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hippies

"el Di Tella"
Una usina cultural de vanguardia


Jorge Romero Brest
Conductor del Centro de Artes Visuales llamado Di Tella

"No admitiremos repetición, por considerar inoperante la actitud creadora de quienes vuelven sobre lo hecho, aunque sea hecho por ellos mismos, y por mucha calidad que se le pueda reconocer a las obras que hagan... nuestra vara no es la del valor, cuya estimación es social y exige reconocimiento público, sino la de al invención, aún mejor dicho la de la aventura... proponemos un camino de libertad de expresión" J.R.Brest

Algunos ejemplos de las exposiciones

Juan Stoppani, envolvió un vasto espacio entre dos paredes y el techo. cien metros de satén desplegado, formando un ángulo recto.
David Lamelas, expuso en las paredes de una gran sala hexagonal 17 televisores, pero sin imágenes, sólo una luz vagamente pulsante y sonidos indeterminados.
Alfredo Rodríguez Arias, estableció relación entre ocho lugares esparcidos en todas las salas, provocando recíprocas referencias entre las realidades que eran los lugares de la sala y su información.
Oscar Bony, cubrió sesenta metros cuadrados del piso con alambre tejido y en una de las paredes hizo que una máquina cinematográfica de 16 mm proyectara constantemente la misma imagen de un fragmento de alambre, invitando a relacionar percepciones que mutuamente se modificaban.
Pablo Suárez, escogió un ancho corredor que unía a las dos salas principales acotando el espacio pero sin cerrarlo. Con un tacho de agua caliza, una reja de alambre tejido y dos paneles, el contemplador entraba en un ambiente y veía otro, y a la inversa cuando entraba del otro lado, relacionando las situaciones.
Ricardo Carreira presentó piezas diferentes, repartidas en el centro. Una franja fijada del piso de parquet y otra franja de parquet montada como panel entre pilares. Un montón de yeso, una tela de terciopelo rojo y una gran plancha de vidrio, constituían un muestrario que según el autor se trataba de "un rompecabezas que se arma al descubrirse el propósito des-institucionalizador del conjunto".


Artistas del Di Tella que destrozan sus obras en
protesta por la censura a una de las obras exhibidas

"Familia obrera"

Un padre, una madre y su hijo
una obra de Oscar Bony


la búsqueda de la expresión artística
"Todo lo que Juan Stoppani no se pudo poner" era el nombre de la obra
200 metros de tafeta azul
200 manzanas verdes

"Fueron convocados un grupo de doce artistas jóvenes que coincidían en el espíritu destructor de la obra artística tradicional... Convocamos a los contempladores a relacionar imagen y concepto. Y a comprobar que, pese a las diferencias ante estas experiencias y lo que tradicionalmente se ha llamado obra de arte, la relación persiste. Que si la obra de arte, como cosa, tiende a desaparecer según lo vengo sosteniendo desde hace años, no desaparecerá el arte, el cual solamente cambiará de aspecto" J.R.BREST


Pablo Suarez y Margarita Paksa son entrevistados por el Canal 13 de televisión. El escándalo relacionado con la censura de la obra "El baño", de Roberto Plate y la reacción de los artistas fueron noticia gráfica y televisiva durante varias semanas.

Censura y represión

El 28 de junio de 1966 asume el poder el General Juan Carlos Onganía y los militares.
"La situación de hoy es menos clara que en la época de Illia, por el ejercicio de la censura para ciertas actividades artísticas, pero en los primeros meses la revolución amenazó ser más oscura todavía, cuando funcionarios municipales y policiales perseguían a los jóvenes a causa de sus modos de vestir y actuar. La represión por cierto, no ha terminado. Más tampoco ha llegado a mayores en el momento en que escribo, a pesar de todo, aún persiste la actividad creadora." Romero Brest

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Jorge De La Vega

Dos de los rockeros que frecuentaron el Instituto Di Tella


Alejandro Medina


Claudio Gabis


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El grupo beat Pintura Fresca en el Di Tella

Di Tella: verano violento
(Revista Panorama-1969)

