América latina aparece como el
área más militarizada del mundo. Los observadores extranjeros suelen explicar este
fenómeno de manera sumaria. Una oleada militar barre con las instituciones democráticas
sin otro propósito (o ideología) que la toma del poder lisa y llana. Se realizaría así
un ideal hedónico: ministerios, embajadas, reparticiones caen en manos de una casta
armada, su parentela y sus amistades. Como cualquier otra generalización, tal hipótesis
se corresponde con la realidad sólo en parte. Son muchos los casos en que los militares
reaccionan frente a estos síntomas que les parecen disgregantes:
Inoperancia de los
gobiernos civiles;
Excesiva fragmentación en partidos políticos irreconciliables;
Carencia de un ideal nacional aglutinante que permita llevar a cabo
proyectos de desarrollo económico y social.
El fantasma del comunismo que aparece detrás de cada intento "hacia el
cambio".
El esquema militar ofrece, en
cambio, estas ventajas:
Verticalidad de tos
mandos.
Ideas claras acerca de las reformas necesarias. Voluntarismo para
aplicarlas.
Invulnerabilidad ideológica (por ejemplo: pueden comerciar con el bloque
comunista sin riesgos de contaminación).
Cierto grado de expectativa inicial que permite superar enfrentamientos
internos y se confunde fácilmente con el consenso popular o la unión nacional,
A partir de este
"plafond" hacen su experiencia los militares en función de gobierno. Es decir:
comienzan a toparse con la realidad; las viejas estructuras paralizadoras, los grupos de
presión externos e internos, la propia ineficacia o inexperiencia, la complejidad de una
situación global que no se concilia con los esquemas simplificadores.
En todo caso, un enfoque fotográfico de la realidad militar de Latinoamérica
permite distinguir corrientes castrenses parecidas en las formas, pero divergentes en los
contenidos. O sea, "modelos".
Espectro
Aunque en todos los ejércitos
coexisten tendencias contradictorias, verdaderos "partidos castrenses", allí
donde una corriente ideológica recibe apoyo mayoritario de la oficialidad y se encaraman
(o no) al aparato del Estado, se da un modelo representativo de su propia tendencia:
El general-presidente Juan
Velasco Alvarado, en Perú, es tal vez quien mejor ilustra el "militarismo
nacionalista", capaz -en principio- de afrontar tensiones internacionales para
realizar su propio esquema interno.
La administración del
marisca! Arthur da Costa e Silva, en Brasil, ilustra el "liberalismo
compulsivo". En este caso el ejercicio del poder es autoritario, pero sus actos
refuerzan el viejo sistema de origen liberal. Estos gobiernos nacen cuando las
instituciones democráticas por medio del voto, levantan estadistas que amenazan intereses
y estructura tradicionales (vulgo oligarquía). Los "Iiberales compulsivos" son
una versión blindada del Gattopardo ("cambiar algo para que nada cambie").
Finalmente están los
cuerpos armados que se recluyen en su misión específica y abandonan la política a los
políticos. Chile y Uruguay, países que no conocieron gobiernos militares en períodos
recientes, exhiben el tercer modelo de ejércitos. Los que, por su naturaleza, no podrían
tener sitio en un análisis del golpismo.
Nacionalistas
"Es inútil esperar que el
cuerpo militar pueda, por sí mismo, trasformarse (en sentido nacional). Es necesario que
el Estado lo obligue, en virtud de una idea general de los intereses nacionales". La
frase pertenece al general Charles de Gaulle, pináculo occidental de militar
nacionalista. En América latina no hay oficial de esa tendencia que no admire al
presidente de Francia ni lo tome como ejemplo a seguir. La toma del poder, en tal lógica,
aparece como el paso primero hacia la revolución nacional.
En Perú, en el CAEM -Centro de Altos Estudios Militares- muchos oficiales analizan
temas de reivindicación nacional. Se asoman también a los (correlativos) problemas
sociales. Ambas preocupaciones, evidentes ya a comienzos de la década del 60, les valió
el mote de "nasseristas". Pero estos uniformados no aceptan el calificativo de
reminiscencia musulmana; recuerdan sus simpatías -de católicos- por la iglesia
progresista. Exaltan a De Gaulle y dicen inspirarse en la más pura tradición occidental:
"Ya que la injusticia armada es la más peligrosa" -según Aristóteles-, estos
uniformados se prometen implantar la justicia armada cuando el sistema democrático -con
gobierno conservador y amigo de intereses extranjeros- amenaza el patrimonio nacional y
paraliza el desarrollo económico-social.
