La noticia resulta mucho más sorprendente si se tiene en cuenta el efímero éxito
que obtuvieron, a principios de siglo, los curiosos artefactos ideados por el germánico
conde Fernando von Zeppelin. Es que el delirante entusiasmo que siguió al advenimiento
del primer dirigible habría de desvanecerse rápidamente: la peligrosa combustibilidad
del hidrógeno con que estaban inflados convertía a los zepelines en máquinas
fácilmente vulnerables. Pese a todos los recaudos que se tomaron (algunos tan complicados
como obligar a los pasajeros, antes del descenso, a quitarse todo tipo de elementos
metálicos que pudiesen provocar chispas), abordar esos engendros continuó siendo una
aventura no apta para cardiacos. Los seguidores del conde (en alemán, graff) Zeppelin
habrían de sufrir el golpe definitivo una fría mañana de 1937: ese día, el dirigible
alemán von Hindenburg se inflamó como una gigantesca antorcha al aterrizar en el
aeródromo de Lakehurst, New Jersey (EE. UU.). De sus 97 ocupantes, 36 perdieron la vida
en el accidente. Desde entonces, los zepelines parecieron quedar reducidos al recuerdo de
los que añoran con nostalgia el desenfreno de los años locos.
LA FORJA DEL GIGANTE
Por lo visto, algunas de las
ventajas exhibidas por los dirigibles no pasaron inadvertidas para los investigadores de
la era espacial. Su dedicación permitirá que, en poco tiempo, pueda volver a verse a los
silenciosos globos surcar los aires del planeta. Claro que los zepelines del futuro sólo
conservarán el nombre y la forma de sus antecesores. Los nuevos aparatos estarán
propulsados por un reactor atómico; los riesgos que entrañaba el hidrógeno
desaparecerán, pues será reemplazado por helio, un gas que excluye toda posibilidad de
explosiones fatales. La frágil tela de los primitivos zepelines será suplida con
resistente nylon y el armazón poseerá estructuras de plástico y aleaciones de titanio.
Según informaciones coincidentes, los dirigibles proyectados amenazan superar
ampliamente las dimensiones de los más grandes aviones en circulación: el profesor
Francis Morse, de la Universidad de Boston, acaba de presentar para su aprobación un
bosquejo detallado para la construcción de un sepelio de 325 metros de largo, equipado
con un reactor atómico y una turbina de gas de 4 mil caballos de fuerza.
Obviamente, no es espíritu romántico el móvil que guía tan onerosas
investigaciones: razones de orden económico justifican el intento. Basta mencionar, como
ejemplo, que un dirigible podrá, a 160 kilómetros por hora, transportar 200 automóviles
a través del Atlántico Norte en sólo dos días; vale decir, cinco o seis veces menos
tiempo que el insumido por el más rápido buque de carga -existente. Tales ventajas, y el
bajo costo operativo, parecen haber seducido a los soviéticos, que planean utilizar los
dirigibles para la construcción de oleoductos y el transporte de tuberías de gas en
regiones donde el mal estado de los caminos impide el acceso por tierra. Lo cierto es que,
en tal sentido, las perspectivas comerciales son muchas y diversas: más de un industrial
nipón lucha por conciliar el sueño, desvelado por idílicas visiones de zepelines
repletos de radios a transistores y grabadores.
Claro que también el transporte de pasajeros ha sido contemplado por los expertos.
Refinados lujos aguardan a los futuros viajeros: algunos de los prototipos diseñados
incluyen camarotes para 400 personas, espaciosos restaurantes, bares y gimnasios.
Bajo un romántico techo de vidrio con vista a las estrellas podrán disfrutarse
las delicias de una enorme pileta de natación y una pista de baile.
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El von Hindenburg sobre Nueva York
La estructura del von Hindenburg, luego del incendio
Envuelto en llamas, el dirigible alemán agoniza en Lakehurst
El dirigible proyectado por Francis Morse
En la parte central,
sofisticadas boutiques colmarán las apetencias de los pasajeros. Y todo eso por mucho
menos de lo que cuesta un pasaje de avión.
La insólita carrera se acerca a su culminación. Prueba de ello es la reciente
creación, en Londres, de la primera compañía mercante de zepelines, la Cargo Airship
Limited, que aspira a cubrir el tráfico de mercaderías en toda la zona de influencia del
Commonwealth. Tan singular iniciativa llama poderosamente la atención; sobre todo si se
tiene en cuenta que los ingleses no disponen aún de zepelin alguno. Hace unos días, el
presidente de la incipiente compañía trató en vano de explicar la paradoja ante media
docena de reporteros ansiosos. Finalmente, apelando a un no muy depurado humor británico,
sintetizó: "Más vale una empresa en mano que 100 zepelines volando". |