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crónicas del siglo pasado

vanguardias

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VANGUARDIAS ARTÍSTICAS
Y CULTURA POPULAR
Nestor Garcia Canclini
(1973)

(continuación)

Cultura popular y política cultural
(continuación)

. Tres experiencias que conocimos en nuestro país confirman esta afirmación: una es el intento de un grupo de estudiantes de la Escuela Superior de Bellas Artes, de la Universidad de La Plata, que buscó trascender los límites de esa institución realizando obras en barrios populares. Esta misma traba - cómo trascender los límites de la institución la encontraremos en las dos entidades que más contribuyeron al desarrollo de las vanguardias plásticas argentinas en la última década: el Instituto di Tella, y el Centro de Arte y Comunicación.
Durante casi todo el curso de 1971 la carrera de plástica de la Escuela de Bellas Artes de La Plata fue sacudida por un cuestionamiento de los contenidos y la forma de la enseñanza. A partir de un replanteo de la concepción del arte y de su inscripción social, un grupo de alumnos - Raúl Arreceygor, Viviana Barletta, Aleira Friedmann, Silvia Ibarra, Gustavo Larsen, Estela Nieto, Roberto Roca y María Luján Soler - deciden producir murales en la calle. Si bien la iniciativa tiene muchos antecedentes en todo el mundo, en el ámbito de una Escuela centrada en la formación de plásticos para obras de galería esta apertura tiene un valor especial. Con el asesoramiento del profesor Juan Carlos Romero trabajaron, entre setiembre y diciembre de ese año, primero en la discusión del lugar y la elaboración de la obra, luego en su ejecución. Se eligió realizarla en Berisso debido a la trayectoria de su movimiento sindical y a los problemas presentes de los obreros en los frigoríficos; por eso se buscó un terreno baldío en una esquina, a media cuadra de la entrada al frigorífico, por donde pasan tres mil obreros diariamente. El boceto se preparó en grupo, sobre esquemas de Gustavo Larsen, quien veló fotografías de inmigrantes europeos a Berisso en 1914, de campesinos, de obreros participantes en la Revolución Rusa de 1917, de casas actuales de dicha ciudad y de favelas brasileñas. Con ese material se hizo un montaje deformador de las imágenes para producir una obra no naturalista. El mural, que abarcaba una pared en "L", de 22 metros por 6, se inauguró con un festival popular, que contó con la participación de cantantes folklóricos prestigiosos y conjuntos de la zona. Un grupo de teatro de un colegio secundario realizó una representación en el terreno, ahora limpio e integrado a la circulación. Luego, se escribieron dos frases - una de Martí y otra de Tejada Gómez - en lugares blancos previstos con ese fin al pintar el mural, y se pasaron diapositivas - hechas por alumnos de cine de la misma Escuela - que mostraban el proceso de realización de la obra. En una autoevaluación, varios meses después, el grupo expresó su satisfacción por el trabajo en equipo, por el horizonte que les abrió para su práctica profesional futura el haber salido del encuadre de la Escuela, por haber integrado en un proyecto común a alumnos de distintas especialidades (pintura, mural, grabado, escenografía, historia del arte, música y cine) y a algunas personas del barrio. También señalaron las limitaciones de la experiencia: "El contacto con la gente no fue como lo pensábamos desde la Escuela. No se trataba sólo de llevar el arte a otro público; también había que lograr que la gente hiciera algo." "Antes de hacer el mural tendríamos que haber investigado mejor las características del vecindario e integrarnos más con la gente." "Debiéramos haber dicho, no que íbamos a hacer un mural, sino que queríamos generar movimiento para que ellos actuaran." "No hay que llevar un proyecto y forzar la realización, sino dejar que el proyecto surja de la situación. Quizá en vez de un mural prefieran que les ayudemos a pintar la escuela o las verjas de las casas."