Llegaron a conclusiones golpistas por obra de las circunstancias, casi a
regañadientes. Si los gobiernos civiles hubieran ejecutado algunas consignas
nacionalistas habrían permanecido en los cuarteles. Así parece demostrarlo el caso
peruano.
En febrero de 1960, bajo la presidencia -civil- de Manuel Prado, las Fuerzas
Armadas elevaron al mandatario un memorándum, secreto, que pedía la nacionalización de
los yacimientos petrolíferos de La Brea y Fariñas, otorgados en concesión a una
subsidiaria de la Standard Oil de Nueva Jersey. En aquel momento el Parlamento debatía la
situación petrolera, que reconoce este antecedente: la compañía adeudaba cuantiosos
impuestos al fisco y, por añadidura, pretendía recibir nuevas concesiones.
El conservador Prado no accedió a nacionalizar, tampoco se atrevió a favorecer a
la Standard. Hubo, en cambio, maniobras que desplazaron a los nacionalistas de la cúspide
castrense. A mediados de 1962 los militares derrocaron a Prado y asumieron el poder. La
Junta castrense permaneció un año en el Palacio de Pizarro, para entregar el mando a un
presidente (constitucional) que contaba con su simpatía. En junio de 1963, el general
Nicolás Lindiey -presidente provisional- toma el juramento a su sucesor, Fernando
Belaúnde, electo por el partido Acción Popular. Y Belaúnde promete resolver la
cuestión de La Brea y Fariñas en 90 días.
Pasaron cinco años. Los militares comenzaron a pensar que la promesa presidencial
se demoraba. Recién el 13 de agosto, de 1968 el cauteloso Belaúnde (que colocaba por
encima de todo sus planes de obras públicas e infraestructura y quizá temía cegar las
fuentes de financiación externa con un ataque frontal a la compañía petrolera)
proclamó la nacionalización y dio a conocer sus términos. Que resultaron sólo
formalmente nacionalizadores y en realidad favorecían a la compañía extranjera. Con
rápida consecuencia: el 3 de octubre el jefe del Estado Mayor conjunto, general Juan
Velasco Alvarado, destituye -y reemplaza- a Belaúnde. Una semana después, manu
mílitari, Velasco hace ocupar yacimientos e instalaciones, que pasan al patrimonio
nacional.
Desde ese instante, el gobierno militar recibe amplio respaldo popular. Al mismo
tiempo, entra en dificultades con Washington. Pero Velasco insiste y concreta otro
proyecto demorado: la nacionalización de un fértil latifundio de 230.000 hectáreas,
propiedad de otra compañía norteamericana, la Cerro de Pasco Co. En esas tierras se
hará reforma agraria.
Velasco -y su partido "militar"- intuye que sin compensatorio apoyo
popular no podrá soportar de pie las presiones que le dedican, en el plano interno, la
derecha económica y, desde afuera, los intereses extranjeros afectados. Por eso suma
nacionalismo económico más reforma agraria más programas sociales más medidas de
aliento a la clase media. Naturalmente, en una sociedad piramidal como la peruana, la
fuerza de la base, marginada desde siempre de la vida nacional, ofrece un débil
contrapeso. Es incierto, por lo tanto, el resultado del forcejeo que experimenta el
gobierno; acaso no llegue a "trasformar el cuerpo militar" como pide el general
De Gaulle.
Dificultad adicional: Velasco llegó al poder en brazos de una minoría militar que
suplió con audacia su exigüidad numérica. Importantes sectores de Ejército, la
mayoría naval, amplios grupos aeronáuticos fueron sorprendidos por este golpe que no
desearon. Si toleraron al nuevo gobierno es en virtud de la cohesión castrense que
contribuían a crear estas dos circunstancias: 1) Víctor Raúl Haya de la Torre, Jefe del
resistido partido APRA, tenía chance de alcanzar en 1964 la presidencia, repitiendo el
cuadro que en 1964 sacó a los militares de sus cuarteles. 2) El gobierno de los Estados
Unidos había interrumpido su ayuda militar al Perú como sanción por la compra de
aviones Mirage a Francia, conceptuados necesarios para la lucha convencional por todos los
estrategas peruanos, sin distinción de ideologías.
El modelo del Perú aparece ahora contenido hasta tanto se solucione el pleito
provocado por la expropiación de La Brea y Pariñas. La aceptación por la opinión
pública internacional de que, en este caso, el gobierno revolucionario actuó motivado
por estrictas razones de justicia, que hacen a la soberanía, aparece como previa para una
eventual profundización del programa nacional-desarrollista.
