"; la profesión del testigo: teniente coronel del Ejército. Fue en vano:
tuvieron que desbandarse una vez más.
Mientras tanto, en Buenos Aires, la FAEDA (Federación Argentina de Entidades
Democráticas Anticomunistas) convocaba a una conferencia de prensa en la que denunció a
los hippies como engranajes de un plan mundial diabólico, orquestado por el comunismo:
"Se trata de un estupro masivo en público, utilizando entregadoras menores de edad
para corromper a chicas de 12 años mediante los jefes, y en presencia del resto de la
banda", declararon. Desde entonces, FAEDA pasó a ser la cabeza visible de la
campaña antihippie.
Nuevas seccionales de la Policía se lanzaron a la caza, lo que permitió constatar que el
movimiento había llegado a barrios como Retiro, Palermo y Floresta; a mediados de enero
fueron detenidos 60 hippies. El número de adheridos al movimiento sumaba -según FAEDA-
entre 2.500 y 2800; al parecer, la represión había resultado contraproducente. Por
diversas cárceles transitaron, durante el mes pasado, más de 108 partidarios del
"Flower Power", aunque las redadas muchas veces a justos con pecadores: en
Concordia (Entre Ríos) se propagó la noticia de que "varios hippies habían tomado
cerveza y luego se habían escapado sin pagar" . Hubo un arresto.
Artículo publicado en
la Revista Primera Plana
8 de febrero de 1968
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