Esta experiencia confirma que toda aparición de un "grupo de artistas" en un lugar que los considera extraños para cumplir una actividad transitoria, reproduce la escisión elite cultural vida popular. No basta que se elija un lugar estratégico (la entrada a la principal fuente productiva de la zona, ni que se realice una obra de forma y contenido popular. Sólo puede haber comprensión y aceptación del trabajo artístico si se establecen relaciones vivas, orgánicas, con los pobladores, y si ellos experimentan como suyo el proyecto porque participan en la elaboración. Los estudiantes que hicieron el mural indicaron que las dificultades para lograr esa relación y para reestructurar sus objetivos como artistas les demostraron la necesidad de repetir experiencias en barrios; pero también descubrieron que una profundización del contacto inicial los lanzaba a una discusión política con los pobladores y dentro del mismo grupo. Quizá la principal razón por la que no continuaron con esos trabajos fue por la conciencia de que sólo tenían sentido si lo profundizaban políticamente y que su heterogeneidad ideológica les impedía coincidir en esa nueva etapa.
Los institutos dedicados a promover el arte de vanguardia, como el di Tella y el CAYC, al hacer prevalecer lo experimental sobre lo establecido, presentan limitaciones diferentes de las de una escuela académica y más difíciles de detectar. Sin hacer un análisis específico de esas dos instituciones, cuyo complejo sentido dentro de la cultura argentina, o al menos porteña, exigiría un estudio separado, podemos afirmar que ninguna de las dos consiguió trascender drásticamente las limitaciones de las galerías en cuanto a la inserción popular de su actividad. En la medida en que algunos de sus artistas lo buscaron, sus ensayos pusieron entre signos de interrogación la existencia de dichas instituciones. Esto fue evidente, sobre todo, en el Instituto di Tella. Poco antes de su desaparición, motivada por la retracción económica del país y el deterioro de industrias como la que lo sostenía, el Instituto di Tella sufrió el éxodo de un numeroso grupo de artistas: éstos, luego de extremar las posibilidades de experimentación casi exclusivamente estética, descubrieron que los conflictos de clases y las luchas populares, crecientes en el país al fin de la década del 60, no podían ser asumidos desde un salón de la zona más elegante de la calle Florida.
Los plásticos que abandonaron el Instituto di Tella desarrollaron después trabajos de la mayor importancia en la integración de artistas con organizaciones populares. Su experiencia principal fue ‘Tucumán arde’. Eligieron la situación social más explosiva en ese momento, y se trasladaron allí junto con economistas, sociólogos, fotógrafos y periodistas para cumplir un relevamiento múltiple, mediante entrevistas, reportajes, grabaciones, filmaciones, verificación de datos, etc. Una semana antes de viajar pegaron en carteleras y paredes de Rosario y Santa Fe afiches con la palabra "Tucumán", únicamente; al partir el grupo, los artistas restantes pintaron frentes y tapiales, y pegaron miles de obleas en lugares públicos con la sola inscripción "Tucumán arde", se arrojaron volantes en cines y otros lugares de concentración popular, buscando hacer presente en la vida comunicacional de esas ciudades a una provincia cuya miseria y cuyos conflictos estaban excluidos de todos los medios de información.
Luego, los afiches y las obleas se expusieron dentro de la muestra para cerrar el circuito significativo. La exposición se realizó en colaboración con la CGT de los Argentinos y se exhibió en noviembre de 1968 en sus sedes de Rosario y Buenos Aires, donde fue cerrada bajo amenaza policial. En vez de disponerla como una muestra de cuadros, se adaptó a la estructura arquitectónica y comunicacional de la institución para integrar los documentos de la situación tucumana a la actividad normal del sindicato. Para ello, se utilizó todo el edificio, desde la entrada hasta los corredores, los ascensores, el comedor, etc. La composición de una muestra coherente con materiales muy diversos requirió un trabajo interdisciplinario en equipo: se instalaron altoparlantes en todos los ambientes y alrededor del edificio, y por ellos se transmitían reportajes; se pegaron afiches en la ciudad; dentro del edificio, se colocaron grandes fotos murales; paneles preparados por economistas sobre la estructura empresaria y laboral de la provincia, artículos periodísticos ampliados fotográficamente y formando collages, carteles de manifestaciones; se proyectaron películas y diapositivas, se distribuyeron volantes y folletos que analizaban la estructura de clases y las formas de producción.