El ex abogado, ex factótum del movimiento cultural santafesino, hábil regisseur e imaginativo creador de ficciones dramáticas José María "Cocho" Paolantonio, interinamente a cargo de la dirección del Instituto Di Tella, sonreía satisfecho entre las 19.40 y las 19.43 del día miércoles 12 de febrero, en medio de un barullo .indescriptible. El espectáculo inicial ("Canción nueva y beat argentina") del ciclo organizado por dicho Paolantonio ("Verano en el Di Tella") para los meses de febrero y marzo había colmado ya todos los pronósticos de probable concurrencia y la gente seguía llegando, con loca euforia. Los jóvenes de siempre, merodeadores de "El Moderno" y la Manzana Loca o Crazy Apple, lucían atuendos exaltados y capilarosidades hirsutas. Pero mezclados con el op-hip-pop aborigen aparecían numerosas criaturas absolutamente convencionales; señoras con infantes, señores correctamente trajeados, robustos integrantes del establishment nacional contemporáneo: inequívoco indicio de la aceptación del Di Tella en todos los niveles del público nativo.
Los conjuntos ("Pintura Fresca", "Los Náufragos", "Los dulces jóvenes del tiempo") y solistas (Vico Berti, Arnaldo Garcés, Carlos Javier Beltrán y Teddy Jauren) emitían sus estridencias en un escenario decorado con un enorme cuadro del pintor Jorge de la Vega. Recién llegado de Rumipal (Córdoba), Roberto Vilianueva narró —por debajo de sus monumentales bigotes— el breve diálogo que sostuvo frente a la TV uruguaya, durante una entrevista especial.
Locutor: —"Dígame, Vilianueva, ¿usted es hippie?".
Vilianueva: —"Nopo".
Estaba Juan Carlos Paz, rodeado por sus discípulos, Samuel Paz, Norberto Benvenuto, Marcial Berro, Jorge Schussheim (con Lía Jelin), un extraño caballero portando equipo completo de pesca y señoritas de ambos sexos.
Próximos eventos de! ciclo veraniego de Di Telia: miércoles 26, "Cortometraje, función y lenguaje" a cargo de Carlos Burone; el 4-5 de marzo, "Canciones informales" con la actuación de Jorge de la Vega, Marikena Monti y Jorge Schussheim.
A las diez de la noche todavía seguía llegando gente. Si esto ocurre en el tórrido febrero, ¿qué dimensiones alcanzará el ruido de Buenos Aires en la próxima temporada?

bajar plano de la manzana loca

"la manzana loca"

en la foto podes ver el plano completo de La Manzana Loca con cada uno de sus locales, centros de reunión, bares y características.

Algunos artistas ligados al Pop-art proclamaban

"Nosotros amamos los días de sol, las plantas, los Rolling Stones y las medias blancas, rosadas y plateadas, a Sony and Cher, y a Boby Dylan. A Saint Laurent, las pieles, el celeste y el rosa, las camisas con flores, las camisas con rayas, los pelos, que nos saquen fotos, los cuerpos tostados, las gorras de color, los finales felices, el mar; bailar; las revistas, el cine, las nubes, el negro, las ropas brillantes, las babay girl, las girl girl, los boy girl, los girl boy y los boy boy"

La moda era un campo donde la juventud de los años sesenta procuraba expresar su diferencia y el DI TELLA se convirtió en uno de los lugares de encuentro de la llamada "gente linda". Como tal, era extremadamente visitable y atraía la nada sutil atención de la Policía. NO se ha realizado ningún análisis serio de la cultura juvenil apolítica en la Argentina, pues la mayoría de los observadores se han interesado en explicar el crecimiento del movimiento juvenil peronista o de los grupos guerrilleros de fines de la década de 1960. En esa época, muchos estudiantes y jóvenes se sentían atraídos por diversas formas de compromiso político, pero muchos otros se contentaban con expresar sus diferencias dejándose crecer el pelo o usando ropas novedosas. En el análisis moralista del gobierno, ambas formas de actividad eran igualmente sospechosas y peligrosas. El análisis del gobierno temía el crecimiento de una contracultura en la Argentina. Se formó una imagen de la juventud acuciada por estilos de vida alternativos, el amor libre, las drogas y una sugestiva música rock.
La palabra hippie evocaba drogas, religiones exóticas, políticas contestatarias, pacifismo, un deseo de volver a la naturaleza y psicodelia. Pero la cultura juvenil apolítica era bastante conservadora en Buenos Aires. Los hippies eran esencialmente un fenómeno estadounidense, y l contracultura en la Argentina estaba limitada principalmente a la moda, el pelo largo, el rock nacional, y otras mesuradas manifestaciones de diferencias dentro de un sistema cerrado. La moda fue identificada con las cuadras que rodeaban al Di Tella y la zona se llego a conocer como "la manzana loca" a causa de sus boutiques, bares y el Instituto mismo, un lugar donde se exhibían las últimas tendencias. En las cercanías, la plaza San Martín y más tarde la feria artesanal de Plaza Francia fueron cada vez mas asociadas con lo que en Argentina se ha llamado, sin mayor rigor, cultura hippie: sin mayor rigor porque el término se aplicaba a cualquiera que tuviera pelo largo, barba, abalorios, guitarras y ropas diferentes.
La revista Primera Plana (en su edición del 12.2.68) comentó sobre la represión policial de que eran objeto algunos grupos juveniles: "Durante noviembre arreciaron las detenciones en bares y parques, se exigió la identificación de jóvenes por el solo hecho de usar barba o cabello largo, se acusó a los hippies de escándalo público por actos tales como dormir al aire libre o cantar en una plaza. Una de las acusaciones habituales es la de vagancia." Dicho con crudeza, ser joven  en Argentina en esos tiempos era ser sospechoso. 