Liberales violentos
Los militares-presidentes
reclutados por el "liberalismo compulsivo" se distinguen, entre otras
características, por lo escuálido de su popularidad. No convencen a la base, no
introducen cambios sustanciales de estructura, no agitan banderas nacionales. A veces
ascendieron entre incertidumbres y temores; casi siempre los acompañó -al comienzo- la
esperanza popular. De inmediato, se dedicaron a implantar "el orden". Este
-severo- fue, sin embargo, el único cambio, divorciado de la expectativa del país. Así
el inmovilismo y el ordenamiento del envejecido sistema económico-social erosionaron la
confianza y les quitaron consenso a medida que ejercían el poder. Esto no les interesa
demasiado: opinan que el calor popular es sofocante. El sociólogo Kalman Silvert
(liberal, norteamericano) los calificó, quizá con deliberada ironía, "liberales
compulsivos".
El caso típico de esta corriente se ubica en el Brasil. El 31 de marzo de 1964 un
golpe militar derribó al presidente (constitucional) Joao Goulart, quien .había
practicado un populismo desordenado, pero al que resultaba aventurado adjudicarle un
comunismo ajeno a su militancia. Esa fue la acusación que le propinaron los militares
brasileños, ratificada -como un eco, a nivel de declaraciones presidenciales- por
Washington. Lo concreto es que Goulart intentaba poner en marcha un programa económico
nacionalista; amenazaba refinerías petroleras norteamericanas, y proyectaba limitar los
envíos de ganancias por parte de compañías extranjeras con casas matrices en el
exterior.
Golpe a la democracia
El golpe liquidó las
instituciones democráticas, a través de las cuales nunca, en ningún país del mundo, el
comunismo llegó al poder. El mariscal Humberto Castelo Branco fue el primero en digitar
-y ejercer- el Ejecutivo. Luego le tocó el turno a Arthur da Costa e Silva, otro
mariscal, quien ocupa todavía el Palacio de Planalto.
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Río de Janeiro, Conferencia de Ejércitos. Habla el general
peruano Montagne: desarrollo y organización castrense interamericana
Brasil con general duro:Stzeno Sarmento
Hondureño López Arellano. Desde 1965 su golpe tolera una
oposición articulada
General René Barrientos: tentado por el liberalismo. A veces,
fiesta y apoyo campesino
En el Brasil se avanza con el
buen ritmo tradicional en algunos rubros de la economía (acero, hidroelectricidad); en
contraste, este periodo -aunque marcial- se conoce como el de mayor grado de penetración
foránea en el país. Lo que caracteriza a esta injerencia no es la introducción de
nuevas industrias, con efecto multiplicador sobre la economía, sino la trasferencia de
empresas y bancos brasileños a capital foráneo. Casi siempre, a precios irrisorios.
Correlativamente, se demora toda justicia distributiva, se archivan los proyectos de
reforma agraria y se mantiene férrea censura sobre la actividad política y la prensa.
Este proceso se desenvuelve sin reacciones de la mayoría militar. Salvo casos
aislados: El general Peri Bevilacqua - soldado prestigioso e influyente, pero retirado-
propone unir fuerzas contra "la entrega". Incluso en el seno del gobierno. el
general Afonso de Albuquerque Lima, ministro del Interior, apostrofa lo que en Brasil se
conoce como "la invasión de Amazonia", inmensa, rica y abandonada región.
Allí se asentaron hombres de negocios extranjeros, adquirieron extensos latifundios con
minerales estratégicos y se consagraron a limpiar el territorio de indios brasileños.
Corren denuncias de exportación ilegal de esos minerales -que interesan a la defensa
nacional- y no faltan oficiales que, periódicamente, documentan excesos en la zona.
Para subsistir, el gobierno Costa e Silva se apoya en una dualidad en cierto modo
ficticia, en cierto modo real: "blandos" y "duros", los dos grandes
sectores militares. Ya Castelo Branco había hecho de arbitro entre ambas corrientes. No
cedió totalmente a los "duros", defensores de la dictadura completa. Admitió
un remedo de oposición parlamentaria que satisfizo a los "blandos". Pero
Castelo gobernó condicionado por su ministro de Guerra, Costa e Silva, entonces jefe de
los "duros" y tan influyente que terminó por capitalizar la sucesión.
Ya en Brasilia, Costa e Silva probó que es un hombre rico en matices. Repitió la
maniobra de Castelo, medió entre "blandos" y "duros". Hasta que, a
mediados de diciembre último, los "duros" presionaron en favor de medidas
drásticas. Costa impuso vacaciones forzosas al Parlamento, extendió la represión.