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Realización y venta de grabados al aires libre en una plaza pública. El propósito fue desmitificar el proceso de la creación artística mostrando los procedimientos de dicho proceso


Esta experiencia es muy valiosa como propuesta de trabajo de artistas visuales junto con científicos y dentro del marco de un sindicato, que garantiza su repercusión social y política. No obstante, este encuadre institucional - si bien es incomparable con el de las instituciones culturales - presenta otras limitaciones: la clausura policial de la exposición, las presiones y amenazas, evidenciaron que los efectos de la represión no se detenían en la censura sobre la muestra; comprometían la continuidad de actividades gremiales, políticas y servicios sociales. Estos riesgos decidieron al grupo a repetir experiencias dentro de locales institucionales, sino junto a comités de huelgas o en situaciones más flexibles: realizaron afiches para huelgas, historietas para concientizar a sectores obreros en conflicto, etc. Las dificultades para continuar muchas de estas experiencias, su carácter episódico e incluso el fracaso de muchas de ellas - en parte por la represión y la censura, en parte por problemas de los artistas para producir trabajos colectivos de real inserción popular - no indica que esa línea de experimentación sea errónea más bien, revela las dificultades lógicas de una transformación del arte y de los artistas, y muestra que ese proceso no podrá superar el nivel de las experiencias, mezcladas con frustraciones, hasta que no sean revolucionadas las estructuras económicas, políticas y sociales. El CAYC ha ido más allá del Instituto di Tella. Lo sucede en el papel de promotor de las últimas vanguardias extranjeras en Buenos Aires, y de las vanguardias argentinas en el país y en el exterior. Además, ha venido dando un lugar cada vez mayor en sus exposiciones a obras de contenido político y realizó dos muestras en plazas: en la Rubén Darío, en l970, y en la Roberto Arlt, en 1972. Esta última fue planeada como presentación inicial de una serie de exposiciones en plazas de Buenos Aires, que se pensaba organizar con sociedades vecinales, a las que se alentaría a continuar con exhibiciones periódicas. El proyecto quedó momentáneamente interrumpido al ser clausurada la muestra de la plaza R. Arlt por decisión de la municipalidad. Además de este obstáculo, la exposición evidenció otras dificultades en los propios artistas, para concretar su inserción orgánica en la ciudad. La muestra incluía obras de galería, meramente transportadas a un espacio abierto; muchas obras estaban desvinculadas del lugar de la ciudad elegido y no parecían haberse problematizado la comunicación con los transeúntes habituales. El catálogo de la exhibición asume algunos aspectos de la cuestión: "ser artista en Europa o en los Estados Unidos no es lo mismo que ser artista en un país del tercer mundo"; "el punto crítico de estas condiciones ideológico-políticas sería investigar en función de esta inserción del artista en los factores de poder, la relativa autonomía del arte como sistema semiótico". Este correcto señalamiento del problema en la presentación de Jorge Glusberg, director del CAYC, no fue acompañado por gran parte de las obras. Sólo unas pocas consiguieron un lenguaje idóneo para el mensaje y el receptor que caracterizaban la muestra: "La realidad 'subterránea", obra de Leonetti, Pazos y Duarte Laferriére, que aprovechó un pozo preexistente en la plaza para colocar fotos de un campo de concentración, sobre lo cual se veían 16 cruces blancas alusivas a la masacre de Trelew; la "Construcción de un horno popular", de Gamarra y Grippo, pues revaloriza la actividad cotidiana y rural representada por ese objeto, y la rusticidad de su material - el barro -, en medio del espacio urbano más abigarrado de Buenos Aires; el ómnibus de la empresa Devoto S. A., convertido en un salón de lectura donde podían consultarse los diarios del día, con todas las asociaciones sugeridas, por el nombre de la empresa y el parecido del micro con un coche celular; los "300 metros de cinta negra para enlutar una plaza pública", con que Horacio Zabala rodeó el lugar de la muestra.