Sobre hippies
(y otras yerbas)

El Instituto Di Tella fue el eje de la actividad cultural de los años ´60. Emergente lógico de la intensa vida intelectual que protagonizaban los circuitos artísticos del buenos aires de entonces sus actividades afectaron de manera referencial a toda manifestación estética de vanguardia creada con posterioridad. Sostenida por la Fundación Torcuato Di Tella, homenaje a quien fuera gran industrial, este centro tenía algunos años de existencia, precisamente desde junio de 1958. Creados sin fines de lucro, la fundación debía "promover, estimular, colaborar, y/o intervenir en toda clase de iniciativas, obras y empresas de carácter educacional, intelectual, artística, social y filantrópico"; y el Instituto tenía "el propósito fundamental de promover el estudio y la investigación de alto nivel, en cuanto atañe al desarrollo científico, cultural y artístico del país, sin perder de vista el contexto latinoamericano en que la Argentina está ubicada".

Happenings

Para las vanguardias el año 1968 es considerado como culminación de un desarrollo iniciado aproximadamente un lustro antes, -se señala como fecha posible el "Premio Ver y estimar", presentado en el Museo de Arte Moderno en 1964 y que llegaría a su apogeo en el proceso conocido en nuestro país como "muerte del arte". A las manifestaciones más comprometidas, vinculadas con un arte involucrado en la problemática social, paralelamente se les sucedieron, el denominado "arte en los medios" y los happenings. Estas grandes líneas están relacionadas al arte y su disolución.
Como ambientación, o recorrido, tuvo especial relevancia LA MENESUNDA ofrecida en el Instituto entre mayo y junio de 1965, con la idea de recrear la vida cotidiana. Fue proyectada por Marta Minujín y Rubén Santantonín, con la colaboración de Pablo Suárez, David Lamelas y Leopoldo Maler (como cineasta), con una gran respuesta de público, pero una crítica adversa.
Los artistas, en contacto directo con el público, habían construido en un tinglado una serie de divisiones en cada una de las cuales los espectadores participaban de situaciones inesperadas. Un corredor con luces de neón, una habitación con una cama y una pareja hombre y mujer desnudos, una enorme cabeza en cuyo interior se maquillaba a los visitantes, una cápsula de vidrio en la que se cubría a los espectadores con papel picado y una cámara fría (a varios grados bajo cero), entre otras divisiones.
En 1966, Raúl Escari, Eduardo Costa y Roberto Jacoby deciden hacer obras de arte en los medios de comunicación de masas, en lugar de servirse de ellos. En julio, distribuyeron a la prensa un informe acerca del imaginario Happening para un jabalí difunto, consignando el lugar donde se había celebrado y acompañado por fotos tomadas por los autores a los supuestos espectadores.
Un diario y tres revistas se hicieron eco del Happening inexistente y publicaron las fotos hasta que, descubierta la maniobra debieron desmentirse. La nota común en que desembocan estas y otras manifestaciones es a la idea de "muerte del arte": la preponderancia del fenómeno sobre el objeto, por el modo de exigir la participación del contemplador, y por las relaciones espacio-temporales en las que se fundan.

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MARTA MINUJIN, 26 años, quien riesde hace unos meses viene sacudiendo el ambiente de los plásticos norteamericanos, acaba de inaugurar en la Howard Wise Gallery de Nueva York, el "Minu-phone". Es una experiencia similar a "La Menesunda", que provocó contradictorios comentarios cuando su instalación en el Instituto Di Tella. El "Minuphone", reproducción fiel de una cabina telefónica -para la cual colaboró la Bell Company-, invita a los que recorren las salas de la galería a marcar el 581-4570, con lo que al acercar al oído el auricular recibirán los más extraños sonidos y sensaciones. "Es lo más parecido al LSD", dice su autora. Porque desde el piso salen imágenes previamente proyectadas en un televisor, ruidos estridentes y olores exóticos.

