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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

CHARLAS DEL PEBETE
revista PBT
(1915)

 

Ahora sí que estamos en camino de ser el país mejor del mundo.
Pronto habrá que poner a la República Argentina el sobrenombre de "Paraíso terrenal... poblado".
Sin que el gobierno se preocupe de fomentar la inmigración, está próximo el día en que se hará necesario colocar en todos los puntos de acceso al territorio argentino carteles con la inscripción de "completo", estableciendo vigilancia (para que no desbordemos) en las fronteras terrestres, marítimas y aéreas. En estas últimas por el peligro de que hasta los ángeles del cielo se nos quieran venir "de arriba" abajo para mejorar la gloria.

 

 

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Esta plétora de inmigrantes que se nos vendrá encima no será toda selecta, ciertamente. Habrá muchos "undesirables"; pero, aun estos mismos constituirán para nosotros una excelente inmigración.
Por ejemplo, los borrachos y los golosos (para no descender a más punibles "profesiones"), los estamos necesitando mucho ahora que no sabemos lo que hacer con tanto azúcar y tanto vino como nuestra pródiga tierra se ha servido darnos.
Las industrias vinícola y azucarera pasan por una crisis de superproducción tal, que, según cálculos, habría suficiente con la agradable mezcla de ambos productos para curar lo menos diez resfríos por nariz, a cada uno de los habitantes del globo terráqueo y adyacentes por rebeldes que fueran los resfríos, ya que los pacientes podrían contar con abundantes dosis de tan excelente menjurje.
Es muy curioso lo que viene ocurriendo con estos dos productos. Todos los años se origina la crisis, bien por copa de más, ya por caña de menos o viceversa.
No hay cosechero, con todo su "jugo", ni cañero, con todo su "ingenio", que sea capaz de hacer producir a la tierra la cantidad exacta de producto necesaria para que la gente no se muera de sed y amargura, ni de empalague ni alcoholice. La virtud del justo medio parece reñida con la caña y con las uvas.
De San Juan y de Mendoza salen todos los días infinidad de "zorras" cargadas de uvas que no pueden decir, por cierto, como las de la fábula: "están verdes". No, señores, están maduras y casi al alcance de todos.
Los pobrecitos cosecheros, así como los que se vanaglorian de criar cañas de azúcar para endulzarnos la existencia, han recibido del Banco de la Nación nada menos que cinco millones de pesos para recompensar las pérdidas que les ocasiona el exceso de productos que han cosechado este año.
Es de suponer que con semejante apoyo a las ya protegidas industrias, el vino y el azúcar figurarán, con el pan, la carne y la leche, entre los productos de posible digestión para todos los mortales.
Agréguese el descubrimiento hecho recientemente de que en Buenos Aires "se da el opio" en varios establecimientos especiales para producir sensaciones fantásticas y... y díganme si no estamos en el mejor de los países posibles.
Aparte de los gobiernos, sólo teníamos una cosa desagradable: la laguna "Amarga". Pero la sabia, pródiga y caritativa naturaleza ha venido a remediar el mal haciendo que, al subírsele los colores y salirse de "tono" el río Colorado, se unieran las aguas de la laguna "Amarga" con las de la laguna "Dulce", amortiguando, como es lógico, el mal sabor de la primera.
Ya no nos queda, pues, nada amargo en el país más que la política, ya que hasta la administración marcha viento en popa, gracias al socorrido sistema de los empréstitos. "Trampa alante" iremos saliendo de apuros.
Los vientos que soplan en la política no son precisamente como para marchar hacia adelante, sino para dar vueltas in moverse del sitio. Cada partido sopla por el lado que más le interesa, que no coincide, naturalmente, con el que les conviene a los demás. De ahí el remolino.
Las luchas electorales empeñadas en varias provincias han dado motivo a telegramas alarmantes. Uno de éstos, dirigido por el doctor Luis Linares, presidente del comité progresista en Salta, al doctor Lisandro de la Torre, decía: "Falta la urna de San José".
Alguien pensó que se trataba de un robo sacrílego. Afortunadamente, el telegrama se refería a la urna electoral del pueblo San José de Orquera.
Pero, en fin, estas pequeñeces no impedirán que la inmigración vaya, o mejor dicho, "venga" en aumento, por los otros atractivos del país ya citados.
Por un sarcasmo del destino, el único que no tiene trazas de entrar en Buenos Aires es justamente su fundador, don Juan de Garay. Su estatua, según dicen, lleva ya dos años de permanencia en la Aduana porque el Consejo Deliberante no se ocupó nunca de designarle ubicación.
¡Ahora sólo falta que la Aduana saque a remate público a don Juan de Garay!