Tras este acrecentamiento del poder militar se habla nuevamente de
"reconquistar la Amazonia". Según los observadores, dicha insistencia -que
podría deteriorar las relaciones entre los Estados Unidos y el Brasil- difícilmente se
llevará a cabo. Prueba, sin embargo, que los "liberales compulsivos" también
conocen contradicciones. En el balance queda clara la orientación: inmovilizan las
estructuras heredadas del pasado, abren paso a la penetración extranjera, rechazan la
participación popular.
Mapa militar
La relación de fuerzas -a escala
latinoamericana- muestra a los liberales compulsivos como clara mayoría. Miembros de esa
corriente integran casi todos los gobiernos castrenses del área:
Argentina. En el gobierno
Onganía se reflejan las dos tendencias básicas del Ejército argentino: liberales y
nacionalistas. Los observadores puntualizan:
a) el equipo político registra
antecedentes nacionalistas (en la linea conservadora);
b) la conducción económica
responde ideológicamente a la concepción liberal;
c) el gobierno ha puesto vallas a
la penetración extranjera sólo en casos circunscriptos (acero, usina nuclear), .pero sin
poner decididamente en marcha un plan de crecimiento económico; d) en términos
generales, el antiguo nacionalismo conservador tiende a coexistir con el liberalismo
económico.
Bolivia. Mediante
elecciones digitadas gobierna, desde 1965, el general del aire Rene Barrientos. En el
país altiplánico la injerencia extranjera es importante tanto en el campo económico
como en el político. Pese a que Bolivia tuvo dos generaciones recientes de oficiales
nacionalistas que subieron a Palacio Quemado (Germán Busch -se quitó la vida-, Gualberto
Villarroel -fue asesinado), sus cuadros actuales regresan aceleradamente al liberalismo
compulsivo.
Paraguay. El general
Alfredo Stroessner, presidente desde 1954, es e! decano de los gobernantes castrenses. Por
sus tendencias conservadoras entra en la categoría de liberal compulsivo. Pero es
también exponente de una generación que tiende a desaparecer, la de caudillos militares
paternalistas al estilo Batista (Cuba), Pérez Jiménez (Venezuela). Trujillo
(Dominicana).
Panamá. En octubre
pasado, la Guardia Nacional derribó al recién ungido presidente (constitucional) Arnulfo
Arias, Los coroneles Pinilla y Urrutia accedieron al poder en calidad de copresidentes.
Aparentemente, se proponen zanjar con Estados Unidos el nuevo acuerdo para la explotación
del Canal de Panamá y dejar entonces el Palacio de las Garzas. Desde luego, después de
orquestar una combinación interpartidaria que los satisfaga.
El Salvador. A partir de
1962, en que se hizo presidente el coronel Julio Rivera, los militaras procuran
legalizarse por medio de un partido ad hoc. Así logran sucederse a si mismos. El régimen
- presidido hoy por e! coronel Fidel Sánchez Hernández- tolera .una oposición moderada,
con representación parlamentaria.
Honduras. Variante del
anterior, a partir de 1965 en que el coronel Oswaldo López Arellano derribó el gobierno
constitucional.
De este cuadro se desprende que
sólo el gobierno de! Perú entrarla nítidamente en el grupo nacionalista. Esa corriente
representa, entonces, nada más que al 10 por ciento de las poblaciones gobernadas por
generales. El 90 por ciento restante está en manos de liberales compulsivos o reconoce
una fuerte influencia de esa corriente.
En cuanto a los gobiernos civiles de América latina (43 por ciento de la
población total), sólo excepcionalmente exhiben democracias de funcionamiento abierto.
Hay dictaduras civiles mucho más férreas que los gobiernos militares (Haití). Y en el
segundo país en población del área -México- se erige un sistema que monopoliza la suma
del poder desde hace medio siglo.
La división política del continente, por lo tanto, no se agota en el esquema
"democracia o gobierno militar". En la medida en que la democracia formal se
muestra incapaz de superar el sistema tradicional y marchar hacia una política coherente
de cambio tiende a ser sustituida por generales de tres o cuatro estrellas. Los cuales
trasladan a las Fuerzas Armadas el dilema de proteger las viejas estructuras o renovarlas.
Es decir, que eligen entre ser "liberales compulsivos" o "nacionales".
También aceptan "la prueba de la eficacia". Lo que todavía no se sabe, en esta
etapa del proceso latinoamericano, es lo que vendrá después, si los gobiernos castrenses
no convalidan sus manifiestos iniciales. |