Tiempo de fregar
una crónica de diciembre 1969

Una noche de la semana pasada, los peatones que fatigaban el novecientos de la calle Florida fueron testigos de un sospechoso espectáculo: una procesión de deplorables engendros invitaba a sumarse a un supuesto rito demonológico. Con todo, los promesantes del Instituto Di Tella sólo consiguieron aglutinar en su cenáculo a los usuarios de siempre: una pléyade de gente acostumbrada a los juegos crueles que el año pasado se derramaron desde su escenario cuando el grupo arremetió con Tiempo de Lobo, una de las experiencias más angustiantes imaginada sobre los tablados porteños. Sería injusto atribuir un simple valor de sinonimia al actual trabajo del conjunto: 'Tiempo de fregar' es, probablemente, el más inquietante happening realizado en Buenos Aires. Bajo la rígida —aunque no muy afortunada— batuta de Roberto Villanueva, quien sólo se limita a encuadrar la fresca riqueza experimental de una serie de trabajos de laboratorio, realizados y chequeados en sesiones especiales, el grupo logra, no obstante, hacer respetar las más estrictas reglas del happening. Desde la creación de su propia dimensión temporal hasta la manipulación activa con el público, todo está presente en Tiempo de fregar.
En forma más o menos sutil, el espectador es ambientado crudamente en el mismo momento en que pone pie en la sala: sobre las butacas embozadas por lienzos se disloca una torturante ronda de monstruos, grotescos muñecos, sin sexo ni identificación y —sin embargo— cruelmente familiares. Son las fregonas, quienes inician una minuciosa y drástica plumereada de cuanto objeto encuentran a su paso; incluidos los accidentales participantes, que son desempolvados, interpelados y zarandeados casi sin miramientos. La insinuación del siniestro lampazo no puede pasar inadvertida: intentaría desterrar los tabúes verbales, desembarazarse de las armaduras medievales que aprisionan los alborozos del cuerpo, inaugurar las posibilidades de un juego sin represiones.
Cuando el sedentarismo ha sido zaherido de modo total y en el mismo instante en que las motivaciones fluyen libremente, comienza a encadenarse en el escenario una secuencia apocalíptica signada por la aparición de la patrona, a quien rodean las fregonas en alegórica corte. En ella militan la Ira, la Gula, la Soberbia, la Tontería, la Lujuria.
La velocidad, el ritmo vertiginoso, reemplaza definitivamente a la placidez. Los cuerpos se entrelazan hasta llegar a una apoteosis del movimiento, de la cadencia: un paradigma de lo sensible que apunta más a la percepción que a la razón.
La tenue linea argumental se nutre con la fuerza que le prodigan episodios obsesionantes: la procesión que aporta sus dramáticas reminiscencias demenciales se aloja en una serie de imágenes gratas a Buñuel; la ceremonia en la cual la reina se autoproclama soberana, el río de cortesanos que la trasportan en brazos, la subsiguiente orgia de incontenible jazz apocalíptico, enmarcan el nacimiento de un infante monstruoso. El grupo adquiere, de pronto, su conciencia de conjunto por medio de una parición que se muestra colectiva.
Frases paroxisticas ofician de partera: "Somos todas madres sin distinción de sexo", proclama una de las fregonas mezclada entre los espectadores, anunciando el desasosiego de los corazones, mientras el engendro mimado con prodigiosos malabarismos corporales por Eduardo Demian y Roberto Granados, atados espalda con espalda, arrastran su masa por el escenario y los pasillos sin poder negar sus orígenes circenses.
El delirio de las fregonas culmina, abruptamente, con la muerte del bebé, asesinado por la misma enajenación multitudinaria que le dio vida. Esta muerte arrasa, de pronto, con la vitalidad del espectáculo y propicia la aparición de un nuevo elemento: una inesperada tristeza abre el previsible interrogante sobre el futuro.
En un fulminante contraste, la troupe —quedamente— incita a los espectadores a retirarse. Los mismos fantoches que un instante antes se agredían implacablemente, recorren en silencioso duelo las butacas, murmurando: "Hay que irse... hay que irse". En el ambiente queda flotando la sensación de que en realidad el espectáculo no ha terminado sino que es algo que recién entonces va a comenzar: es que el buceo en la intimidad del público no es lo menos importante de la sesión. Así parecieron confirmarlo las abundantes lágrimas derramadas por un maduro concurrente que, al término de la función, se resistía a abandonar la sala: después confesó haber asociado el destino del bebé muerto con el drama padecido por un hijo suyo. Entre la indiferencia y las catarsis, que los actores comparten con el público, se balancean los resultados de esta baraúnda, en la cual no están ausentes ni las sorpresas ni las risas nerviosamente contenidas. Quizá se le pueda achacar, como a la mayoría de estas experiencias, una pertinaz insistencia en los problemas del sexo, postergando la importancia de otros problemas que merodean al hombre.
El happening del Di Tella podría adherirse, sin contradicciones, a las pautas que proclaman una victoria sobre lo subjetivo, la emancipación de la tiranía del yo y la abolición de toda voluntad y deseo individual. O todo lo contrario.


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