En cambio, una gran cantidad de obras exhibidas en la misma plaza presentaban propuestas experimentales surgidas, no de una interacción entre el desarrollo de la sociedad y el desarrollo del arte, sino de la mera evolución formal de las vanguardias artísticas, tal como ha ocurrido en los EE. UU. y Europa. Son obras que desconocen el condicionamiento que la estructura económica opera sobre el arte, y parecieran imaginar que el sistema semiótico artístico tiene una autonomía absoluta. Por eso, tales obras sólo son legibles para pequeñas elites que adquirieron el código de legibilidad de las vanguardias internacionales. Entiéndase bien que estamos lejos de propiciar un cierre de nuestras aduanas culturales, que no negamos ninguna tendencia contemporánea del arte; ni adjudicamos a ninguna, en forma apriorística, la etiqueta de revolucionaria o reaccionaria. La producción artística es revolucionaria cuando surge como respuesta creativa a una demanda social. Una obra conceptual, de sistema, o cualquier otra, puede ser reaccionaria o revolucionaria, según surja del desarrollo superestructural del arte, o como una interacción creadora entre las nuevas posibilidades de lenguaje producidas por las búsquedas formales y las exigencias de liberación de una clase y una sociedad determinadas.
Para lograr esta interacción es necesario que el trabajo de los artistas se ligue a un proyecto político, sindical o de alguna organización popular que trabaje por la liberación social. Mientras los artistas continúen concentrándose en instituciones de arte, siguen reproduciendo el lugar inofensivo que el sistema les asignó. Pero aquí hay que formular dos aclaraciones.
La primera es que esta inserción de los artistas en la realidad sociopolítica no requiere, apenas un cambio de actitud o un compromiso político voluntarista. Para producir obras que cumplan una función distinta se necesita una formación distinta de los artistas: el conocimiento científico del nuevo ámbito social y comunicacional en el que se quiere inscribir la obra, y la reflexión ideológico-política sobre esa inserción. La transformación de la obra es mucho más que un problema técnico y estético, susceptible de ser resuelto mediante un cambio de materiales o la adhesión a nuevas consignas vanguardistas. El fracaso de muchos intentos de hacer arte popular o socio-político deriva de un desconocimiento de la información que permitiría entender la estructura social y los medios de comunicación en los que se quiere operar. Si se desea que los objetos artísticos sean por lo menos tan significativos como cualquier objeto cotidiano, es necesario estudiar la función social de los objetos, su evolución en medio de las relaciones de producción y consumo; si se desea que los sistemas de signos propuestos por los artistas tengan tanta pertinencia como los sistemas que organizan la comunicación social - las señales de tránsito, por ejemplo - hay que conocer cómo se gesta, se transmite, se recibe y se obstruye esa comunicación. Por último, si se busca producir obras que actúen efectivamente sobre la sensibilidad popular, que transformen la conciencia sociopolítica y abran nuevas significaciones y posibilidades de acción, es necesario el aprendizaje teórico-ideológico que de los instrumentos para pensar críticamente las condiciones históricas. Coincidimos con Vasarely cuando afirma que "sólo el trabajo en equipo, los esfuerzos grupales, el trabajo en todas las ramas de la ciencia, será desde ahora capaz de crear".
La segunda precisión necesaria es que éste no es únicamente un problema de los artistas, ni de su posible colaboración con sociólogos, urbanistas, semiólogos, psicólogos, etc. Al afirmar que esta es una cuestión política, estamos significando también que es un problema de las organizaciones políticas. No habrá un arte arraigado en la vida cotidiana e integrado en el proceso de liberación sin grandes organizaciones masivas que efectivamente desarrollen ese proceso y que asignen un lugar importante en su proyecto revolucionario a la política cultural. Dentro de la pluralidad de tareas necesarias, hay que reconocer la especificidad del trabajo cultural e impulsar la experimentación y la difusión de acciones que busquen desalienar, transformar y aún crear la cultura popular.

 

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